A estas horas, un día ya después de todo el horror desatado
por un par de fanáticos en la redacción de Charlie Hebdo, creo que es necesario
separar claramente algunos conceptos. En primer lugar, hay que dejar claro que
los energúmenos que asesinaron a diez periodistas y a dos policías, uno de
ellos con el mismo origen y probablemente la misma religión que ellos, no son
todo el islam, ni mucho menos lo representan. Del mismo modo, Charlie Hebdo no
es una revista anti islámica, como tampoco lo es anti religiosa. Charlie,
parecida en cierto modo a nuestro El Jueves, es una publicación que tiene el
humor, la crítica y la libertad como únicas banderas. Por eso, cualquier
intento de explicar lo de ayer en términos de acción-reacción no hará otra cosa
que confundirnos, justificar lo injustificable y, sobre todo, sembrar y
cosechar odio.
Charlie Hebdo es un ejemplo claro de lo que es, de lo que
debe ser, la libertad de expresión, porque lo suyo era caricaturizar, exagerar,
los defectos de una sociedad, ésta, que tiende a sacralizar lo banal y a
banalizar lo sagrado, que hace de los símbolos bastiones, convirtiéndolos en
amenazas y convierte, por el contrario, algo tan sagrado como la libertad o el
derecho a la igualdad en trivialidades o utopías inalcanzables. En ese sentido,
han resultado edificantes estas primeras horas tras tan salvaje masacre,
aunque, conforme se seca la sangre de las víctimas cada uno de los partidos va
abandonando con más o menos dignidad el cuadro de la unidad.
Ya tenemos a Marine Le Pen reclamando la pena de muerte,
mientras aquellos que no dudan en hacer negocios con los gobiernos más
integristas, que, como Arabia Saudí, financian los grupos y las redes que
alientan el odio yihadista, ya están pidiendo prudencia y poniendo paños calientes,
como si las víctimas, al igual que las mujeres que sufren la violencia del
machismo, fuesen responsables de lo que les ha ocurrido.
Tampoco debemos olvidar dónde está el origen del auge de ese
yihadismo loco y asesino, porque nos ayudaría mucho a entenderlo. Los
talibanes, como Sadam Hussein, son un invento de la CIA y de los intereses de
los lobbies petroleros y armamentistas norteamericanos que, para garantizarse
sus zonas de influencia alteraron con armas y dinero el tablero en el que se
jugaba la difícil partida del Próximo Oriente. El mismo modo que el ISIS es un
invento, ya fuera de control, con el que Israel pretendió desequilibrar el
conflicto sirio, propiciando la caída de Bashar al Ashad.
Con tal cantidad de armas y dinero en manos de esta gente
que utiliza el corán, su lectura simplista y torcida del corán, para imponer su
tiranía, con una fábula que habla de paraísos fuera de este mundo prêt-à-porter
fácil de llevar hasta cualquier lugar del mundo a través de las redes sociales,
con este aparato de fanatismo, perdemos todos. Pierden incluso los que se dejan
cegar por ellos y sacrifican sus vidas, no sólo materialmente, y ganan unos
pocos, Ganan los Bush que mantienen el control sobre el negocio del petróleo,
ganan las grandes empresas de armamento, ganan los teóricos del neo conservadurismo,
porque su mensaje arraiga mejor en el terreno abonado por el miedo y por el
odio y ganan todos esos servicios secretos que siempre se justifican diciendo
que tenían vigilados y a punto de detener a los autores de todos estos
atentados y justifican sus sueldos, pero no sólo sus sueldos, sino, también,
las tropelías que llevan a cabo con nuestros derechos, al tiempo que toda la opresión
y el dolor que llevan a lugares como Palestina, Irak o Siria justifican el odio
de los fanáticos.
Por eso creo que, como reza el título esta entrada, todos
somos Charlie. Todos somos víctimas de unos y de otros y, contra ello, sólo
podemos hacer una cosa: defender con uñas y dientes nuestros derechos y
libertades y muy especialmente la de expresión.
1 comentario:
Excelente artículo.
El epílogo transmite el sentir de un pueblo....
Saludos
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