martes, 10 de abril de 2018

LA UNIVERSIDAD DEL PP


Vayan por delante mi agradecimiento y mi más sincera admiración al Instituto de Derecho Público de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid por haber desplazado de los titulares y de las portadas todo lo relacionado con el procés y con ese juego perverso en que se está convirtiendo la formación de un gobierno legal y viable para Cataluña, puesta en libertad de Puigdemont incluida. Admiración y agradecimiento por haber conseguido lo que hace sólo tres semanas parecía imposible: escribir el guion de un culebrón que lo mismo interesa a catedráticos de universidad que a los viajeros del Metro o a quienes desayunan en los bares.
Pero no nos equivoquemos, este culebrón que nació casi con la primavera no es un raro accidente, no es sólo una anécdota, este culebrón consecuencia directa de cómo entienden en el Partido Popular la sociedad y el papel que en ella debe cumplir la universidad. Un papel que, a la vista de cómo han tratado a la universidad y los universitarios allá donde han gobernado y gobiernan, es bien distinto del que yo, alumno hace casi medio siglo y profesor durante seis años hace dos décadas, había pensado.
Mis padres, propietarios de un pequeño comercio, trabajaron toda su vida y requirieron de nuestro trabajo adolescente para dar carrera a cuatro hijos y lo consiguieron. 
Nosotros, mis hermanos y yo, con esos estudios, conseguimos ascender un escalón en la sociedad, un médico, dos periodistas, Miguel fallecido demasiado joven y muy brillante, y una farmacéutica. Con esas herramientas, salvo yo que preferí quedarme, pudimos salir del barrio en que crecimos y acceder a trabajos, cuando menos interesantes durante un tiempo. Y así, como nosotros, decenas de miles, si no centenares de ciudadanos como yo y mis hermanos pudimos alcanzar, al menos en parte, nuestros sueños, recompensando así el esfuerzo de nuestros padres.
En el PP, el de las cafeterías del barrio de Salamanca, esa universidad que nos dio títulos a mí y mis hermanos nunca gustó, porque se vio como una amenaza. De qué, como diría un castizo, el hijo de una portera podía llegar a ser tan abogado, tan cirujano, tan ingeniero o tan notario como los suyos. No digamos ya, de qué tenían que pagarles la carrera a esos que luego iban a tener delante en las gradas del Congreso o cualquier parlamento autonómico.
La cosa no podía seguir así. Con las becas, con las universidades cercanas, con los campus en la periferia de las grandes ciudades, a un viaje de autobús o un paseo, los títulos, las carreras, de sus hijos se estaban devaluando. Sólo pagando carísimas y prestigiosas universidades en el extranjero, y no todos podían, se marcaría la diferencia. Había que hacer algo y lo hicieron: dinamitaron el modelo de universidad del que yo, mis padres y mis vecinos estábamos tan orgullosos.
Por eso recortaron las becas, degradaron los títulos, partiendo las licenciaturas en grados y másteres, dejando los grados para la gran masa, sin posibilidades laborales y sin futuro, salvo que a esos grados se sumasen los másteres, caros y exclusivos, inasequibles para quienes no toman los domingos los pasteles de las confiterías de la calle Goya y sólo accesibles económicamente si se compatibilizan con un trabajo que difícilmente se encuentra. Una estrategia perfectamente calculada y perversa que, a las familias no tan pudientes, les ponía otra vez ante el viejo dilema de Cabrera Infante "Cine o Sardina", transformado en "comida de calidad, vacaciones y ropa nueva o carrera".
Dicho y hecho. Pero, por si fuera poco, había que adornar también los currículos, los nuevos escudos de armas, de los suyos con esos títulos de nueva creación, los másteres, sobre materias tan raras como exclusivas, a veces perfectamente inútiles, si no se está ya a bordo del autobús del poder. Másteres que, lo estamos viendo, se envolvían en papel de regalo o en celofán y, con lazos, se enviaban a la sede del partido y los organismos colonizados, sin molestias ni esfuerzo. Dicho y hecho, pero no sólo eso, porque, en los planes de la presunta inocente Cristina Cifuentes, estaba sacar adelante una nueva ley de universidades que posibilitaba la designación a dedo del profesorado, convirtiendo lo que ha sido nuestro sueño y uno de los grandes éxitos de la democracia española en un enorme Instituto de Derecho Público, en el que se fabrican títulos para los de siempre, abriendo otra vez la odiosa brecha académica del franquismo. Eso y no otra cosa es lo que significa para el PP la universidad, un foso, otro, que les separe de los de abajo, por muy inteligentes que sean, que, además, para algunos se convierte en negocio.

1 comentario:

Mark de Zabaleta dijo...

Excelente artículo...

Saludos
Mark de Zabaleta