Afortunadamente, lo de ayer quedó sólo en un susto. Menos
mal, porque no quiero ni imaginarme hasta dónde podría llegar la maquinaria
propagandística en su afán por salpicar con lo que sólo es obra de un pobre
imbécil, descentrado le llama la Policía, a los rivales de Rajoy en estas elecciones
tan cruciales. El puñetazo al presidente no ha tenido consecuencias, pero no
por ello debe dejar de hacernos meditar sobre unas cuantas cosas.
La primera de ellas es que todo lo que se dice o se hace
tiene consecuencias, que nada es gratis, que quienes toman algunas decisiones,
por más que vivan en una burbuja segura e inexpugnable, en algún momento quedan
fuera de ella y al alcance del puño de un enajenado o de algo peor. Por eso,
por más que le preocupe a mi amigo Bernardo Pérez, que se acabe la fotogénica
cercanía de la gente y los candidatos, creo que lo que ocurrió fue consecuencia
de un flagrante fallo de su servicio de seguridad, acostumbrado quizás a vivir
en el plasma y poco previsor a la hora de que su "protegido" se ponga
al alcance de gente entre la que puede haber descerebrados sin control o gente
que ha sufrido mucho, gente que ha perdido el trabajo, la casa o los ahorros y no
se va a ver en otra igual para desatar su rabia.
Afortunadamente, el joven agresor pertenecía, que se sepa,
al primer grupo, al de los descerebrados, y nadie debería sacar partido de la
agresión, a favor o en contra del candidato o sus rivales. Y, si digo
"debería", es porque ya hay quien ha intentado relacionar al muchacho
con este o aquel partido, para, a continuación, atribuir la estúpida agresión
al nivel de crispación que alcanzó el debate del pasado lunes entre el agredido
y Pedro Sánchez.
Estoy hablando de esa gente que, como Miguel Ángel
Rodríguez, dicen lo primero que se les viene a la cabeza, sin comprobar, sin
que les importe, que lo que dicen sea verdad o mentira y lo repiten una y otra
vez, cada vez más alto y cada vez más deprisa, para fijar en quienes le
escuchan, indefensos en su casa, la idea, el argumento que les interesa
transmitir. Lo hizo ayer en Espejo Público, donde negó, entre risas y con
sorna, la existencia de la mujer que se había quejado al candidato Sánchez de
que a su marido le habían rebajado la ayuda a la dependencia que recibía, de
cerca de cuatro cientos euros a poco más de treinta. Miguel Ángel Rodríguez,
reía y pinchaba a sus compañeros de mesa, pidiendo que localizasen a la mujer, hasta que ésta apareció en el teléfono, no sólo confirmando
la existencia de la carta, sino quejándose de que, frente a los apenas treinta
euros que recibe su marido, el padre del presidente Rajoy esté atendido en La
Moncloa por dos enfermeras que generan un gasto mensual de cinco mil euros.
Ésta sí que fue una verdadera hostia para Rajoy y para
quienes hablan en su nombre emponzoñando el pensamiento de los españoles. Una
hostia no buscada que, sin embargo, escocerá más al presidente y de la que poco
partido podrán sacar sus corifeos y que no es más que la irrupción del mundo
real en el mundo ficticio de las tertulias, en el que se cruzan medias verdades
y mentiras, y que no quiero ni imaginar cómo encenderá la sangre de quienes se
vean en situaciones parecidas a la de Carmen, que así se llama la mujer, gente
agotada, desamparada y cansada de esperar una solución a sus problemas, que un
día, aunque sólo sea en campaña, tienen al alcance de su puño el rostro de
quien se permite rebatir lo expuesto en la carta, oficial por cierto, diciendo
que, durante su mandato, se ha ayudado a decenas de miles de dependientes más.
Afortunadamente, insisto, el joven que agredió a Rajoy no
parece atender a ninguna de estas razones, y, afortunadamente, Rajoy -él, que no los suyos- no quiere explotar el incidente. Afortunadamente, digo, porque quienes padecen ese desprecio
institucional, esos agravios comparativos de los que hablaba Carmen , es más digna que todo eso y opta por dar a
Rajoy la hostia que se merece, hostia metafórica, se entiende, el domingo en las urnas.
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1 comentario:
Perfectamente expresado...
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