Nunca me ha gustado ver a las autoridades del Estado que por
definición encarnan la representación de los ciudadanos, hincando la rodilla o
"doblando la bisagra" ante los obispos, que no son otra cosa que
miembros del "consejo de administración" de la iglesia católica en
España. Nunca me ha gustado porque, por más que lo hagan a título personal y
por mucho que así lo crean, lo que hacen con su gesto es poner a todo un estado
de derecho a los pies de una organización que, por su estructura y por su
ideario, tiene poco o nada que ver con la democracia.
Por eso he leído con una mezcla de indignación y maliciosa
satisfacción la información del diario EL PAÍS que da cuenta de los excesos del
pío presidente del Consejo General del Poder Judicial y, por tanto, del
Supremo, Carlos Dívar.
Definido como hombre de "profundas creencias" y
conservador, Carlos Dívar no puso el más mínimo obstáculo, sino más bien al
contrario, para que el juez Garzón fuese encausado por tres veces ante el
tribunal que preside, una de ellas por presuntos cobros irregulares a causa de
unos cursos organizados en Nueva York por el ya ex magistrado de la Audiencia
Nacional y patrocinados por el Banco Santander.
Acabamos de saber que uno de los vocales del consejo, el catedrático
de Derecho Penal. José Manuel Gómez Benítez, ha denunciado a Dívar ante el
fiscal general del Estado por una presunta malversación de fondos públicos, al
cargar al consejo los gastos de varios fines de semana en hoteles de lujo de
Marbella, con desplazamiento de coches y escoltas incluidos, pese a que realizó
los viajes en el AVE, en clase preferente, y a que tiene su domicilio habitual
en Madrid y con cenas protocolarias para sólo dos comensales en restaurantes de
postín. Eso, por no hablar de los "fines de semana caribeños", de jueves a martes, que disfrutarían tanto el presidente como los vocales del CGPJ. Unos gastos, los de Dívar, que sólo se han conocido después de que el vocal Gómez
Benítez reclamase el detalle de los
gastos de cada uno de los miembros del consejo y no en una sola partida, como
suele ser habitual. Ya se sabe que hay quien gusta de perderse en el tumulto
Curiosa moral, un tanto distraída, la de este señor si llega
a probarse lo que denuncia el vocal Gómez Benítez, al que por oficio y
trayectoria se le supone temple y cabeza como para medir las consecuencias de
su decisión y no gastar pólvora en salvas.
No sé en que acabará el asunto, pero, si se demuestra lo que
denuncia Bermúdez, poco o nada debe permanecer en el cargo un señor que ha
hecho gala de absoluta rigidez en cuanto a los que parecían ser sus principios
morales en el ejercicio del cargo y que se muestra en público con un aura de
misticismo que refuerza con sus habituales colaboraciones con el episcopado de
Madrid que preside el no menos conservador Rouco.
La pena que conllevaría su actuación incluye la
inhabilitación, lo que, se supone, le dejaría fuera del cargo, aunque sólo el
tufillo que desprende lo denunciado debería bastar para que un hombre de
profundas convicciones, sin esperar a más, dijera adiós a las presidencias del
CGPJ y el Supremo que, en todo caso, debería juzgarle.
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1 comentario:
Donde las dan las toman, y siguiendo el dogma católico... el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra¡¡
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