Vaya por delante, una vez más, que no soy creyente, ni
siquiera agnóstico, y que soy incapaz de sentir ningún respeto por una
institución, la iglesia católica, incapaz como tal de deshacerse de tanta
riqueza acumulada a lo largo de los siglos, para conectar ponerse al mismo
nivel de los que sufren e intentar entenderles sin ánimo de conducirles
"al rebaño" y defenderles de lo que unas veces son guerras, otras,
dictaduras, y, siempre, injusticias como esta terrible crisis que asuela
Europa.
No hay que negar, sin embargo, que, de vez en cuando, la
opinión de alguno de sus dirigentes, más si se trata de la del papa, conmueve o
debiera conmover a la opinión pública mundial, siempre que los medios de
comunicación, claro, dejen de mirar a sus amos y se ocupen, más allá de sus
intereses, de analizar las verdaderas causas de lo que está, nos está, pasando,
porque, no hay que olvidarlo, en este mundo en que vivimos hoy, más que nunca,
un estornudo en cualquier lugar del mundo se convierte en pulmonía en el otro
extremo del mundo.
Escribo esto pensando en la poca difusión que se ha dado a
las palabras de Jorge Mario Bergoglio en el coliseo romano durante el vía
crucis del jueves santo, señalando a los fabricantes de armas como verdaderos
responsables de tanto dolor como sufren hoy las víctimas de todo lo que hipócritamente
llamamos conflictos: muertos, heridos, huérfanos y refugiados que día a día se
asoman cansinamente a nuestros televisores y que, desde hace meses, cansados de
tanto dolor sin esperanza, nos incomodan llamando a nuestras puertas, en las
playas de Grecia, Italia o la misma España.
Dijo el papa Francisco que el pan que dan a sus hijos está
ensangrentado y, aunque en la comodidad y el lujo de las mansiones en las que
viven y en los caros colegios y universidades en los que se educan para seguir
los pasos de sus padres no lleguen a enterarse, no van a dejar de ser ciertas
las palabras de Francisco, porque en cada refugiado, en cada muerto, en cada
herido podría encontrarse la traza de los negocios paternos, del mismo modo que
en cada terrorista desesperado que, empujado por los que le prometen el paraíso
y el perdón, también se podría encontrar esa siniestra traza.
Tiene razón Francisco, porque, de un tiempo a esta parte,
los fabricantes de armas creen haber dado con la fórmula mágica para
engrandecer aún más su negocio y que no es otra que la guerra
"limpia", entiéndase para las grandes potencias, la guerra desde el
aire. la guerra de "videojuegos", en la que no hay seres humanos,
sino figuras que se mueven y los edificios se transforman en figuras
geométricas de las que no importa que estén repletas de mujeres, niños o
heridos y se convierten en objetivos que desaparecen detrás de una diana.
En esas guerras sin víctimas del primer mundo, guerras de
las que no vuelven cadáveres en bolsas negras, dentro de cajas cubiertas por
banderas, hay otras muchas víctimas, las que lo pierden todo y tienen que huir
con lo puesto, las que se quedan sin padres, si escuelas y sin juegos para
crecer en medio de los escombros, con metralla, balas y bombas como juguetes,
víctimas que aún no sabemos en qué van a quedar y que van a sentir por los
países que mandaron los aviones y las bombas origen de su "no futuro"
y su desgracia.
Los fabricantes de armas y los gobiernos que se las compran,
invirtiendo en bombas, misiles y aviones, lo que no son capaces de invertir en
desarrollo e igualdad, los que no quieren ver la sangre de los suyos y se
limitan a alterar el que hasta no hace mucho era, heredado de la guerra fría,
el difícil tablero del próximo oriente, los que deshicieron los ejércitos de
Libia e Irak, dejando sus armas, mandos y pertrechos en manos del
fanatismo, los que hacen negocios con la venta del petróleo que queda en sus
manos y vendiéndoles más armas y más repuestos, los que dejan en la miseria y
el terror a la mayoría de los ciudadanos que sólo quieren vivir y dejar
vivir... esos fabricantes y mercaderes de armas y esos gobiernos son los que
proporcionan la coartada a quienes siembran el terror en la vieja Europa, en
Irak o en Peshawar, superándose en horror y dejando en evidencia a la alegre y
confiada policía belga y a los medios de comunicación occidentales que no
cuentan con el mismo interés los muertos que dejan sin nombre, porque los consideran ajenos.
Tuvo razón el papa, dejando a un lado la habitual hipocresía
de la iglesia y dejándonos en su alocución del Coliseum una imagen para la
reflexión, la del pan ensangrentado que los fabricantes de armas, los
mercaderes del terror, dan a sus hijos.
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