Pese a que llevo toda mi vida desnudando mi pensamiento en
público, soy pudoroso, muy pudoroso. Por eso me sublevo ante quienes no tienen
pudor alguno y no dudan en mostrarse allá donde creen que les conviene hacerlo.
Es una sensación cercana a la náusea que de vez en cuando se repite, como
ahora, viendo a todos esos jefes de estado reunidos en Johannesburgo para dar
el último adiós a un hombre al que alguno de ellos consideraba y sigue
considerando terrorista.
Tristemente, creo que lo que ha hecho posible tal
consenso en torno a la figura del abuelo Mandela, ha sido precisamente el
fracaso de su gran sueño, porque la Suráfrica de hombres libres e iguales que
él soñó nunca ha sido ni será una realidad, porque, en Suráfrica, sigue
habiendo ricos muy ricos y pobres muy pobres y, lo que es peor, los muy ricos
siguen siendo blancos y los pobres más pobres y más numerosos siguen siendo los
negros.
Viendo las imágenes de tanto jefe de estado posando en el
gran estadio de la final del mundial no puedo dejar de pensar que lo que
celebran no es la obra de un hombre bueno, sino el haber suturado con bien la
herida por la que podía habérseles escapado el control del África negra. Todo
estuvo pensado y medido, incluso la renuncia del presidente De Klerk a su
programa de armas nucleares cuando la presión de la población negra sublevada
hacía ya inviable el régimen del apartheid. Ese paso supuso un gran alivio
para quienes no eran capaces de concebir un mundo en el que también los pobres
tuviesen acceso al armamento nuclear.
Creo que todos esos jefes de estado celebran que Sudáfrica
forme parte hoy de ese mundo occidental e injusto que consintió aquel régimen
tan injusto y tan inhumano que, sólo un cuarto de siglo antes, imperaba también
en los modélicos Estados Unidos de América. El sueño de Mandela ha quedado en
eso, en un sueño, y en su tierra, poco a poco, cada cosa ha vuelto al lugar que
ocupaba, aunque, eso sí, también los negros hayan accedido al poder y,
desgraciadamente, a la corrupción.
Recuerdo como si fuese ahora aquella valiente decisión del
músico norteamericano Paul Simon que decidió ponerse del lado de los
negros y al margen de las moralistas democracias occidentales para, con su
soberbio "Graceland", uno de los mejores discos de la Historia, hacer
cuña y abrir la rica cultura musical de los negros sudafricanos a occidente.
Los hay que no lo entendieron entonces y aun no lo entienden hoy, y condenaron
la grabación de aquel disco con músicos sudafricanos, que quizá prefiriesen ver
cocerse en el caldo del doble aislamiento que suponían el apartheid y el boicot.
Pero, afortunadamente, Paul Simon, con su oportuno gesto rompió más barreras y
muros de los que derribó el bloqueo, como siempre incompleto y cínico.
Hoy, en el funeral del hombre bueno que fue Mandela, se dan
cita enemigos irreconciliables y eso, en lugar de merecer elogios, para mí,
delata la moral distraída de un mundo que gusta más de los gestos que de los
hechos. Tanto pasmarote posando junto a los restos de Mandela, tantas
declaraciones tan formales como vacías, no son para celebrar la victoria
de la justicia y la igualdad, sino más bien para todo lo contrario- Bastaba con
escuchar esta mañana en la SER al presidente español, Mariano Rajoy, justificar
el uso de cuchillas en la valla de Melilla, mientras acudía compungido al
funeral de Nelson Mandela. Es lo mismo que hacen hoy algunos, en representación de gobiernos no muy distintos de los actuales, que no dudan en elogiar hasta la adulación al hombre por el que nunca se interesaron cuando estaba preso y alq eu, durante muchos años, consideraron líder de una banda terrorista.
Puedes leer más entradas de "A media
luz" en http://javierastasio2.blogspot.com/ y en http://javierastasio.blogspot.es y, si amas la buena música, síguenos en “Hernández y Fernández” en http://javierastasio.blogspot.com/
s
No hay comentarios:
Publicar un comentario