Hoy seré breve. Al menos eso pretendo, porque, cuando me
pongo a escribir, nunca sé cuándo ni de qué manera voy a cerrar la página.
Persigo la brevedad, porque lo que voy a tratar de hacer en estas líneas es tan
simple, pero tan complicado a la vez, como decir cuál va a ser mi voto el
domingo y explicar por qué va a ser ese y no otro.
Vaya por delante que ese voto, como viene siendo desde hace
casi cuarenta años, lo que llevamos en democracia, va a ser para la izquierda.
Y es que nunca he votado a la derecha ni al centro que, en el mejor de los
casos, ha contaminado a la izquierda más ilusionante que llegó a tener este
país y que no fue otra que el PSOE de 1982, el de aquel Felipe González
brillante y todavía creíble, el de la subida de las pensione, la universalización
de la sanidad y la enseñanza gratuita y obligatoria para todos. Un partido
socialista al que yo, como muchos, fuimos perdonando la vida y los pecados por
aquello del voto útil, por aquello de mejor estos malos, que son los míos, que
los otros, los de la derecha. Y les fuimos perdonando incluso cuando comenzaron
desmontar, porque ellos fueron pioneros en hacerlo, el estado de bienestar,
permitiendo la entrada de la empresa privada en sanidad y educación, las dos
grandes conquistas de sus primeros gobiernos.
Siempre voté a la izquierda. Quizá porque, como dicen
algunos estudios, nuestro cerebro determina si somos solidarios y progresistas
o conservadores y egoístas y a mí me tocó uno solidario, aunque creo que tiene
más que ver con la educación que con la genética, el cerebro, como los
músculos, se entrena y se le da forma, porque en mi familia lo más a la derecha
que se vota es PSOE. Siempre voté a la izquierda y ya estoy mayor para cambiar.
Es más, después de haber visto todo lo que he visto y de haber vivido lo que
he vivido, algunas coas muy de cerca, creo que estoy volviendo al punto
de partida, para dar mi voto a la Unidad Popular de Alberto Garzón, un
candidato, el más joven, al que se le trasparenta la ilusión y la honradez,
digan lo que digan quienes tratan de criticarle, no por su pasado, que apenas
lo tiene y es muy brillante, sino por el de su formación que, esta vez sí, creo
que está dispuesta a cambiar.
Creo que voy a votar a Garzón y creo que no lo voy a hacer a
Podemos, porque, desde que comenzó la campaña, Pablo Iglesias ha echado tanta
agua al vino de sus primeros mensajes que, ahora, quizá puedan beberlo hasta
los niños, pero ya no sabe a vino ni es capaz de despertar el brillo en los
ojos de los primeros momentos. No me convence por eso y tampoco me convence,
porque no hizo nada para reclamar la presencia de Izquierda Unida o UPyD en los
debates. Quizá por la misma razón que no quiso coaligarse con la formación de
Garzón, para que nadie perturbase su liderazgo y para no tener que compartir la
utopía con nadie y menos, con nadie que tenga datos y experiencia.
Está claro, pues, que mi voto va a ser para Alberto Garzón,
para Unidad Popular IU en el Congreso y quizá para quien presente podemos al
Senado, cámara bastante inútil, salvo para el gesto, algo que se le da muy bien
a la formación de Pablo Iglesias, y para el control del Gobierno.
Votaré a Garzón, porque si la gente busca un político joven,
él es el más joven; porque, si lo buscan brillante, él es el más brillante y,
porque, si lo quieren honrado, creo que no hay otro más honrado. También
porque, pese a sus pecados, creo que suficientemente expiados, la izquierda,
más allá de la socialdemocracia y de los movimientos emergentes y por
comprobar, debe tener un sitio en el nuevo Congreso. Y más, si, como parece,
nada va a poder hacerse sin pactos ni consensos.
Finalmente, le votaré, porque me emocionó verle a la entrada
del teatro de La Latina, mi otro barrio, hablando a la gente que no pudo entrar
al teatro ya repleto para escuchar su mitin.
¿Veis? Quería ser breve y no lo he sido. Eso es lo único que
hoy no he cumplido. En nada más os he mentido.
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1 comentario:
Lo del agua al vino es muy cierto...
Saludos
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