jueves, 31 de enero de 2019

ATRINCHERADO EN GALAPAGAR


A lo largo de estos últimos días he llegado a conclusión de que con Pablo Iglesias se cumple a la perfección eso de que "no se puede tener razón sólo por haberla tenido" ¿Cómo si no se explica el gesto de soberbia supina de no comparecer ante el consejo de ayer en el que su partido decidió qué hacer, al final la decisión fue la de esperar acontecimientos, con la propuesta de Errejón, no al que sigue siendo su partido, sino a los madrileños.
Se me dirá que Iglesias, mejor dicho, sus hijos, disfrutan de la baja paternal que les corresponde y que existe el teléfono en todas sus modalidades, incluida la videoconferencia, tan usada por Puigdemont desde su fugitiva "baja" en Waterloo. De acuerdo, sin embargo, creo que difícilmente se va a enfrentar Iglesias a un momento tan crucial como el de ayer para su futuro político y el de su partido y resolver su comparecencia como lo haría un jefe de gobierno llamado a declarar en un juicio -lo de Rajoy en el juicio de la Gürtel fue una excepción obligada- me parece cuando menos un gesto de soberbia, si no de cobardía.
Lo que está claro es que Iglesias, Montero y compañía andan desconcertados desde que Íñigo Errejón decidió abandonar la obediencia del que fue su partido, porque Iglesias no con tener que dar la batalla contra quienes, compartiendo, si no todos, sí la mayoría de los objetivos, disienten absolutamente de la estrategia para alcanzarlos de Iglesias.
La brecha quizás definitiva se abrió durante las negociaciones para la investidura de Pedro Sánchez ante la pasividad de Mariano Rajoy, que declinó el ofrecimiento del rey para formar gobierno. Pablo Iglesias, pudiendo, no quiso dar su apoyo claro a Pedro Sánchez y Podemos lo pago en las urnas en la inmediata convocatoria electoral, perdiendo bastantes votos y escaños.
Desde aquel momento, en las urnas y en las encuestas, Podemos no ha hecho sino perder apoyos. Y es que no hay nada peor para el electorado que la sensación de haber podido ayudar a constituir un gobierno más o menos progresista y no haber querido hacerlo, dejándolo en manos de la derecha de los recortes, la corrupción y el austericidio.
Por eso no me extrañó la decisión de Errejón que, después de hablarlo con la alcaldesa Carmena y de que ésta decidiese soltar el lastre "pablista" que arrastraría de cara a las municipales, contestada por Podemos con expedientes de expulsión para los concejales que habían decidido seguir a Manuela en su aventura. Tampoco me extrañó tampoco que los contactos entre la alcaldesa y el disidente fuesen discretos, ni el disgusto de la pareja Iglesias Montero, que, desde su retiro de Galapagar no podían creer que nadie diese el paso de salir de su disciplina y plantear una alterativa a sus designios. De ahí, la ira de los primeros momentos, los insultos y ofensas a Errejón de los fieles al credo pablista, que, con el paso de los días y la verificación de las fuerzas que aún le seguían, dimisión de Ramón Espinar incluida, se ha idos suavizando en las formas, aunque no en el fondo ni en eso de creer que aún tienen las riendas de la izquierda ni, menos, de sus votantes.
Iglesias se tomó ayer un respiro, que aprovechó, para dar con rabia nada contenida una sibilina, que no sutil, estopa a Errejón y Carmena, porque el resultado del consejo, lo sabía, no iba a ser resolutivo sobre la integración o no de Podemos en la plataforma del disidente. En fin, una tarde perdida, salvo para el atrincherado de Galapagar.

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