jueves, 8 de septiembre de 2016

LA MALA CABEZA DE RAJOY

Si alguien nos hubiese dicho haca poco más de dos años que Juan Carlos de Borbón, el rey de la transición, el héroe. mientras no se demuestre lo contrario- del 23-F, iba a verse obligado a dimitir, que abdicar no es otra cosa, no nos lo hubiésemos creído. Abdicar no se lleva mucho y, de haberse presentado a unas elecciones, estoy seguro de que Juan Carlos de Borbón no hubiese dado mal como candidato, superando, incluso, los votos recibidos por Rajoy, que lleva meses sobrándonos como el irreductible tapón que es para la gobernabilidad de España.
Pero aquel rey de popularidad a la baja, pero aún apreciad por una gran parte de los españoles, sobre todo, como le ocurre a Rajoy, los de una determinada edad, se vio obligado a dimitir y, finalmente se fue aquel 19 de julio de hace dos años. Y, si aquel rey se fue, Mariano Rajoy no puede pretender ser más que él, porque, si en el caso de Juan Carlos, el desencadenante de toso, el origen de la culpa fue aquella foto, posando orgulloso junto al cadáver de un elefante en Botsuana, en el de Rajoy el desencadenante debería ser, después de tanto como nos ha hecho pasar, el tozudo cadáver de su amigo José Manuel Soria, empeñado, imposible de esconder en un armario, porque se empeña en reaparecer una v otra vez en la vida pública española. Un cadáver enterrado y desenterrado con torpeza por el propio Rajoy, que acuciado por las prisas que generan las dudas sobre su futuro, quiso dar a su amigo una jubilación de oro en el Banco Mundial.
No sé qué le pasa a este chico, que diría mi madre, porque parece empeñado en cagarla una y otra vez, en hundirse en el oprobio, tomando decisiones difíciles de explicar y, lo que es peor, tratando de explicarlas. Rajoy no parece entender que eso que llamamos opinión pública es, a veces, difícil de entender, que a menudo se mueve a golpes de emoción y que el cansancio y las afrentas acumulados durante años se escapan a borbotones por la herida más pequeña que se abra en sus sentimientos.
No sé qué llevó a Rajoy y a su ministro De Guindos a hacer coincidir el anuncio del nombramiento de Soria con el revuelo d ellos pasillos del Congreso después de la finalización del fallido pleno de investidura. No sé si pensaron uno y otro que el rumor de ese revuelo apagaría cualquier comentario sobre la gran pifia, pero, de ser así, se equivocaron de medio a medio y, con ella, saltó la espita que contenía todo el rencor acumulado por la sociedad durante tanto tiempo, tanta frustración contenida de gente que a duras penas consigue un mal trabajo y  tiene que ver como a un torpe mentiroso se le premia con un trabajo en el que cobraría durante un año y libre de impuestos el salario de más de veinte años de su vida, si es que consigue trabajarlos.
Y Rajoy, torpeza tras torpeza, enredado no se sabe si en su ignorancia o su soberbia, ha culminado su operación de resucitar para la vida pública del cadáver de su amigo, teniendo que volver a enterrarlo deprisa y corriendo y ganándose su enemistad y rencor -le han obligado a dimitir dos veces- y la de su ministro De Guindos, al que ya se ha encargado de señalar como cabeza de turco del desaguisado.
Lo malo, para Rajoy, es el momento en que se ha desatado la tormenta, porque el país se enfrenta a un nuevo "impasse" del que, salvo que se celebren unas terceras elecciones, solo cabe concebir una salida, cualquiera que sea, en la que el precio será la cabeza, la mala cabeza, de Rajoy. Y ha quedado claro que, si cayó hace dos años la cabeza coronada sin corona de Juan Carlos de Borbón, no es disparatado pensar que, con la correspondiente presión social y mediática y las grietas que comienzan a aparecer en su partido, Rajoy se vea obligado a ceder y ofrecer la.suya en sacrificio.

1 comentario:

Mark de Zabaleta dijo...

Un excelente artículo...