El PP celebra este fin de semana su última convención antes
de ponerse a prueba en unas elecciones, las municipales y autonómicas, las
generales y antes que ninguna de ellas, las andaluzas, en las que los españoles
van a votar con los ojos más abiertos que nunca y, la mayoría, con poco o nada
que perder. Una convención que se abre, además, horas después de que un
Bárcenas irreconocible, con las garras recortadas o al menos escondidas,
abandonara la prisión donde ha pasado los últimos meses, nada menos que
diecinueve, fuera del horario de los telediarios, aunque en pleno prime time de
las televisiones.
El PP no es un partido democrático. En la práctica, a los
hechos me remito, casi ningún partido lo es. No elige a sus candidatos en unas
primarias, aunque sean tan frustrantes como las del PSOE o las de la federación
madrileña de Izquierda Unida. Ni siquiera eso. En el PP. los candidatos, los
equipos y los propios sucesores, los elige el que ostenta el poder o quien
quiera que esté detrás de él, porque a nadie puede escapársele que quienes
ocupan la sede de Génova funcionan más como una corporación que como un
instrumento democrático, mediante el cual la ciudadanía puede administrar su
destino.
Por eso la convención que dentro de unas obras se abre en
Madrid apenas esconde incertidumbres ya que, más allá de la interpretación que
de los gestos o el orden de los discursos hagan los especialistas en analizar
sonrisas o desplantes y del previsible autobombo que cabe esperar de un partido
en eterna precampaña, no cabe esperar nada de un partido que se gobierna y se
corrompe de arriba a abajo.
No sé yo si quien eligió las fechas de la convención, en
pleno fin de semana electoral griego estuvo muy acertado. Tampoco sé si dio un
respingo cuando se enteró de que su particular Leviatán, Luis Bárcenas, iba a
salir de prisión en la tarde previa a la inauguración de la convención,
sabiendo, como supongo que sabría, del hambre atrasada de cámaras y micrófonos con
que saldría su tesorero, Quizá por eso el director de la cárcel de Soto no se
tomó mucha prisa en firmar la libertad de su interno más famoso y los
responsables del telediario de la primera de Televisión Española cortaron la
conexión con la puerta de la prisión, justo cuando el denunciante de la caja B
del PP comenzaba a hablar. Y la verdad es que los que dieron la orden de cortar
podrían haberse ahorrado un gesto tan feo, porque al ex tesorero, sin dejar de
recordar su cariño a Rajoy, le falto pedir el voto para el que fue su partido,
aunque, claro, dirigido por otros.
Eso es lo que me tiene desconcertado desde anoche, porque no
dejo de preguntarme por qué se ha fijado una fianza que está al alcance de
muchos para quien podría pasarse el resto de su vida en prisión y controlaría
cuentas en Suiza y fuera de ellas con decenas de millones de euros. Eso y la
aparente defensa que hizo del partido es algo de lo que oiremos hablar, y
mucho, en los próximos días y probablemente a él mismo, porque, si un gilipollas
como el jovenzuelo Nicolás ha podido convertirse en estrella mediática con
caché propio y en centro de tertulias televisivas, qué no pasará con Bárcenas.
De momento, hoy viernes, poco se ha hablado de la convención
popular que habla de unidad y sí mucho de las dudas sembradas por un Bárcenas
que, como advirtió en su "recadito" a Rajoy ha sido fuerte y fuerte
parece haber salido de la prisión.
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