Cuando uno cae en la cuenta de lo distinto que es el
comportamiento de la izquierda y la derecha ante los conflictos, especialmente
los internos, comienza a entender muchas cosas. La derecha es siempre una piña,
para la que los trapos sucios se lavan en casa, mientras que la izquierda es
una corrala, un patio de vecindad, en el que afloran las envidias, en el que se
exageran los errores y se agrandan las diferencias, siempre que se puede,
cuando no se deja al compañero persistir en el error, para verle estrellarse y
ocupar la silla que deja vacía.
Sé que todo es matizable y que también en la derecha hay
esperanzas aguirre y se crean gestapillos para espiar a los compañeros. No seré
yo quien les niegue el derecho a abrigar las pasiones, pero, o son más discretos
a la hora de odiarse, o cuentan con la complicidad de los medios que las
suavizan, cuando no las silencian.
toso esto me viene a la cabeza después de escuchar al
candidato del PP a la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, justificar, si no
defender abiertamente a Rita Barberá, en su calvario por los tribunales,
tratándola como una compañera más, pese a que, a la hora de elegir, la ex
alcaldesa optó por quedarse con el escaño y tirar a la basura el carné y una
militancia de cuarenta años en el PP y su antecedente, la Alianza Popular de
Fraga.
Para Feijóo, el hecho de que Barberá no se haya enriquecido
personalmente, algo dudoso, si se tiene en cuenta que ha vivid como una
sultana, viajando, comiendo y pernoctando en coches, restaurantes y hoteles de
lujo, a cuenta, claro, del dinero de los ciudadanos y recibiendo regalos no
menos lujosos y atenciones de quienes hacían "negocios" con el
ayuntamiento que creyó suyo para siempre.
Feijóo parece perdonar a Rita como el mismo se perdona por
haberse subido, no una, sino varias veces al barco equivocado, con la persona
equivocada, que, y lo dice para disculparse, hace veinte años cuando compadreó
con él, sólo se dedicaba al contrabando de tabaco, actividad generalizada y
socialmente aceptada en las costas gallegas, y no al narcotráfico.
Qué envidia me dan. Se lo callas, todo, se lo perdonan todo,
nada, por grave que sea, les pasa factura en las urnas. Cuánto mejor le iría a
la izquierda si se dejase de reproches, justificados o no, a los compañeros,
cuanto mejor nos iría a quienes queremos ver este país gobernado por
progresistas. Un sueño que, de momento, parece imposible, porque la izquierda
española parece empeñarse siempre que tiene oportunidad en partirse las piernas
para no avanzar.
Sólo alguna que otra carambola, aunque sea tan trágica como
fue aquel 11-M y la más que estúpida gestión que de la información sobre las investigaciones
del atentado hizo el gobierno de Aznar, nos permiten alguna que otra alegría.
esa o el desgaste de una derecha que, como la UCD de Adolfo Suárez, quiso bajar
del monte de los oligarcas para arrimarse al pueblo llano.
Es lamentable este canibalismo de la izquierda, por el que
todos mueven la silla a todos, por el que todos conspiran contra todos, lo
mismo en un partido con más de un siglo, como el PSOE, que en Podemos que
apenas tiene un lustro de existencia. No hay más que ver el cariño que los
barones del PSOE le tienen a Pedro Sánchez o esa pelea "a los cuatro
vientos" que parece haberse desatado en las filas de Podemos.
Quizá nuestra izquierda debería aprender de la derecha,
aunque, mirándolo ben, prefiero quedarme donde se ejerce, en mayor o menor
medida, la democracia interna. Prefiero llevarme algún que otro disgusto,
cabrearme de vez en cuando, antes que vivir en la paz del cementerio en el que
yacen desde hace décadas la autocrítica y el debate interno. De la derecha,
aprender la unidad, no la mordaza.
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