Ante todo y como en otras ocasiones, vaya por delante que no
quisiera ser malinterpretado, pero no puedo dejar de expresar mi sensación de
que, entre lo que está ocurriendo en Cataluña y lo que ya ha ocurrido en
Turquía hay más de una similitud.
Vayamos por partes. A pesar de lo que no dejamos de escuchar
en las últimas horas, los pueblos no siempre son responsables de su destino. A
veces el aparato del poder, la propaganda y, sobre todo, esa tendencia a culpar
al enemigo exterior de todas las desgracias que caen sobre ese pueblo acaban
por calar en el imaginario de la gente, con lo que el "prietas las
filas" de sus dirigentes más insolidarios, los más egoístas e iluminados
funcionan.
En el caso de Cataluña, el victimismo de que hacen gala los
dirigentes soberanistas, especialmente los que acaban de convertirse al mismo.
esa terca estrategia de hacer creer a los ciudadanos que todos los males que
les aquejan, incluidos aquellos que derivan inequívocamente de su propia
gestión como lo son el deterioro de la sanidad, el transporte o las
infraestructuras son consecuencia exclusiva de la maldad intrínseca del
"estado español", que les oprime y explota.
Sin embargo, en cuanto tienen la más mínima oportunidad se
alinean con el partido gobernante en ese "estado", en cuestiones de
libertades -de recorte de libertades, mejor dicho- o de políticas fiscales y
económicas, acrecentando con ello la desigualdad entre su gente.
Quiero decir con esto que unos y otros, en las relaciones
entre Cataluña y "el estado", entre Turquía y su vecina Europa, se
comportan de manera parecida, enseñándose los dientes en público, pero yendo de
la mano en lo que, para ellos, es lo fundamental que se salvar su pervivencia
al frente del gobierno, sea como sea.
Pero no es sólo el comportamiento de sus dirigentes,
capaces, como en el caso de Erdogán, de fingir o, al menos, consentir y cebar
un golpe de Estado destinado al fracaso y convertirlo en escandalosa coartada
para llevar a cabo la más salvaje represión que se recuerda en una democracia
europea, en la que se persiguen las libertades por tierra mar y aire, se
despide a funcionarios, incluidos militares, maestros y policías, para hacerse
con el control absoluto de la calle y para difundir la verdad unívoca que,
naturalmente, es la suya, la de quienes ocupan el poder.
Naturalmente, no estoy diciendo que eso que ocurre en
Turquía esté pasando en Cataluña, pero, en un territorio en el que los poderes
municipal y autonómico los ostentan desde hace décadas los mismos, no es de
extrañar que una importante porción del funcionariado se tiña de aparato,
anteponiendo los intereses del partido que gobierna y sus amigos, a los de los
ciudadanos a los que deberían servir.
De todos modos, lo que realmente empareja a Cataluña y
Turquía es lo desatendidas que han estado las legítimas aspiraciones de sus
ciudadanos por el poder en Bruselas o Madrid. El independentismo que siempre
fue minoritario en Cataluña -no así su sentimiento "nacional", el
catalanismo- ha crecido en los últimos años, alimentado por el desprecio del
Partido Popular, sustentado por el muy cobarde seguidismo del PSOE, hasta
límites que han llevado al soberanismo a plantearse la posibilidad, que en un
tiempo fue real, de convocar y ganar un referéndum por la independencia, más,
si, para Artur Mas y los suyos, ese referéndum y el camino hacia él, el
"procés", se habían convertido en la única salida a su poso de
corrupción y la única manera de mantenerse en el gobierno para controlar la
revisión de cuentas que un cambio de gobierno comportaría.
Así como los catalanes, los ciudadanos de Turquía, el más
secularizado de los países islámicos, han sufrido el desprecio de Bruselas ante
sus más que legítimas aspiraciones de ingresar en la demasiado mirificada Unión
Europea, por el temor a que su enorme población desequilibrase el estatus quo
en los órganos de poder comunitarios, algo que, paradójicamente, se produjo con
la incorporación de los países del Este, salpicando en ocasiones del más puro
fascismo el Parlamento Europeo y escorando hacia el egoísmo más perverso el
comportamiento de las instituciones comunitarias ante tragedias cono la de los
refugiados.
En resumen, siempre habrá, en todas partes, dirigentes
empeñados en atrincherarse en el poder, en convertir la democracia en un
decorado en el que desarrollar lo que, en la práctica, no son más que
dictaduras vestidas de una cierta prosperidad económica. Pero, para llevar a
cabo, sus propósitos, necesitan del pueblo, de un pueblo dolido y confundido al
que en Turquía o en Cataluña, colocar tras su bandera.
1 comentario:
Realmente bueno...
Saludos
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