Mucho antes de que el verborreico y demagogo Antonio Miguel
Carmona, candidato socialista al ayuntamiento madrileño, hablase de tortugas y
liebres, mi amigo Luis, un ateneísta republicano, muy galdosiano él, llevaba en
su bolsillo una pequeña tortuga tricolor, símbolo, según él, del paso lento
pero seguro con que llegará España su tercera república.
Ochenta y cuatro años después de aquel catorce de abril de
1931 en que se proclamó en España aquel tan añorado régimen, el que quiso
sacarla de su secular atraso, el que pretendió, y lo pagó con sangre, terminar
con esa otra forma de esclavitud que fue el caciquismo, muy similar a la
esclavitud que, si no formalmente, sí en la práctica, pervive en el cruel
racismo que impera a sus anchas en demasiados rincones del sur de los Estados
Unidos, ochenta y cuatro años después el debate sobre la forma de estado que
los excesos del rey Juan Carlos y los escándalos ligados a la familia real
parece haberse dormido con la llegada al trono de su hijo Felipe o, más que con
la llegada, con la inteligente manera de abordar su reinado emprendida por el
nuevo rey.
Resulta curioso que así sea precisamente en el momento de
mayor efervescencia política del último cuarto de siglo y cuando la
participación en política de los desencantados de las viejas formas y de
quienes nunca se habían acercado a ella, el debate sobre monarquía o república
se haya diluido, más, tras aquel innecesario y arbitrario despliegue de fuerzas
de seguridad, supervisado por quien se dice republicana, firmó multas, permitió
la retirada, por la fuerza, de banderas republicanas, amparó los golpes a
quienes las portaban, algunos ya ancianos, y hoy es candidata pretendidamente
centrista del Partido Popular a la presidencia de la Comunidad de Madrid.
Resulta aún más curioso que ese plácido sueño del republicanismo,
que parece haber salido, del más apasionante debate abierto en el panorama
político español, se dé en un momento en que, salvando las distancias se parece
al que se vivió en torno a aquellas municipales de 1931 que, tras ser ganadas
por las fuerzas progresistas, llevaron a la proclamación del nuevo régimen y al
estallido de la alegría popular en la Puerta del Sol de Madrid.
Hoy siguen enarbolándose banderas tricolores en las marchas
ciudadanas. Hoy, muchos ciudadanos adornan sus solapas con insignias
republicanas o cambian sus perfiles en las redes por la imagen que encarna la
república o lo tiñen con sus colores, pero... y mañana., Mucho me temo que, una
vez que las afrentas del viejo rey a los ciudadanos, su despilfarro y el
desapego por los ciudadanos y su falta de empatía ante las dificultades por las
que atravesaba la mayoría de ellos, los verdaderos problemas han vuelto al
primer plano, relegando una vez más el tan aparentemente anhelado debate. Y, si
me apuráis, creo que es bueno que eso pase, porque creo que lo primero es lo
primero y que las propias contradicciones de un régimen tan anacrónico acabarán
por desactivarlo y puede que entonces ni siquiera sea preciso el otrora
apasionado debate.
La tortuga republicana camina despacio, pero camina, y
además es muy longeva. Así que es mejor solucionar antes otros problemas más
vitales de los ciudadanos, porque el resto vendrá solo.
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