Que "Spotlight", una película más allá del
estrellato, aunque con magníficos intérpretes, dirigida por Tom McCarthy, actor
y guionista antes que fraile, se hiciese con el óscar a la mejor película del
año fue para mí la mejor noticia de ayer lunes y lo fue, porque me parece una
película imprescindible, de esas "basada en hechos reales", que, a mí
al menos, me reconcilia con la que ha sido mi profesión durante un cuarto de
siglo y coloca el foco que le da nombre sobre uno de las grandes lacras de la
sociedad, como lo es el hecho de que aquellos a los que durante siglos la
sociedad biempensante o, al menos, bienintencionada ha encomendado la formación
de sus hijos hayan abusado de ellos, con su aliento sucio, con sus manos
sudorosas o lo que es peor aún, con su silencio cómplice.
La historia que cuenta "Spotlight", con la dureza
de lo que ha sido y sigue siendo una realidad onerosa sucedió en Boston, la
capital del catolicismo norteamericano, pero podía haber ocurrido en la
católica Irlanda, en Italia, Francia o en la España, la "tierra de
María" de nuestros pecados, y no es otra que la del equipo de investigación
de un periódico, el Boston Globe, un equipo de esos que, en la era de los
twitter, los vídeos tomados con el móvil, los comunicados, sin replica posible
y las ruedas de prensa sin preguntas, ya no resultan rentables, al que la
llegada de un nuevo director, de esos que leen su periódico o, en su caso,
escuchan su radio, pone sobre a trabajar sobre un asunto tan turbio como viejo
y manido, pero con un nuevo enfoque, el que le permite tomar el hecho de no
provenir de la autocomplaciente y asustadiza sociedad bostoniana.
Es precisamente ese enfoque, que cumple con una de las
premisas del buen periodismo, preguntarse el porqué de que sucedan las cosas
lleva al desenmascaramiento -y no reviento ningún final, porque, insisto, todo
lo que se cuenta en la película sucedió en realidad- de la jerarquía de la
iglesia católica en Massachusetts que, durante décadas, en lugar de apartar a
los sacerdotes pederastas de los niños, se dedicó a trasladarlos o esconderlos
temporalmente, forzando además mediante presiones y dinero el silencio de las
familias de las víctimas.
Contra viento y marea, usando las mejores armas con que
cuenta un periodista, que no son otras que la documentación y los archivos del
periódico, los contactos de su agenda, la curiosidad, mezclada al cincuenta por
ciento con la tenacidad imprescindible, la astucia y, sobre todo, la capacidad
de trabajo, mezclada al cincuenta por ciento con la tenacidad, el
teléfono, y las suelas de sus zapatos, el equipo Spotlight, arropado
por el director del Globe, se toma su tiempo hasta trazar el mapa de los abusos
en la diócesis de Boston, usando los testimonios de algunas de las víctimas, el
impulso de quienes saben que mantenerse en la denuncia es lo único que les
queda y, paradójicamente, los propios anuarios de la diócesis, en los que se
refleja con la minuciosidad de un viejo almacenero cada uno de los cambios de
destino o bajas a los que, alegando inexistentes enfermedades, se sometía a los
curas denunciados.
El principal mérito de esta película, a la que la bendición del
óscar llevará muy lejos, no al cineclub de los maristas, claro, es que no
cabalga sobre el morbo, sino sobre datos fehacientes y que, en ella, lo único
escandaloso es la frialdad y la naturalidad con que la sociedad asume aquello
que debería ser arrancado de raíz de su jardín. Ese y la elegancia y eficacia
con que se trata una de las peores miserias de nuestra biempensante y
complaciente sociedad.
Otra gran enseñanza que encierra esta historia es el hecho
de todos los elementos que dieron pie a esta brillante investigación estuvieron
en uno u otro momento en manos del periódico, sin que por presiones, por
desidia o por falta de apoyo no cuajaron, no permitieron formar ese horrendo puzle
que pintó un lamentable retrato de la comunidad católica de Boston que, por
vergüenza, por miedo, por vergüenza o por complicidad, permitieron que
centenares de niños sufrieran los abusos de quienes deberían haber velado por
ellos.
Al final, la lista de los ochenta y siete curas pederastas
revelada por el Boston Globe y la evidencia de que el arzobispo sabía de su
existencia y los amparaba, desato una cadena interminable de denuncias que se
extendió a todos los rincones del universo católico y también en el tiempo
-Hoy, los maristas de Barcelona, por poner un ejemplo- llevó al traslado del
arzobispo Law, hoy "refugiado" en Roma y mereció el Pulitzer para el
equipo Spotlight del Boston Globe. El óscar hará sin duda que muchos de los que
han quedado marcados por haber padecido estos horribles abusos en su infancia
se atrevan a salir del cajón en que los ha encerrado la iglesia.
1 comentario:
Simplemente genial...
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