martes, 22 de enero de 2019

LA LECCIÓN DE ERREJÓN


Muchas cosas han cambiado, u para bien, en la izquierda española, desde que el pasado jueves Íñigo Errejón y Manuela Carmena anunciaron la integración del fundador de Podemos en la plataforma de la alcaldesa para optar desde ella a la presidencia de la Comunidad de Madrid. La sacudida causada por el paso dado por Errejón está sacando de su depresión a los defraudados y tristes votantes de la izquierda, que, como yo, andábamos hasta entonces calculando como no quedarnos en casa en las próximas elecciones locales sin echar a perder nuestras pituitarias, desengañados como estábamos ante el erial en que el egocentrismo y la manía persecutoria de Pablo Iglesias habían convertido a la izquierda madrileña.
Yo, como imagino que otros muchos progresistas sin partido, hace tiempo que me harté de ese gurú pagado de sí mismo y contradictorio que segaba y arrancaba de su entorno a cualquiera, no sólo que le contradijese, sino que, simplemente, le hiciese sombra o resplandeciese más que él. Basta, para comprobarlo, hacer el ejercicio que propuse no hace mucho de comparar cualquier foto de los líderes de aquellos primeros e ilusionantes momentos de Podemos con las sombrías figuras que acompañan hoy a Pablo Iglesias. Son demasiadas las figuras que han ido esfumándose, desapareciendo de los órganos de decisión del partido o que han sido relegadas de los puestos clave de las muy codiciadas listas electorales, premio y castigo de la fidelidad al líder, cuando debieran ser el atractivo reclamo para el voto de los ciudadanos.
Esa es la peor imagen de un partido, la que nunca esperaba ver en Podemos, que nació como la gran esperanza para quienes creemos en la política como medio para mejoras la vida de los ciudadanos, el agente transformador de la sociedad para hacerla más justa y más igualitaria, una imagen que no creí llegaría a darme el partido al que voté. Sin embargo, Podemos lleva meses, si no años, replegándose en sí mismo, podando todo aquello que no crecía en la dirección que habían previsto Pablo Iglesias y su núcleo duro.
Así, después de su intento de enmendar la plana a Pablo Iglesias. Íñigo Errejón fue desterrado, y hay quien dice que generosamente, a encabezar la candidatura de Podemos a la Asamblea de Madrid. Pero algo pasó, algún Pepito Grillo susurro al oído de Iglesias, como el espejo de la madrastra, y le advirtió del peligro de verse superado en resultados, sobre todo después de las últimas debacles, por el desterrado que, a nadie se le escapa, goza de mayores simpatías que el denostado líder, en horas bajas desde hace ya tiempo.
Ante esa situación y lejos del conformismo que garantizaría a Errejón un escaño y un sueldo, para tranquilidad de algún miserable como Echenique, que ayer tuvo que disculparse ante la dignidad del disidente, el ahora socio de Carmena optó por abrir la cápsula en la que Iglesias había encerrado a su partido, proponiendo una opción en la que también cabría Podemos y no sólo Podemos, sino todo aquel dispuesto a trabajar por los demás desde posiciones de izquierda, pero en absoluto sectarias.
Ayer, finalmente, Errejón dio una lección, sin siquiera nombrarle, al miserable de Echenique, que, vistas las consecuencias, anoche mismo se vio obligado a pedir disculpas por sus injustas palabras. Ayer, Errejón dejó el escaño que sin duda era suyo, porque fue su presencia en la lista la que, no sin reservas, convenció a muchos, entre otros a mí, para dar el voto a Podemos. Y lo hizo sin que ninguno de sus adversarios llegase a tener el valor de quitárselo, no renunció a su militancia, porque, después de tantas decepciones, Podemos aún sigue creyendo en un proyecto que se merece otras maneras y otros dirigentes. Y lo hizo con tranquilidad, mirando a os ojos de la gente, sin circunloquios, sinceramente. Fue toda una lección para tanto acólito acrítico como rodea a Iglesias, acríticos  que son los que medran en el que todavía es su partido.

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