Hubo un tiempo, apenas hace una semana, en el que nos
creíamos invencibles, inmortales, seguros... y bastó que alguien, dicen que un
chino, comiese lo que no debía, un animal salvaje, el mismo que había comido
toda su vida, sin control sanitario alguno, para que el cómodo castillo de
naipes de nuestra seguridad se viniese abajo con nosotros dentro. Bueno, no
exactamente. Ayudó bastante que nos diese por ir al fin del mundo a disfrutar
de nuevos paisajes y nuevas experiencias, también las gastronómicas, en viajes
de placer casi siempre innecesarios, creyendo que ese mundo que hacemos nuestro
por unos días a golpe de tarjeta de crédito es una prolongación del nuestro.
Ya pasó en los ochenta con el SIDA, visto al principio e
interesadamente como una plaga, un castigo, con el que la naturaleza, dios le
llaman algunos, castigaba la sodomía. En aquella ocasión no fue un murciélago
como dicen que ha sido ahora, sino un mono del centro de África el que facilitó
el salto de un virus, endémico entre estos animales, a la especie humana, y que
fueron también viajeros los que lo trajeron al ufano "primer" mundo.
De entonces a acá, aprendimos, si no a curarlo, sí a domarlo y a evitarlo,
aunque el miedo se olvida y la prevención se relaja, como también, más pronto
que tarde, aprenderemos a evitar este virus maldito de nombre tan regio, para convertirlo
en un mal recuerdo, en una pesadilla.
Lo que ya nunca será igual es esa sensación de seguridad
absoluta, ese vivir al día y pendientes solo del saldo de nuestra tarjeta.
Tampoco, al menos eso espero, ese dejarnos convertir en poco más que
consumidores, necesitados de gastar el sueldo o la pensión, pagando cuantos
menos impuestos mejor.
Espero que muchos que pensaban que "para qué
pagarlos", para qué pagar mi médico y el de los que ganan menos que yo o
no ganas, sí, porque lo valgo, puedo pagar médicos, clínicas y hospitales que
aparentemente, sólo aparentemente, son mejores que los muy saturados centros de
salud y hospitales públicos.
Dónde están ahora, me pregunto, todas esas clínicas y
hospitales, lujosos como hoteles, de uniformes impecables, que tanto gustan a
los insolidarios, dónde. Toda la carga de la atención, como debe ser, por otra
parte, se ha echado sobre los hombros de los trabajadores y los medios de la
sanidad pública, que, pese a verse desbordados por años de recortes egoístas
del partido que votan los egoístas, con su esfuerzo y mientras puedan están
haciendo frente a la detección y la atención de afectados por este virus.
En Madrid la maltrecha sanidad pública, con el personal
justo y los medios al límite, está en alguna zona, como Valdemoro, ya
desbordada, mientras la presidenta y sus asesores, los mismos que cierran camas
y despiden al personal sanitario, hablan, no de reabrir esas camas, sino de
quitárselas a otros servicios, y, como la cabra tira al monte, su jefe nacional
y padrino, Pablo Casado, aprovecha el paso del Pisuerga epidémico para tratar
de doblar el brazo a un Pedro Sánchez que hasta ahora se le resiste.
Casado, olvidándose de los ciudadanos se fija más y con
mayor atención en las empresas, tratando de aprovechar la emergencia para, por
ejemplo, frenar la derogación de "su" reforma laboral y, sin duda, se
aferrará al cuello del presidente hasta asfixiarle si puede, con lo cual queda
demostrado que los mismos que han propiciado esta sociedad alegre y confiada,
acostumbrada, más bien forzada, a vivir al día, pretenden convertirse en
salvadores de la misma, a su manera, claro.
Hace años, cuando aparecía una enfermedad nueva o exótica,
una enfermedad en lo más profundo del tercer mundo a nadie le importaba, entre
otras cosas, porque no nos enterábamos. Hace décadas los viajeros enfermos
morían en el camino o manifestaban los síntomas a bordo del barco o cualquiera
que fuera su medio de transporte. Hoy llegan al último confín del mundo, o
desde él, en apenas unas horas y llegan a bordo de tubos cerrados con alas, en
los que el aire se respira una y otra vez.
Hace años comíamos y usábamos lo que se producía o hacía
cerca de muestras casas, hoy gran parte de lo que comemos y lo que compramos se
produce lejos, a veces en varios países, lo que provoca un trasiego de personas
y mercancías que nos traen a veces en silencio lo que no queremos. No es que yo
esté pidiendo construir nuevas murallas chinas o romanas, pero sería
conveniente dar un repaso al cómo y el porqué de esta sociedad alegre y
confiada que muy a su pesar despierta de un sueño algo irresponsable, todos,
salvo los de siempre, los especuladores, gente sin escrúpulos que siempre sacan
partido a las desgracias ajenas, en las bolsas o en el supermercado.
Esperemos que este baño de realidad que nos está dando "el bichito", que diría aquel ministro Sancho Rof, nos devuelva a la racionalidad y a encontrar placer y felicidad en las cosas sencillas y cercanas y, sobre todo, a pensar que cuanto más fuerte sea lo de todos, más fuerte seremos todos.
Esperemos que este baño de realidad que nos está dando "el bichito", que diría aquel ministro Sancho Rof, nos devuelva a la racionalidad y a encontrar placer y felicidad en las cosas sencillas y cercanas y, sobre todo, a pensar que cuanto más fuerte sea lo de todos, más fuerte seremos todos.
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