Si algo nos está dejando esta grave epidemia que nos pasa
por encima, hay que contabilizar sin duda en ese legado las grandes dosis de
realidad que nos arroja encima, frente a este mundo de luces y oropel que nos
repite que no pasa nada o que la cosa no va con nosotros. Estamos cansados de
decir de algo que se propaga con la velocidad que arde un reguero de pólvora,
que se ha hecho viral. Pues bien, nada hay más viral que un virus y el Covid 19
es de los más virales, valga la redundancia.
La progresión de los contagios es, no ya geométrica, sino
exponencial. De in único infectado, en el más peligroso de los silencios, puede
surgir un foco capaz de expandirse secretamente entre núcleos enormes de
población. De un funeral en el que uno de los asistentes lo estaba, hemos
pasado a dos provincias en estado de alerta, con calles cerradas y un
importante número de ciudadanos con su movilidad restringida, para evitar una
expansión aún mayor de la infección. Nadie queríamos creer lo que nos decían
que podía ocurrir, yo, si soy sincero, tampoco, y fuimos muchos los que nos
dejamos llevar por la sensación de que lo de China era una exageración y las
medidas drásticas tomadas por sus autoridades, excesos propios de una
dictadura.
Una de nuestras primeras reacciones, cómo no, fue la
desconfianza racista hacia todo aquel que tuviera los ojos rasgados, mientras
en Italia, en plena Europa "civilizada", se cerraban dos localidades,
en una de las zonas más turísticas e industriales de Europa, mientras nosotros,
los europeos, no dejábamos de viajar a Italia ni de recibir italianos o, mejor
dicho, residentes en Italia en nuestras calles. Todos esos viajeros procedentes
de Italia, la mayor parte al menos, hicieron lo que no hay que hacer en estos
casos, no dar importancia a lo que estaba ocurriendo y anteponer sus intereses,
de trabajo o de ocio, a la prudencia, con lo que, para esta partida, acabaron
de echarse las cartas y me temo que fueron las peores.
Hoy es el día en que de una forma u otra los afectados por
las consecuencias de esa inconsciencia tan insolidaria son millones en España,
hoy es el día en que ese decorado de cartón piedra en que nos, eso que llamamos
Economía, se desmorona y, sin embargo aún queda gente que, porque se cree
inmortal, "es peligroso sólo para los viejos", dicen, siguen a lo
suyo, pensando que lo peor que les puede pasar es quedarse son fútbol o
tener que verlo por televisión, o quedarse sin el ruido y el olor a pólvora de
las fallas. Todo un drama, vamos, un drama que estaría justificado entre
quienes viven de los puestos de trabajo que dependen del fútbol o las fallas.
Sin embargo, olvidan que los desplazamientos que implican uno u otro espectáculo
son el mecanismo ideal para expandir los contagios aún más. Gente que, cuando
se decide jugar un partido a puerta cerrada, para salvaguardar su salud, entre
otras cosas, deciden concentrarse, bien apretaditos, en la calle para animar a
sus héroes.
Las fallas se han aplazado y los partidos de fútbol se van a
jugar a puerta cerrada, no es lo mismo, pero, en el peor de los casos, es una
decisión, veremos si se mantiene, que se toma sólo por razones económicas, por
el interés de los clubes y las televisiones y sus contratos millonarios. Ante
esto, los futbolistas se quejan y preferirían no jugar hasta que no desaparezca
el fantasma del coronavirus, porque, dicen, son un grupo de riesgo que se toca,
se besa, se abraza y se golpea. No dejan de tener algo de razón, pero sólo
algo, porque sus miedos y sus protestas se quedan en una frivolidad de niño
mimado, si se comparan con el verdadero grupo de riesgo que son los miles de
trabajadores de la sanidad pública, que se enfrentan, no a compañeros jóvenes y
bien alimentados, rebosantes de salud y bien cuidados, sino a pacientes
enfermos de todas las clases sociales, a veces en domicilios, derrotados por la edad o por la vida, sin la menor
medida de higiene, y lo hacen sin medios o con los justos, porque tienen
vocación de servicio y un punto de heroicidad que, pese a lo creído que se lo
tengan, a los futbolistas, si no a todos, a la mayoría, les faltan. Y en esas estamos, entre la frivolidad y el miedo.
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