jueves, 5 de marzo de 2020

INSOMNIO Y PESADILLA


Lo peor que le puede ocurrir a un líder político y lo que puede acabar con él y su proyecto es acabar confundiendo los intereses que defiende, se supone que en nombre de todos o para todos, con los suyos propios. Y eso, me temo, les está empezando a pasar a Pablo Iglesias y sus compañeros, no sé si celosos o demasiado apresurados, porque se están comportando como si pretendiesen, no ya asaltar los cielos, sino ponerlos patas arriba, sin medir las consecuencias que, para todos, acabarán teniendo todas y cada una de las decisiones que tomen desde sus ministerios o sus cargos.
Mucho me temo que en esas anda Iglesias cuando anda más pendiente del calendario, con citas como la del 8-M o la de la próxima asamblea de su partido, tratando de jalonar de banderas y de objetivos cumplidos el camino, sin pararse a pensar que, en cualquier campaña, tan importante es conquistar posiciones como consolidarlas. No basta con presentar un proyecto de ley de libertad sexual, porque ese proyecto tiene que ser asumible por todo el gobierno, no sólo por una parte de él, y, sobre todo, debe servir, si no a toda la sociedad, sí a la mayoría de ella.
De nada le sirve a esa sociedad que una ley, por bien intencionada y avanzada que sea, si es que lo es, sea rechazada por una parte importante de la sociedad o acabe en el Tribunal Constitucional, como sin duda pretende que acabe la derecha, para ser mutilada, un final que supondría una pérdida de tiempo y, sobre todo, de ilusión por parte de quienes creemos que hay que tomar decisiones valientes, pero inteligentes.
Parece ser que el proyecto de ley elaborado por el equipo de Irene Montero ha pisado demasiados callos, ha invadido demasiadas competencias de gobiernos autonómicos y, por otro lado, parece haber rechazado el asesoramiento y la asistencia de otros departamentos gubernamentales ajenos a la órbita de Podemos. Evidentemente ha habido prisa en exceso y, lo que me parece aún peor, cierta soberbia en la reacción de la guardia de corps, el aparato, de Pablo Iglesias.
La gente del vicepresidente y la ministra de Igualdad ha salido en tromba, con la misma virulencia que el manido coronavirus, contra todo aquel que, desde el gobierno o desde la prensa, se haya permitido criticar el anteproyecto o el ministerio del que ha salido. Iglesias se permitió, incluso, acusar de machismo, él que no parece el más indicado para hacerlo, a quienes, desde el gobierno, si concretar, había hablado de la necesidad de retocar lo presentado por su compañera.
No hay que olvidar que el tratamiento que el Código Penal daba a la violación, fruto de la reforma de Juan Alberto Belloch, ministro que fue de Zapatero, estuvo en el origen de la tristemente célebre sentencia dictada por la Audiencia de Navarra contra "la manada", una sentencia que tuvo que ser revocada por el Supremo, porque se había hecho una interpretación sesgada hacia el machismo del "código Belloch".
No basta con querer hacer las cosas bien, hay que hacerlas bien y hay que ser muy consciente de dónde se está y qué se es. Ese es el problema que Podemos, con Iglesias y  Montero a la cabeza, parecen querer demostrar al resto del gobierno, a sus asesores y a los funcionarios que son más listos que nadie y están actuando por libre y con prisas, por ejemplo con una hasta ahora sensata Yolanda Díaz que, desde el Ministerio de Trabajo que preside, se ha permitido elaborar, por su cuenta y riesgo, una guía laboral a propósito del coronavirus que ha sido rechazada por todos los agentes sociales implicados y para la que no se ha contado con el asesoramiento del Ministerio de Sanidad.
En fin, descoordinación, falta de lealtad, prisa y soberbia. La peor pesadilla que Pedro Sánchez podía haber imaginado para sus temidas noches de insomnio.

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