Por extraño que parezca, Felipe González no pudo incluir en
su agenda un hueco para pasarse por el pabellón de IFEMA en que su partido, ese
que tanto parecía interesarle antes de que Pedro Sánchez volviera a ganar y con
rotundidad las primarías. Ni siquiera celebrándose en fin de semana y de que la
cita para la máxima asamblea del PSOE, el partido para el que él lo fue todo
durante un tiempo y que, para él mismo, también lo fue todo, se conocía desde
hace tiempo, González tuvo intención de cambiar las fechas de su viaje a
Colombia. Algo que, no tengo la más mínima duda, hubiera hecho si, en lugar de
Pedro Sánchez, "ese chico que no vale, pero nos vale", el congreso
hubiese refrendado en la secretaría general socialista a su "pupila"
Susana Díaz.
Nadie puede quitarme de la cabeza que Felipe, me cuesta
quitarle cariñosamente el apellido, que tardo casi, o sin casi, cuarenta y ocho
horas en pronunciarse sobre la victoria de Sánchez en las urnas, donde un
militante es un voto, trato con su ausencia de hurtarse al veredicto con el
que, por activa o por pasiva, aclamándole o recibiéndole con un frío aplauso de
compromiso, los compromisarios iban a premiar o castigar su falta de
imparcialidad, al colocarse desde su cómodo retiro de vieja gloria al frente de
la conspiración que descabalgó a Sánchez de la misma secretaría general que
había ganado en las urnas y que ahora de la mano de más de la mitad de los
militantes ha recuperado.
Orgulloso y soberbio como es, no quiso arriesgarse tanto.
Por eso no faltó a la cita, por eso no quiso estar presente en esa que es la
máxima expresión de la democracia en un partido más acá, claro, de las urnas
libres. Por eso interpuso entre sus "compañeros" y él una pantalla y
un mensaje grabado, en el que empleo más tiempo en excusarse que en los buenos
deseos a la nueva dirección del partido.
Quizá hizo lo correcto, porque, dado su carácter, quizá no
hubiese sabido reaccionar ante el mínimo gesto de hostilidad. Lo que es seguro
es que no se hubiese sentido cómodo allí, en un escenario en el que predominaba
el rojo del "Sí es sí", con el que Sánchez recuperó la confianza de
las bases y derrotó en las urnas a la candidata que apoyaba el aparato, apoyado
por la prensa y por la banca. Estoy seguro de que no se iba a encontrar a
gusto en un congreso sin esa sintonía electoral, mejor dicho, comercial, aquel
"Carros de fuego", con el que tantas elecciones ganó. Estoy seguro de
que el canto de la Internacional, puño en alto, hubiese incomodado a quien tan
acostumbrado está a los agasajos de sus amigos empresarios, incluidos Carlos
Slim y Juan Luis Cebrián, que se ha jugado el diario EL PAÍS a la carta de
Susana y lo está perdiendo.
No. Felipe González ya no recuerda los tiempos de la pana.
Mucho menos parece recordarlos Alfonso Guerra, que, ahora, se descuelga con
medidas apocalípticas para Cataluña, medidas como suspender la autonomía
catalana, más propias del xenófobo dirigente popular Xavier García Albiol que
de quien tanto ha presumido de sus raíces obreras.
Definitivamente no. Felipe no se hubiese sentido a gusto en
el congreso de un partido que ha decidido hacerse mayor, ha decidido dejar de
comportarse como una empresa, para volver a ser un partido y no sólo un
partido, un partido de izquierdas, un partido para las bases y no para sus
dirigentes, un partido en el que unos pocos dirigentes, los barones, no impongan sus ideas, tras las que esconden intereses no siempre confesables, a las bases y a la ejecutiva. Está claro que no. Quizá por eso, Felipe se ha pasado al lado
oscuro de la política, ese en el que se refugian los que soportan mal el
contacto con la gente. el juicio de la gente. Quizá por eso también Felipe se
ha pasado al plasma.
1 comentario:
Ciertamente Felipe ya no es lo que era ...
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