Pocas cosas hay más peligrosas, quién lo duda, que una
camiseta o una bufanda de color amarillo. Todo el mundo sabe que las carga el
diablo, que, con ellas, se puede subvertir a todo un país y que ese color tan
estridente queda feo en la grada de un estadio. Además, desde hace siglos
sabemos, porque los romanos nos lo enseñaron, que, con muchas piedrecitas,
aparentemente insignificantes, se puede escribir y se pueden componer imágenes,
imágenes que, en el caso que nos ocupa, la final de la Copa del rey en el nuevo
Metropolitano, podían herir la sensibilidad de Felipe VI o, más fácil de creer,
la de las almas sensibles a las que ofende el ejercicio de la libertad de
expresión.
Quizá por ello, el despliegue policial de la tarde noche del
sábado en los alrededores del estadio tenía entre sus fines el de encontrar y
requisar sin orden ni concierto varios miles de peligrosas camisetas y bufandas
de color amarillos que sus propietarios, pacíficamente, fueron depositando en
contenedores sin que, que yo sepa, les fuese firmado recibo alguno por ellas,
como si de un cortaúñas o un frasco de perfume más voluminosos de los permitido
requisado en un aeropuerto se tratara. Una medida arbitraria que sólo es
posible adoptar cuando previamente se ha domesticado a la ciudadanía para que,
en aras de una presunta seguridad, ante cualquier medida de este tipo y bajo el
chantaje de que, de no mostrar la docilidad requerida, perderán su avión o la
final tanto tempo esperada.
¿Dónde han ido a parar todas esas prendas incautadas, dónde
van a parar los cortaúñas de Barajas? ¿Se queman, se destruyen o se donan a una
ONG para que los distribuya en países necesitados? No lo sé ni creo que lo
llegue a saber nunca, pero he ahí un bonito reportaje para el que quiera
desarrollarlo, un reportaje digno de "Equipo de Investigación" de La
Sexta. Mientras tanto, creo que el safari del sábado sólo responde a un
calentón, otro, del ministro Zoido que, una vez más, ha conseguido salir en las
portadas y las cabeceras de los telediarios por todo lo contrario de lo que
pretendía. No sé si el ministro sevillano es consciente de ello, pero lo de la
caza del culé de amarillo ha tenido el mismo efecto que lo del crucero
disfrazado de Piolín: le ha puesto en evidencia otra vez ante propios y
extraños, dejando claro que en ese ministerio algunas decisiones se toman sin
meditarlas demasiado.
Lo que no pudieron evitar Zoido ni el coro de comentaristas
y correveidiles de siempre es que el himno español se llevase otra sonora,
valga la redundancia, pitada, pese a los esfuerzos del DJ del estadio que subió
el volumen del himno hasta límites peligrosos para los tímpanos o de los
cantores del "lolo lolo", empeñados de acallar los pitos.
¿No se dan cuenta de que la principal función de los
símbolos, y el himno es uno de ellos, es el de ser pitados o abucheados, ni de
que pitar a un himno o una bandera es una sana manera de descargar toda esa
adrenalina que, de quedarse dentro, entonces sí, puede transformarse en
violencia? ¿Cuál será la próxima ocurrencia? ¿Quizá colocar bozales a quienes
lleven escrito en la mirada que piensan pitar al himno, la bandera o al rey o
amputarles uno de los labios, para que no puedan silbar, como en la Edad Media
se amputaba un par de dedos a los prisioneros para impedir que pudiesen volver
a disparar un arco el resto de sus vidas?
Lo del sábado fue tan ridículo como crueles eran las
salvajadas medievales y, además, completamente ineficaz, porque, aunque el
árbitro y sus ayudantes fueron los únicos que pudieron "pasar"
legalmente camisetas amarillas, irónicamente fue el color escogido para pitar
la final, y silbatos, el "ruido" de la patochada policial aún
resuena.
Por cierto, hubo justicia poética, porque el ministro Zoido,
conocido sevillista, no acabó bien la noche, porque tuvo que ver a su equipo
del alma derrotado por un humillante 0-5
1 comentario:
Bien dicho ...
Saludos
Mark de Zabaleta
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