viernes, 7 de abril de 2017

LA CRUZ Y LA ESPADA


De siempre, durante la reconquista o en la tan poco edificante conquista de América, los españoles hemos confundido la cruz y la espada. Y es que los vencedores de casi todas nuestras guerras han sometido al contrario a mandobles, pero también a cristazos, Por eso, cada vez que, desde la carretera, camino del túnel de Guadarrama que cruza tan fantástica sierra, cuando miro a la izquierda, y contemplo la belleza herida del valle de Cuelgamuros, que así se llamaba el rebautizado lugar, no puedo dejar de ver la monstruosa cruz de hormigón, monstruosa por su tamaño y por el significado que allí adquiere, como una espada clavada en el corazón y en la memoria de los miles de hombres ¿hay también mujeres? arrancados de la tierra de las cunetas y las fosas comunes en que fueron enterrados después de ser vejados, apaleados y fusilados por defender el gobierno que habían votado.
Solamente una vez he estado en Cuelgamuros, Fue en una de esas excursiones en que, a bordo del utilitario familiar, un SIMCA 1000, de esos que fabricaba Barreiros, se nos sacaba los niños a "tomar el sol" al campo o la sierra, cerca de Madrid. Recuerdo de esa excursión el contraste entre la belleza del paraje y el calor de la tarde de primavera con el frío y lo macabro de aquellas criptas junto a las que pasábamos camino del altar junto al que estaba, entonces solitaria y triunfante, la tumba del fundador de la Falange, el fascista José Antonio Primo de Rivera.
Recuerdo que, sin entender muy bien qué era aquello ni su significado, no me gustó la excursión, ni siquiera la contemplación de las mastodónticas esculturas de Juan de Ávalos, a las que el tiempo está desmenuzando, pedazo a pedazo, como quisiéramos muchos romperlas con nuestras manos, por todo lo que allí significan y por todos los que tanto sufrieron, algunos hasta la muerte, prisioneros de una guerra que habían perdido, trabajando como esclavos para levantar lo que, por más que se empeñen monjes y seglares, no es más que un descomunal monumento a la humillación del vencido,
La basílica de Cuelgamuros, con su cruz y su abadía es un mausoleo a mayor gloria del dictador. El mausoleo que hubiesen deseado levantar Hitler o Mussolini, de haber muerto en la cama como murió "nuestro" Franco. Esa basílica, con sus criptas, no puedo verla más que como una de esas increíbles sepulturas de algunos emperadores chinos, en las que se encerraba a sus concubinas y sirvientes, con todas sus riquezas, para que le sirvieran en el más allá. Lo que ocurre es que, aquí, el dictador quiso rodearse de sus enemigos muertos, quizá para seguir castigándoles, y que las riquezas amasadas a costa de los vencidos y los silenciados, se las quedaron los vivos de su familia.
Todo esto, los recuerdos infantiles, la aversión a ese lugar y a quienes la convirtieron en lo que es, me han venido a la memoria desde que ayer supe que la Audiencia Provincial de Madrid, ha admitido esa histérica demanda contra Dani Mateo y el Gran Wyoming, por un presunto delito de "ofensa de los sentimientos religiosos" cometido al calificar de mierda el "monumento" levantado en Cuelgamuros.
También me ha llevado a preguntarme por qué sólo se defienden los sentimientos de los vencedores y nunca los de los vencidos o los que no queremos estar junto a quienes nos imponen los suyos. y, más aun, recuerdo ese cartel colgado, creo en un bar de Pamplona o Bilbao, no lo recuerdo, que rezaba "prohibido blasfemar sin motivo"
En el caso de Dani y Wyoming, creo que había motivo, porque a mí, amén de las cuestiones estéticas, el significado de la herida causada en la sierra de Madrid y en la memoria de los vencidos me lleva a ver la cruz de hormigón, una cruz es, antes que un símbolo, una figura geométrica, como una espada clavada en la roca, y en la dignidad y la memoria de todos, para recordar a los vivos lo que les pasó a los muertos.

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