De siempre, durante la reconquista o en la tan poco
edificante conquista de América, los españoles hemos confundido la cruz y la
espada. Y es que los vencedores de casi todas nuestras guerras han sometido al
contrario a mandobles, pero también a cristazos, Por eso, cada vez que, desde
la carretera, camino del túnel de Guadarrama que cruza tan fantástica sierra, cuando
miro a la izquierda, y contemplo la belleza herida del valle de Cuelgamuros,
que así se llamaba el rebautizado lugar, no puedo dejar de ver la monstruosa
cruz de hormigón, monstruosa por su tamaño y por el significado que allí
adquiere, como una espada clavada en el corazón y en la memoria de los miles de
hombres ¿hay también mujeres? arrancados de la tierra de las cunetas y las
fosas comunes en que fueron enterrados después de ser vejados, apaleados y
fusilados por defender el gobierno que habían votado.
Solamente una vez he estado en Cuelgamuros, Fue en una de esas
excursiones en que, a bordo del utilitario familiar, un SIMCA 1000, de esos que
fabricaba Barreiros, se nos sacaba los niños a "tomar el sol" al
campo o la sierra, cerca de Madrid. Recuerdo de esa excursión el contraste
entre la belleza del paraje y el calor de la tarde de primavera con el frío y
lo macabro de aquellas criptas junto a las que pasábamos camino del altar junto
al que estaba, entonces solitaria y triunfante, la tumba del fundador de la
Falange, el fascista José Antonio Primo de Rivera.
Recuerdo que, sin entender muy bien qué era aquello ni su
significado, no me gustó la excursión, ni siquiera la contemplación de las mastodónticas
esculturas de Juan de Ávalos, a las que el tiempo está desmenuzando, pedazo a
pedazo, como quisiéramos muchos romperlas con nuestras manos, por todo lo que
allí significan y por todos los que tanto sufrieron, algunos hasta la muerte,
prisioneros de una guerra que habían perdido, trabajando como esclavos para
levantar lo que, por más que se empeñen monjes y seglares, no es más que un
descomunal monumento a la humillación del vencido,
La basílica de Cuelgamuros, con su cruz y su abadía es un
mausoleo a mayor gloria del dictador. El mausoleo que hubiesen deseado levantar
Hitler o Mussolini, de haber muerto en la cama como murió "nuestro"
Franco. Esa basílica, con sus criptas, no puedo verla más que como una de esas
increíbles sepulturas de algunos emperadores chinos, en las que se encerraba a
sus concubinas y sirvientes, con todas sus riquezas, para que le sirvieran en
el más allá. Lo que ocurre es que, aquí, el dictador quiso rodearse de sus
enemigos muertos, quizá para seguir castigándoles, y que las riquezas amasadas
a costa de los vencidos y los silenciados, se las quedaron los vivos de su
familia.
Todo esto, los recuerdos infantiles, la aversión a ese lugar
y a quienes la convirtieron en lo que es, me han venido a la memoria desde que
ayer supe que la Audiencia Provincial de Madrid, ha admitido esa histérica
demanda contra Dani Mateo y el Gran Wyoming, por un presunto delito de
"ofensa de los sentimientos religiosos" cometido al calificar de
mierda el "monumento" levantado en Cuelgamuros.
También me ha llevado a preguntarme por qué sólo se
defienden los sentimientos de los vencedores y nunca los de los vencidos o los
que no queremos estar junto a quienes nos imponen los suyos. y, más aun,
recuerdo ese cartel colgado, creo en un bar de Pamplona o Bilbao, no lo
recuerdo, que rezaba "prohibido blasfemar sin motivo"
En el caso de Dani y Wyoming, creo que había motivo, porque
a mí, amén de las cuestiones estéticas, el significado de la herida causada en
la sierra de Madrid y en la memoria de los vencidos me lleva a ver la cruz de
hormigón, una cruz es, antes que un símbolo, una figura geométrica, como una
espada clavada en la roca, y en la dignidad y la memoria de todos, para
recordar a los vivos lo que les pasó a los muertos.
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