Dentro de cuatro días se conmemora el Día Internacional de
la Mujer, instituido por Naciones Unidas hace treinta y cinco años como una
jornada de reivindicación de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres.
En la católica España, ese día, el ocho de diciembre, se conmemoraba desde que
tengo memoria el día de la Inmaculada Concepción y, hasta que el Corte Inglés decidió
llevárselo al calor de mayo, el Día de la Madre, toda una ironía, dada la
extraña forma en que, eso nos cuentan, quedó preñada la madre de Jesús.
Durante todos esos años anteriores, se antepuso el papel de
madre al de mujer y sus derechos se vieron relegados en el hogar, en el que
cínicamente se las nombraba "reinas por un día", a ese "por fin
me siento", después de servir tres comidas, limpiar y organizar la casa,
hacer la compra con el dinero que, lo ganase quien lo ganase, administraba el
marido y de aguantar impertinencias de los hijos y del propio marido, eso si no
andaba limpiando casas, escaleras y colegios para que la familia llegase a fin
de mes.
Hoy, afortunadamente y al menos sobre el papel, todo es
distinto y, sin embargo, lo peor de aquellos años continúa persiguiendo a las
mujeres dentro y fuera de casa. En el trabajo, con esos sueldos más bajos que los
de sus compañeros varones, con esos "techos de cristal" que es
impiden llegar al lugar en que se toman las decisiones, en la calle,
convirtiéndolas en objetos e instrumentos para el placer y ,el abuso de esos
machotes que no renuncian a verse como amos y señores de esos "seres
inferiores" que, creen, están en el mundo para darles placer y alimentar su
ego, siendo poco más que cabezas de ganado que pastorea con orgullo en bares y
discotecas, y, por último, .
Afortunadamente, al menos aparentemente, en este país las
cosas han cambiado mucho en los últimos años. España ya no es ese país en el
que hace apenas cuarenta años, una mujer necesitaba, para abrir una cuenta
corriente, recibir una herencia, trabajar, viajar al extranjero, sacarse el
carné de conducir o trabajar, el permiso del marido, si es que estaba casada, o
el de su padre o tutor. Ese país no es ya el mismo en el que el adulterio
estaba castigado con prisión, aunque sólo se castigase a las adúlteras, ni ese
país en el que los embarazos no deseados se "curaban" en clínicas de
Londres o Ginebra, según el caché de la preñada, o se deshacían en cocinas o
lugares más sórdidos, con peligrosas "técnicas", en manos de
"aborteras" sin preparación alguna y sin la más mínima garantía de
supervivencia para esas pobres mujeres que no pudieron "juntar los
cuartos" para viajar a lugares donde el aborto no era ya un crimen y era a
veces un negocio, o no pudieron encontrar la excusa para justificar esos dos o
tres días de ausencia.
Hoy, con más entusiasmo que cautela, se hacen leyes
necesarias, aunque no siempre acertadas, hijas a veces del entusiasmo y de las
prisas, que, sin embargo, tienen el respaldo de la calle, aunque deban pasar
por "el taller" para limar cuantas aristas demasiado vivas y
peligrosas les han quedado, pero, dicho está, cuentan con el entusiasmo de la
calle, como se demostró hace un año y se volverá a demostrar el próximo
domingo, un entusiasmo al que, paradójicamente, quiere sumarse esa derecha en
continua campaña que, a un mes de las primeras elecciones tras la coalición de
gobierno entre el PSOE y Unidas Podemos, como la tía Serafina, "no sabe si
se mea o se orina".
Lo digo porque, después del lamentable espectáculo que
dieron Inés Arrimadas y los suyos con su inoportuna presencia en el pasado
desfile del Orgullo Gay, es ahora el PP quien, como anunció ayer su portavoz y,
ahora, "amazónica "feminista, Cayetana Álvarez de Toledo, quiere
participar en las marchas feministas del domingo, porque, dijo, ya está todo
solucionado y lo está gracias sobre todo a los gobiernos del PP.
¡Qué vergüenza! Me temo que su único interés, como el único
que tuvo Arrimadas, es el de provocar y victimizarse ante la intransigencia de
las izquierdas, porque, me pregunto qué pinta en esa fiesta el partido que no
hace tanto pretendió reinstaurar de la mano de su entonces ministro de
Justicia, Ruiz Gallardón, una ley reguladora del aborto que haría las delicias
del tío de Aba Botella, el catedrático de Obstetricia que excluía de su
asignatura las técnicas para practicar abortos seguros. Feminismo de lucha
continuada desde hace décadas, uno, y feminismo oportunista y de última, el otro,
que parece haberse dado cuenta ahora de que las mujeres piensan y votan.
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