Desde ayer trato de explicarme qué ha podido llevar
a este gobierno, a su presidente, Mariano Rajoy, y muy especialmente
a su ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, a aprobar una ley reguladora
del aborto tan restrictiva y tan retrógrada como la que, como proyecto, lleva
desde ayer la firma de quien fuera el jabonoso presidente de la Comunidad de
Madrid, megalómano alcalde de la capital y delfín de Manuel Fraga,
superviviente de aquellos consejos de ministros del franquismo en los que se
daba el visto nuevo al asesinato legal de seres humanos.
Trato de explicármelo, porque aprobar esta ley que devuelve
España a lo peor de los años ochenta y anteriores se sale de la estrategia
habitual en todos los partidos, esa que les lleva a contentar o, al menos, a no
molestar a cuantos más electores mejor. Trato de explicármelo y no lo consigo,
porque esta ley difícilmente puede satisfacer a las mujeres, mayoría en el
censo, y a muchos hombres que, como yo, no entienden que en una relación, por
más consentida que sea, todos los riesgos y todas las cargas correspondan
siempre a la mujer. Y si no satisface a la mayoría de futuros electores y
presumo que muchos y muchas de quienes votaron al PP hace dos años, qué es lo
que pretenden.
¿Pretenden quizá que perdamos el tiempo reabriendo un debate
que en este país ya estaba cerrado y asumido el resultado desde hace años?
No lo descarto, porque mientras nos ocupamos de ello, y no nos queda otro
remedio que hacerlo, no lo hacemos de la más que probada corrupción que carcome
al Partido Popular, tampoco de sus fracasos en el cometido prioritario de
velar por los ciudadanos al ser incapaces de garantizar un puesto de
trabajo digno para ellos. Ni, mucho menos, de lo mal que le han salido las
cuentas a quien ha tomado medidas que, amén de perjudicar a amplios
sectores de nuestra economía, han sido incapaces de aumentar un sólo céntimo,
más bien al contrario, la capacidad del Estado para recaudar los fondos
necesarios para hacer frente al déficit.
O eso, o es que en realidad lo que pretenden es tomar
venganza adelantada del batacazo que pueden darse y deseo que se den en las
próximas elecciones. Sería algo así como "nos vais a echar, pero nos vais
a recordar por mucho tiempo". Sólo alguien que eligió como mentor
político a un personaje tan autoritario y tan arbitrario como Manuel Fraga
puede legislar castigando a las mujeres de este país a padecer embarazos no
deseados y llevarlos adelante, salvo que tenga dinero suficiente para burlar
tan restrictiva ley en el extranjero o asuma el terrible riesgo de someterse a
la operación de interrupción del embarazo en cualquier cocina, en manos de
gente poco o nada preparada y en unas condiciones de higiene deplorables.
Eso es algo que nunca les ocurrirá al ministro Gallardón o a
sus amigos y amigas. Siempre se podrán ir "de compras" a Londres o a
esquiar a Suiza, como hacían sus madres y tías durante el franquismo. Mientras,
las mujeres que por falta de información, información que, gracias a su
colega José Ignacio Wert, también se les va a negar a nuestras hijas en la
escuela, o por falta de recursos para hacerse con el método de anticoncepción
apropiado, ven peligrar su puesto de trabajo y el sustento de su familia al
quedarse embarazadas.
Es venganza y es desprecio. El desprecio que siempre han
mostrado los que van en coche o a caballo por quienes se ven obligados a doblar
el espinazo parra llevar algo que comer a la mesa familiar. Hasta ayer, uno
podía pensar en este gobierno como en el brazo ejecutor de la más injusta
política económica neoliberal. Desde que el ministro Gallardón nos obsequió con
su cinismo y su insultante y falsa pretensión de que la ley persigue preservar
la libertad de las mujeres, el gobierno de España encarna también la más
retrógrada y conservadora de las ideologías, porque tal parece que, ahora que
en Roma hay un papa dispuesto a entender a la mujer, aquí levantamos un
estandarte que les recuerda que son la imagen del pecado y estamos dispuestos a
hacerles pagar por ello.
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