Aún recuerdo con qué ilusión recibí mi pasaporte europeo.
Después de haber vivido mis primeros veinte años en dictadura, me hacía
sentirme importante, ciudadano de una democracia, con los mismos derechos que
todos esos viajeros que en el cine, también en la realidad, invocaban su origen
para pedir amparo en cuanto se sentían en apuros. Ser ciudadano de Europa,
llevar en el bolsillo esa cartilla de tapas del color del vino de Borgoña, era,
para mí, un sueño cumplido, un sueño que me llenaba de orgullo.
Votar cada cuatro años en las elecciones europeas para
conformar el parlamento que elaboraría las leyes que nos daríamos los europeos
era, para mí, al principio, un deber y un honor. Un deber y un honor que
comenzaron a desvanecerse en cuanto pude ver que cada partido llenaba las
listas con que concurría a esos comicios con los desechos de la política
nacional, con personajes díscolos a los que mandaban al destierro o con
personajes a los que premiaba con vacaciones más que bien pagadas en la tierra
de la cerveza con el compromiso de asistir a las tediosas reuniones de una
inmensa asamblea en la que la inmensidad de la sala y a traducción simultánea
difícilmente captan la atención de la prensa nacional.
Los españoles fuimos despertando del sueño europeo, primero entre
bostezos de aburrimiento, luego con la desidia del que no entiende porque no se
le explica y, finalmente, con el resentimiento y el desconcierto de quien es
maltratado por aquel a quien se ha querido mucho. Tanto, que, ahora, una vez
que hemos recibido las coces de los recortes y hemos padecido el rigor de la
austeridad, atados de pies y manos, sin poder defendernos, somos muchos los que
vemos, en esa Europa con la que un día soñamos, la fuente de casi todos
nuestros males.
Lo peor de todo es que la democracia y el progreso que, al
principio, lo justificaban todo, se han ido pervirtiendo y diluyendo hasta
desaparecer prácticamente. Lo peor es que Europa, que, desde hace siglos, ha
crecido a costa del saqueo y el sufrimiento de terceros, Europa que ha explotado
y explota las riquezas de África, Europa, que se bebe ansiosamente el petróleo
y el gas del norte de África y el Próximo Oriente, Europa, que no duda en
agitar avisperos o apoyar a quien lo hace, para sacar partido de las dictaduras
tiránicas resultantes, se desentiende ahora de las víctimas de su codicia.
Europa que, por acción u omisión, deja a millones de seres
humanos en medio de la guerra o el hambre, se niega ahora a acogerlos.
Europa que ha sufrido guerras terribles, las últimas el
pasado siglo, con decenas de millones de muertos entre sus hijos, no encuentra
ahora el tiempo, el espacio ni el dinero para recoger a quienes huyen de
hambres y guerras tan terribles o más que las que la asolaron no hace tanto
tiempo. Europa, a la que se le llena la boca a la hora de hablar de derechos y
obligaciones, no quiere pobres ni, mucho menos, dolientes en sus campos y
ciudades. A Europa se le ha helado el corazón y, atrincherada en el miedo al
terrorismo y la pérdida de identidad, cierra la puerta y levanta alambradas, o
paga para que otros las levanten, con las que apartar a los millones de seres
humanos que llaman a sus puertas.
Europa que se dice cuna de la civilización y la democracia,
no está dispuesta a tender una mano a los que sufren, pero sí a pagar a Turquía
para que los enjaule. Europa va a pagar miles de millones de euros para que,
aún no sabemos cómo, se expulse de su suelo a los que lo han pisado después de
largas y penosas travesías en el mar helado que hoy baña sus costas. Europa va
a devolverlos a Turquía, saltándose sus propias leyes, saltándose el sacrosanto
deber de asilo, a cambio de dinero y de la promesa de eximir a sus ciudadanos
de la necesidad de visado, ha acordado con Turquía, un país de dudoso pedigrí
democrático, que devolverá allí a quienes han llegado a sus playas. Europa
acaba de legalizar la deportación masiva, lo que ayer yo mismo definía como
devolución en caliente de proporciones industriales, para que Turquía
selecciones ¿despioje y desinfecte? a quienes serán luego acogidos como
refugiados,
Hoy me siento asqueado de que eso se haga en mi nombre, de que Europa se salte sus propias leyes para que Merkel y quien no es Merkel ganen sus elecciones. Hoy
siento vergüenza de Europa y devolvería con los ojos bajos ese pasaporte que con tanta ilusión y orgullo recibi.
1 comentario:
Es un montaje sin ningún sentido que no sea el invento de una moneda...
Saludos
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