miércoles, 23 de enero de 2019

LA ESCLAVITUD NO ES PROGRESO


Para que no haya dudas, partamos de que ni entre mi familia ni mis amigos hay taxistas o conductores de VTC. Quiero decir con ello que no tengo intereses, ni siquiera sentimentales, en esta guerra que enfrenta en las calles a conductores de coches de alquiler de uno y otro tipo, mientras los que se hacen ricos, qué digo ricos, muy ricos, con su duro trabajo, permanecen en sus despachos aquí, en San Francisco u Holanda.
A lo largo de mi vida y por mi profesión, primero, y mis limitaciones, después, me he visto obligado a coger muchos taxis, en los que me he encontrado de todo: taxistas estúpidos y simpáticos, oyentes de la COPE o del mejor jazz. habladores y silenciosos, hombres y mujeres, gentes de estampita y de rosario en el espejo y, también, una conductora musulmana con pañuelo. Conductores de VTC no he visto, porque nunca los he usado. Me gusta tener unas ciertas garantías y sé que, mejor o peor, el taxi está regulado, pasa revisiones periódicas, tiene tarifas reguladas y estables, suele estar limpio y, sobre todo, coche y conductor están perfectamente identificados.
Quizá por todo eso, mi corazón está de su parte. Quizá por eso este mes de agosto hice la foto con que hoy ilustro esta entrada, la foto de un anuncio gigantesco y arrogante que se cierne sobre quienes esperan a pie de taxi la llegada de clientes, un anuncio detrás del que están, no pobres conductores sino una potente empresa, la mayor en el sector del transporte urbano. dispuesta a hacer una muesca más en su revólver, sumando Madrid y Barcelona, otras ciudades no le interesan, a los trofeos que cuelgan del despacho de sus directivos.
De ningún modo quisiera que los taxis, con sus tarifas reguladas, todos ellos vehículos homologados desapareciesen de Madrid, mi ciudad. De ningún modo quisiera que, después del calculado dumpin con el que, a costa de sus conductores, los VTC revienten el mercado con su política de precios bajos a costa de conductores explotados, con horarios y salarios de esclavos, para, luego, cuando ya no queden taxis, imponer sus tarifas abusivas como ya han hecho en otros países.
Estos días he escuchado que, cuando hay escasez de taxis y mucha demanda, los precios se subastan y la carrera que antes podía costar cinco euros se transforma en otra de quince o veinte. He oído que, mientras los taxistas de Niza atendían a las víctimas del atentado de hace dos años y a sus familiares, los VTC subieron de golpe sus tarifas un 70%. He oído también que no todos los coches son los que nos muestran limpios y de gama alta, ni los conductores van todos trajeados.
También he escuchado que los VTC se saltan los límites territoriales que les impone su licencia y que tienen una espacial querencia por Madrid o Barcelona y, claro, un coche negro es un coche negro aquí o en Cataluña, mientras que los taxis son perfectamente identificables a varias manzanas de distancia.
Evidentemente, conducir por una gran ciudad, de no ser por el tráfico, es fácil, con un GPS lo puede hacer cualquiera y en cualquier idioma, pero no es lo mismo dejarse llevar en un coche por alguien con experiencia, que hacerlo por alguien que, muchas veces, no conoce la ciudad ni el idioma.
Los directivos de Uber y Cabify son los nuevos piratas, son, como muchos otros directivos de muchas empresas nacidas a la sombra de una aplicación informática, gente dispuesta a llenar sus cuentas, ubicadas en paraísos fiscales, por cierto, aprovechándose de gente que ha perdido su empleo y que, por llevar un plato de lentejas a casa, está dispuesta a dejarse pisotear sin pensar en que, como trabajador y en pleno siglo XXI, tiene derechos.
Sé que, a corto plazo, resolver la necesidad de desplazamiento con el móvil es tentador, al mismo Iñaki Gabilondo se lo parecía ayer en su comentario diario, en el que, pese a reconocer los derechos de los taxistas, debería adaptarse a los tiempos, como lo había hecho el periodismo. Me duele tener que hacerlo, pero creo que el ejemplo de Iñaki es malo para su tesis y muy bueno para la contraria. Efectivamente, Iñaki, el periodismo se ha adaptado, dolorosamente, a los nuevos tiempos, dejando en el camino a centenares, si no miles. de buenos profesionales, podando de sus ramas a una generación casi completa de periodistas con criterio, experiencia, desgraciadamente para ellos con sueldos altos y, por qué no, una cierta rebeldía, gravosos para directores sin escrúpulos que buscan redacciones jóvenes, baratas y maleables.
Efectivamente, Iñaki, hay que adaptarse a los nuevos tiempos, pero el periodismo, desde que se ha adaptado, es menos combativo, más precario, peor pagado y, sobre todo, peor, por no decir nefasto. El periodismo, como el taxi, ha tenido que adaptarse a los nuevos tiempos, a eso que llaman progreso, pero la esclavitud, Iñaki, no es progreso.

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