Mucho han cambiado las cosas desde que hace ya más de
treinta años pise por primera vez la emisora en la que desarrollé toda mi vida
profesional como periodista. Cuando lo hice, apenas hacía unos años que este
país había recuperado la democracia y, sin embargo, hacía muchos más que el
pensamiento de los españoles crecía y se transformaba gracias a una prensa que,
pese a las multas, a la cárcel y a la violencia de los de siempre, nunca dejó
de sentirse libre.
Hoy, las cosas son distintas y los españoles que vivimos
aquello, los que comenzamos a comprar el periódico familiar por unos céntimos
de peseta, sí de peseta, sentimos que nos falta el aire cuando contemplamos el
panorama actual de la libertad de expresión que, desde 1993, se celebra cada
tres de mayo, se celebra en todo el mundo.
La asfixia que sentimos se acrecienta cuando tomamos
conciencia de que, como reza la declaración del 3 de mayo como Día
Internacional de la Libertad de Expresión, "una prensa libre, pluralista e
independiente es un componente esencial de toda sociedad democrática". Y
nos falta el aire, porque hace tiempo que, además de lo anterior a una gran
parte de la prensa española le falta algo tanto o más primordial: el compromiso
con la verdad, del mismo modo que a la sociedad española se le puede reprochar
que no proteja como merece y necesitamos esa verdad tan imprescindible.
Desde hace demasiados años, los periodistas han dejado de
tener el control de su trabajo. Hace tiempo que el capital ha metido su hocico
en las cabecera de los periódicos, no precisamente con buena intención, con lo
que los medios han dejado de informar para sus telespectadores, oyentes o
lectores, para entregar sus cámaras, micrófonos y rotativas al poder.
En contra de lo que muchos piensan, la libertad de expresión
no consiste en que cada uno cuente lo que quiera y cómo quiera. La primera
línea de defensa de la libertad de expresión es la defensa de la verdad que,
por más que se empeñen algunos, sólo puede ser una. Pero, claro, en este país,
mentir, exagerar, ocultar, deformar o cualquiera otra forma de faltar a la
verdad se consiente. Y se consiente hasta el punto de que el Gobierno que está
desmantelando el Estado de Bienestar en España, el que está podando los derechos
de los ciudadanos hasta dejarlos tan mochos como lo estaban en el siglo XIX, se
alzó hasta la mayoría absoluta en el parlamento, con un programa electoral y
unas promesas que, no sólo nada tienen que ver con lo que están haciendo, sino
que, en la mayoría de los casos, lo que hacen es justo lo contrario de lo que
dicen.
Por todo lo anterior, a nadie le extraña que el periodista,
que es quien, con su oficio, su empuje, su tesón y su curiosidad marcaba la
diferencia en los medios, sea hoy la pieza menos valorada de los mismos. Pocos
son ya los jóvenes que, mucho mejor de lo que yo lo estaba cuando comencé en
esto, no pueden ni imaginar que ese trabajo que están desarrollando les va a
dar de comer y les a permitir desarrollar una carrera profesional a lo largo de
su vida.
Mal pagados, mal considerados laboralmente estos eternos
becarios se usan y se tiran como se usan y se tiran los recambios de las
fregonas, porque es fácil encontrar nuevos becarios a estrenar, sin resabios,
sin espíritu crítico y, lo que es peor, sin compromiso. Sus compañeros más expertos están dejando de verles como una amenaza o como los chicos de los recados, los "comemarrones" o la "carne joven" de las fiestas, porque, aunque tarde, se están dando cuenta de que defender los derechos de los que llegan es defender los suyos propios. Es una lástima que, tan avispados ellos, no hayan sido capaces de verlo antes. Ahora es, quizá, demasiado tarde.
Antes aquí y ahora, por desgracia, en otros países, los dictadores combatían a quienes luchaban por la libertad de expresión y a quienes trataban de ejercerla con el miedo a la cárcel, a la tortura o, incluso, a la muerte. Hoy lo hacen, no los dictadores, sino quienes ejercen el poder en cualquiera de sus formas, ya sea político o económico, fomentando otros miedos: el miedo al paro, a ser desterrado a un pasillo o a quedar sepultado en el olvido. Antes, si iban a por ti, te quedaba el honor de convertrte en un héroe o, en el peor de los casos en un héroe. Hoy, en lo que te conviertes es en un mero apestado del que, pronto nadie se acuerda y nadie defiende
En fin, lectores, que paséis un feliz "Día Internacional de la
Libertad de Expresión", un derecho que, si no estamos para celebrar, estemos al
menos para defenderlo o reconquistarlo.
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2 comentarios:
Feliz día. Tú entrada me recuerda a la opinión de George Orwell en relación con la reescritura de la historia: "Ya de joven me había fijado en que ningún periódico cuenta nunca con fidelidad cómo suceden las cosas, pero en España vi por primera vez noticias de prensa que no tenían ninguna relación con los hechos, ni siquiera la relación que se presupone en una mentira corriente. (...) En realidad vi que la historia se estaba escribiendo no desde el punto de vista de lo que había ocurrido, sino desde el punto de vista de lo que tenía que haber ocurrido según las distintas «líneas de partido». (...) Estas cosas me parecen aterradoras, porque me hacen creer que incluso la idea de verdad objetiva está desapareciendo del mundo. A fin de cuentas, es muy probable que estas mentiras, o en cualquier caso otras equivalentes, pasen a la historia. (...) Sin embargo, es evidente que se escribirá una historia, la que sea, y cuando hayan muerto los que recuerden la guerra, se aceptará universalmente. Así que, a todos los efectos prácticos, la mentira se habrá convertido en verdad."
La pérdida de la objetividad, la defensa de "mi verdad". Aterrador.
Feliz Día Internacional de la Reclamación de la LIBERTAD de Expresión.
Gracias a blogs como éste nos parece que todavía quedan resquicios para informarnos y leer crítias que nos ayudan a reflexionar y no sentir tanto el ahogo de la encubierta falta de libertad.
De nuevo gracias por esta ventana abierta.
Una asomadora diaria
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