jueves, 10 de marzo de 2016

EL MECCANO EN EL JARDÍN


Asistí anoche al homenaje que unos cuantos amigos hicimos al viejo y querido Néstor Lombardi, un anciano tierno picarón o picarón anciano y tierno, como prefiráis. La excusa del homenaje, que se encargó de organizar y convocar otro amigo, Rodolfo Serrano, no era otra que la publicación en España, Néstor es argentino de La Plata, de un precioso poemario, Néstor diría lindo, con lo mejor de su caudalosa creatividad. 
Entre esos poemas, que desprenden un evocador aroma a esos viejos periódicos que, siendo un niño, descubrí en el desván de la casa de los abuelos en el pueblo, trufaba Néstor historias que recordaban esas fabulas morales, tan del gusto de aquellos tiempos que de algún modo fueron también los suyos, y, entre ellas, llamó mi atención una, en la que el protagonista era un viejo meccano, ese juguete de construcción creado en Liverpool al borde del nacimiento del siglo XX, lleno de tiras y placas de metal, ruedas, tuercas, tornillos, arandelas, ejes y poleas de metal, con el que los niños podíamos, en mi casa uno hubo, dejar volar nuestra imaginación creando grúas, vehículos edificios, puentes o robots.
Hoy el Meccano, ese juguete que llevó a tantos niños hacia la ingeniería, sigue existiendo el de hoy ya no es el mismo, porque las normas comunitarias para proteger la integridad de los niños se llevan muy mal con las tuercas y los tornillos y, sobre todo, con el metal que se oxida y esa pintura roja que tanto se descascarillaba.
Pues bien, el viejo Néstor contaba en una de esas fábulas morales cómo en una familia, sospecho que era la suya, a uno de los dos hijos le regalaron un meccano que guardaba celosamente de los anhelos de su hermano, que siempre le pedía jugar con él. El egoísmo del propietario era tal, según Néstor, que cuando se cansaba del juguete lo guardaba en su caja -ay, las cajas del Meccano- y lo escondía creo que en lo alto de un armario, que es donde los hermanos mayores esconden sus tesoros, fuera del alcance de los pequeños. Pero, tal era la pasión que el pequeño ponía en el juguete, que un día, a solas, lo buscó, lo encontró y se hizo con él para jugar a su antojo y hasta el hastío. Cuando éste, el hastío, llegó al pequeño ladronzuelo -con razón, claro, que yo he ido detrás de un primogénito y se lo que se siente- enterró minuciosamente todas y cada una de las piezas en el jardín y puso a buen recaudo la sugerente caja, con lo que el juguete dejo de existir para él y para su "legítimo" dueño, pasando a ser algo así como un secreto tesoro.
En la fábula de Néstor, la carga moral estaba en la mala gestión de la autoridad paterna que no quiso intervenir para forzar la generosidad de quien yo imagino primogénito, porque, así se justificó, los adultos no deben intervenir en las cosas de los niños, lo que supuso una hipoteca imposible de saldar a la hora de exigir al pequeño que el meccano apareciera. Sin embargo, mi moraleja es bien distinta y aprovecho la fábula del viejo Lombardi para afear la conducta de nuestros partidos o, al menos, la de sus líderes que se esfuerzan en no compartir el tesoro de sus escaños o en enterrar la posible mayoría en el jardín del pacto imposible, donde cada una de las piezas que los ciudadanos hemos puesto en sus manos se llenarán de herrumbre y quedarán inservibles para el juego. Los barones del PSOE, con sus condiciones excluyentes, Podemos con su intransigencia de niño caprichoso, Albert Rivera, enredado en las faldas de mamá banca y el PP, escondiendo sus cajas A, B y C, hijas del privilegio del poder, escondidas en el armario, odiados, ensoberbecidos e insensibles siempre a lo que piden los ciudadanos, son incapaces de construir nada con este "juguete" que hemos puesto en sus manos 
Creo que el mejor destino de las piezas de un meccano no está en el altillo de un armario o bajo la tierra húmeda de un jardín. Su mejor destino está en manos de quienes sean capaces de darles vida.