A veces uno tiene la impresión de que a algunos
políticos, a casi todos los políticos, les da igual ocho que ochenta, de que
son una especie de muñecos de ventrílocuo, unas veces el niño Monchito, otras
el cuervo Rockefeller, vacíos en sus escaños y despachos y siempre dispuestos a
dejarse manipular por su sueños y a mover su boquita, a veces bocota, para, a
través de ella, soltar las cosas más peregrinas y contradictorias sin apenas
inmutarse.
Otras veces, sobre todo cuando hay unas elecciones por
delante, veo el ideario de los partidos como si del frigorífico de un piso de
estudiantes se tratase, unas veces lleno de cosas apetitosas pero inútiles y,
otras, trágicamente vacío, con algún resto de aquí o de allá, de aspecto nada
agradable, cuando no en mal estado, restos con los que, cuando no hay otra
cosa, hay que "arreglar" una cena o confeccionar un programa
electoral.
Una y otra imagen me las acaba de dar el ministro de
Justicia, Alfonso Alonso, sucesor en la defensa de la tan retrógrada postura de Gallardón y, al parecer, llegado al ministerio de Sanidad desde la portavocía popular del Congreso para restaurar la imagen que el
iluminado y tramontano ministro, derrochador impenitente en su etapa de alcalde
madrileño, había dejado a su paso por el ministerio. Y, si me vinieron, es
porque Alonso, con su cara de director de banco, estudiante aprovechado o yerno
complaciente, es capaz de interiorizar sin inmutarse uno u otro discurso, una u
otra estrategia, según convenga al marketing de su partido.
Este Monchito -y si cito muñecos de José Luis Moreno es
porque a este caradura le ha ido muy bien con el PP- tuvo ayer oportunidad de
poner a prueba sus dotes haciendo público el volantazo que su partido prepara
en el congreso para satisfacer as sector más talibán de sus diputados, a la
búsqueda de esa unidad a prueba de los veinticinco que persigue Rajoy de cara a
las elecciones. Porque, ni corto ni perezoso, el ministro Alonso se descolgó en
Radio Nacional con la idea de que el aborto y por tanto la capacidad de decidir
sobre su cuerpo o su propia vida -añado yo- no constituye un derecho, todo para
apuntalar la semana que viene la resquebrajada foto de familia de los
populares, resquebrajada, no por la situación de pobreza severa en la que viven
cada vez más españoles, o por la escandalosa conducta de demasiados de sus
compañeros de partido, sino porque una docena de diputados, entre los que
estaría Ana Botella de serlo, no están dispuestos a que las mujeres puedan
tomar las riendas de su vida.
Alfonso Alonso ha tomado de la nevera esos restos de mantequilla
rancia de que os hablo para, con otros de tomate reblandecido y a punto de caer
presa del moho, algo de ajo escuálido, aceite rancio, algún resto do
orégano seco y el consabido paquete siempre a mano de una bajada de impuestos,
confeccionar un aparente plato de pasta que llevar al festín electoral.
Eso es lo que les importamos a muchos de nuestros, más bien
suyos, políticos. Nada o casi nada. Es para escandalizarse, y sería para darle
la espalda al sistema que lo consiente, pero creo que con eso no bastaría. Lo
que hizo ayer el ministro a propósito del aborto y los derechos de la mujer es
motivo suficiente, no para hacer un corte de mangas al sistema, sino, toso lo
contrario, para intervenir en él de la única manera posible que es con nuestro
voto, pero con más fuerza y determinación que nunca.
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