Hoy, como cada mañana he abierto en mi muro en facebook una
ventana al humor más negro, a la ironía y a la denuncia del grafitero británico
Banksy y la imagen escogida hoy es a de unas orondas y, por qué no, sucias
palomas presionando con pancartas a un pájaro "distinto", más
hermoso, más ágil y, sin duda, más hábil e inteligente que ellas, para que
salga de su territorio, para no repartir con él las migas de que se alimenta en
los parques y calles de las cómodas ciudades de Europa.
La imagen da que pensar y basta que ver a esas palomas
"obesas" de tan acostumbradas como están a la vida fácil,
envejecidas, asustadizas, torpes e imprudentes, a las que cualquier
gorrioncillo les quita la comida en un descuido, cualquier jilguero o gorrioncillo
de canto más agradable que su monótono zureo, degeneradas, con el músculo
atrofiado y la sangre envejecida de no tener que buscarse la vida, como hacen
sus pequeños rivales.
Las palomas de la vieja Europa son tan viejas como ella y
viven demasiado ensimismadas como para darse cuenta de que necesitan la sangre
nueva, la agilidad y las habilidades de quienes viene de lejos, huyendo de los
rigores del invierno o de los depredadores que les hacen imposible la vida en
su lugar de origen. Prefieren mostrarse orgullosas y amenazarles con su
envergadura, sin darse cuenta de que es su mismo tamaño es el que las hace
lentas y torpes, incapaces de reaccionar con presteza ante las verdaderas
amenazas, demasiado conformistas con la vida aburrida que les garantizas las
migajas de quienes, en el fondo, las desprecian y amenazan.
De alguna manera, es lo que ocurre a ras de suelo en los
parques o en las aceras está pasando en realidad con los orondos europeos,
algunos de los cuales son incapaces ya de sentir solidaridad, conmoverse o,
simplemente, dejar vivir a quienes vienen aquí a eso, a buscar la vida que,
allá donde nacieron, se les niega. Para nuestra desgracia, pudimos verlo hace
dos o tres días en las plazas de Madrid o Barcelona. pudimos asistir a su
enorme desprecio hacia los indigentes que, con mayor o menor dignidad, al fin y
al cabo, la dignidad y su derecho a perderla es lo único que les queda, pedían
en la Plaza Mayor de Madrid o la Plaza Real de Barcelona.
Allí arrojaron sus monedas al suelo para ver cómo corrían y
se echaban al suelo a recogerlas, como se arrojan los cacahuetes a los monos
para ver cómo se alborotan. Vimos también como quemaban sus billetes ante sus
narices o como las obligaban a una obscena tabla de gimnasia recompensada con
unas pocas monedas que no acabarían en forma de cerveza en los estómagos de tan
rubios y altos europeos.
Fueron lo peor de lo peor, recién llegados de Holanda, como
lo fueron sus "colegas" ingleses en Barcelona. Hicieron, hacían, como
explicó al día siguiente el profesor de filosofía jubilado que se enfrentó a
ellos, lo que está en los manuales del fascismo, en la teoría del más puro y
duro nazismo: despreciarles y anularles para no sentirles como ellos, para
alejar de sus rubias cabezas cualquier asomo de compasión o solidaridad. Y lo
hicieron porque, después, una vez anulados, despojados de sus rasgos humanos,
resulta mucho más fácil expulsarles o encerrarles.
Pero, si eso es terrible, más lo es que, cuando apareció la
Policía, nacional por supuesto, se limitase a sacar de la Plaza Mayor a las
mujeres ofendidas, en lugar de identificar a los energúmenos que las ofendieron
y, con ellas, a nosotros, de paso.
Fue un bochornoso espectáculo, al que pusieron colofón los policías.
Un espectáculo en el que sólo encuentro el consuelo de pensar que las
indigentes "hicieron caja". Un espectáculo que se convierte en
metáfora de lo que, horas después, han hecho los dirigentes europeos con la
gestión de la crisis de los refugiados, gente que lo está pasando aún peor que
las mendigas de la Plaza Mayor, gente que viene a nuestra vieja Europa buscando
una nueva vida, gente que nos trae sus ganas de luchar por esa nueva vida,
gente que nos trae sus capacidades, su cultura, su sangre nueva y distinta,
gente que nos trae los mejor que tiene, sus niños, gente a la que, como las
palomas, asustamos y arrojamos batiendo las alas de nuestras odiosas leyes a
medida que ni siquiera respetan las leyes y que dejan muy claro que las palomas
europeas, gordas y torpes, se van a morir de esa opulencia que no están
dispuestas a compartir con otros.
1 comentario:
Una tragedia....
Saludos
Publicar un comentario