¿Nunca os habéis preguntado por qué los palcos de los
estadios están tan llenos de políticos y empresarios los días de partido? Yo, a
pesar de lo retórico de la pregunta, sí. Y no he tardado en contestarme que en
el fútbol, y no sólo, sobre el césped se hacen trampas, muchas trampas.
Por ejemplo y sin ir más lejos ¿a nadie le extrañó la
facilidad con que se hizo la operación que conllevó la recalificación de la
Ciudad Deportiva del Real Madrid ni el silencio cómplice de la oposición
socialista ni la falta de interés de la mayor parte de la prensa en levantar la
tapa de ese cubo de basura? Pues hubo una cosa y otra: silencio y falta de
interés y yo tengo constancia, por ejemplo, de cómo quienes desde el PSOE
criticaron el chanchullo se quedaron sin voz en la cadena de radio para la que
entonces trabajaba, con la curiosidad añadida de que quien entonces tomaba
decisiones en ella acabó encargándose de la comunicación del "ser
superior".
Es sólo un ejemplo. De todos es sabido que colegios,
fábricas, cárceles y cuarteles, construidos casi siempre en las afueras de las
ciudades, acaban engullidos por ellas y convertidos en apetitosos bocados para
la insaciable codicia de los especuladores. Por eso, quien tiene un club de
fútbol, habitualmente cargado de deudas y con cuentas habitualmente oscuras,
tiene un tesoro que en un momento dado puede dar lugar a importantes
negocios inmobiliarios, siempre que se cuente con la complicidad de las
autoridades competentes.
De eso sabemos en Madrid y Valencia, pero tal cosa no es lo
único que apesta en el mundo del fútbol en España. Porque, qué decir de todos
esos traspasos y fichajes escandalosamente caros y opacos, especialmente en
España. Para mí que sirven para escamotear beneficios y para lavar dinero negro
de vete tú a saber que negocios, además de que estoy seguro de que quienes
pierden siempre en tan aparatosos fichajes son siempre los ciudadanos a través
del patrimonio común que son los impuestos.
Acaba de ocurrir con el último gran fichaje del Barça, el
del brasileño Neymar, cuyo contrato acaba de ser reclamado por el fiscal.
Seguro que también os preguntabais por qué se permite a los
clubes de fútbol acumular deudas que multiplican por cien y por mil las que
llevarían a ciudadanos de a pie, los normales y corrientes, a la cárcel o a
multas millonarias. Pues nada, por más que la historia aparece de vez en cuando
en los titulares de la prensa, a nadie parece interesarle liquidar esa deuda,
tampoco en momentos tan graves como éste. Pues bien, ha tenido que ser la
Comisión Europea, otra vez Europa, quien meta en estas cuentas las narices que,
tan acostumbradas a la fetidez, no quieren meter las instituciones españolas.
Alguien me hizo ver hace tiempo que la Constitución y las
leyes no rigen dentro de los estadios, que algunas agresiones que serían
"de cárcel" en la calle, no se castigan sobre la hierba o que, en las
gradas se consienten insultos y actitudes impensables fuera del estadio. Y
tenía razón quien lo hizo, porque a la puerta de la mayoría de los estadios
españoles debería figurar un remedo del que dicen que hay a las
puertas del infierno, un lema que podría ser convertirse en algo así como
"abandonad toda esperanza de justicia, porque este territorio queda fuera
de la ley". Y si os queda alguna duda, recordad quien preside la Federación Española de Fútbol y sus modos y maneras.
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