En todos los años que vengo ejerciendo el periodismo he
aprendido algunas cosas. Una de ellas es la de entender el porqué de las
decisiones de los jurados de algunos premios. Hay premios, en especial los
literarios, que no son otra cosa que lo que en el mundo del fútbol equivaldría
a los traspasos. Con ellos, se atrae a la editorial que lo patrocina a
escritores de renombre a los que, amén de la copiosa lluvia de millones que le
corresponden, les corresponde un contrato que blinda para años venideros la relación
del autor con la editorial mediante la contratación de futuras producciones. En
fin, premios que, más que premios, son fichajes. Hay, por eso, quien dice que,
de los ganadores de los premios, en los que hay que fijarse es en los
finalistas.
Hay otros premios, de ganador sorprendente, en los que los
miembros del jurado, divididos, decretan un ganador, el tercero en disputa,
ante la imposibilidad de ponerse de acuerdo para ceder respecto de sus
favoritos. Es gracias a este tipo de decisiones, hay que reconocerlo, que han
salido a la luz autores de valía que, de otro modo, hubiesen visto bloqueado su
acceso al público.
También en el cine se dan estas anomalías ¿Quién no recuerda
media docena de películas, actores o directores, dignos de ser premiados, que
son castigados una y otra vez, año tras año, sin que quienes amamos el buen
cine podamos entenderlo? Quizá porque el cine además de arte es espectáculo y,
sobre todo, industria y, por ello, se atiende más al potencial valor comercial
del producto o de sus creadores e intérpretes que a sus valores humanísticos.
Otros premios, también en el cine se sabe de ellos, se
convierten en reto o castigo a los sátrapas que, en algunos países han
perseguido y persiguen la libertad y la cultura. Ahí están los premios que en
más de una ocasión se han otorgado a luchadores por los derechos humanos, a
organizaciones que trabajan por y para los más débiles o, por qué olvidarlas, a
autores valientes que, con inteligencia y mucho arte, como el inolvidable, Luis
García Berlanga, burlaron y se burlaron de la miope censura franquista, que no
supo ver los dardos que, uno tras otro, el director valenciano clavaba en el
corazón del régimen.
Otra modalidad de premios es aquella en la que el jurado o,
mejor dicho, la entidad que representan se premia a sí misma, adornándose con
los premiados, razón por la que, la aceptación y recogida del galardón en
persona forma parte destacada de las bases del premio. Son, quizá, la
excepción, pero hay que reconocer que son muy sonados y que, en efecto, por el
mérito reconocido o por la polémica son los más sonados. Que se lo pregunten,
si no, a Dylan y el jurado del Nobel.
Por último, están los premios, honoríficos o no, a toda una
vida o a toda una carrera, que se conceden cuando se cree que el premiado está
a punto de desaparecer y se convierten en una especie de viático laico, un
homenaje tardío que recoge el pobre premiado, a veces con muletas o en silla de
ruedas.
En este último grupo habría que encuadrar, a mi juicio, el
Princesa de Asturias a la Concordia que un jurado presidido por Javier
Fernández, presidente del principado y ex presidente de la ya extinta y nefasta
Gestora del PSOE, ha otorgado a la cada vez más decrépita y sin sentido Unión
Europea. No sé si ha sido esa la razón para concedérselo, que, tras la pérdida
de la estrella británica, que tan bien ha reflejado en su mural el más que
grafitero Banksy, o, lo que sería peor hacernos una siniestra burla a quienes
la quisimos tanto y creímos tanto en ella. Sobre todo, ahora que estamos
asistiendo, sin que nadie descomponga el gesto, al resurgimiento en ella de los
peores fantasmas de la intolerancia y, sin olvidar, que el premio se vuelve
sarcasmo cuando las playas del sur de la premiada Unión Europea se cubren con
los cadáveres de quienes intentan escapar de los infiernos que la unión o sus
aliados crean en los países de los que huyen.
El jurado, en una especie de burla sangrienta, premiar la
concordia demostrada por una alianza nacida después de la Segunda Guerra
Mundial, ahora que se están reproduciendo en esa Europa premiada los mismos
tumores que llevaron a ella, y, para más inri, la decisión se hizo pública
ayer, apenas unas horas después de la celebración del día mundial del
refugiado, de todos esos refugiados que Europa no quiere dentro de sus
fronteras. Un premio “honrífico” para quien ya no merece ser premiado.
1 comentario:
Es una merienda de ... Europeos !
Saludos
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