viernes, 23 de junio de 2017

MAL...TRATADOS

En las últimas horas no se habla de otra cosa: al PSOE, podemizado o por su afán por dejarnos en ridículo, no se le ha ocurrido otra cosa que modificar,, en apeas tres días, su postura respecto al CETA, ese tratado de libre comercio entre Canadá y la Unión Europea, que tantos defensores y detractores tiene, pero que nadie, en especial esa prensa, en tiempos tan de fiar, que, se un tiempo a esta parte, no es más que la voz de ese amo que, como el diablo a Fausto le conservaba la juventud, le paga las facturas a cambio de su alma.
No sé muy buen en qué consiste el tratado. Sólo sé y a duras penas quiénes lo defienden y quienes se oponen a él y ¡oh casualidad! quienes lo defienden, todos de traje y corbata, son prácticamente los mismos, excepción hecha de Pedro Sánchez que tomó parte activa en aquello, que cedieron parte de nuestra soberanía, esa misma que tanto dicen defender, ante el Eurogrupo y la Unión Europea, para que el pago de la deuda estuviese por delante del bienestar y el futuro de ese mismo pueblo en el que, lo dice la misma constitución que alteraron, reside la ya tan menguada soberanía,
También sé que se oponen al tratado los tan adormecidos sindicatos los agricultores y ganaderos y los ecologistas, gente sin corbata, cantamañanas diría Rafael Hernando, que llevan años advirtiéndonos como la voz que clama en el desierto del apocalipsis social y medioambiental que nos ha alcanzado ya y no creo que quede nadie capaz de negar, si no es por intereses bastardos, que la globalización está acabando con el planeta y con quienes vivimos en él. 
De modo que, encomendándome el sencillo método de preguntarme quién dice qué y por qué lo hace, he llegado a la conclusión de que el tratado no me conviene. Y eso que por Canadá siento un especial cariño, al menos por la imagen idealizada que tenemos de ese país, en el que la gente vive seis meses al año sin ver el sol, encerrada en sus casas o bajo tierra y en el que se invierten millones de dólares en preservar la cultura y la lengua maternas de los millones de inmigrantes que la sostienen, pero que apenas gasta un céntimo en preservar la identidad de los nativos originales, indios e inuits, no vaya a ser que se les ocurra reclamar la propiedad de las ricas tierras que habitaban.
No nos conviene por muchas razones, entre otras la de que, como el denostado y ya desactivado por Trump TTIP, los firmantes se comprometen, para dirimir sus conflictos, a encomendarse a extraños arbitrajes, fácilmente manipulables por las grandes multinacionales, ante los que quedaríamos tan desprotegidos como hormiguitas frente a la acometida de un oso.
Sin embargo, de todos los elementos que me han llevado al convencimiento de que un tratado que consagra y agudiza los efectos de la globalización no puede ser bueno ni para mí ni para los míos, lo que quizá me haya ayudado más a colocarme donde estoy es la firmeza y coherencia de la flamante presidenta del PSOE, Cristina Narbona, quien, desde su paso por el Ministerio de Medio Ambiente, ha mantenido una pelea tenaz contra todo lo que pretende sacrificar el mundo tal y como hoy lo conocemos, en aras de un progreso suicida que nos lleva al más terrible de los desiertos. Un camino sin retorno que aún estamos a tiempo de rectificar.
Por eso, si el PSOE va a cambiar el sentido de su voto en la ratificación del CETA, bienvenido sea el quiebro, porque, con él, se acerca más a los intereses de sus votantes que, como muchos ciudadanos, se verían metidos de hoz y coz en un futuro insostenible, en el que ni el trabajo ni el entorno serían ya como los conocemos. Por ello, parafraseando al servil presidente Rajoy, prefiero hacer el ridículo que ser mal...tratado.

1 comentario:

Recomenzar dijo...

Un placer es leerte yo que sé tan poco de politica del mundo me ha encantado aprender al encontrarte