Vaya por delante que no creo en los currículos, que, si me
apuran, no creo en los títulos, quizá porque mi profesión, el periodismo, es
poco más que un oficio que se aprende trabajando día a día, un oficio en el que
los títulos, especialmente el de Periodismo, poco o nada garantizan. De hecho,
yo, que lo he ejercido durante más de tres décadas, pese a que enseñe
periodismo en la universidad, no tengo la licenciatura en Periodismo sino en
Imagen Visual y Auditiva.
No creo en los en los currículos, tampoco en algunos
títulos, quizá también porque con currículos tan extensos y brillantes como los
de Cristina Cifuentes o Pablo Casado hay jóvenes repartiendo pizzas, preparando
hamburguesas, sirviendo copas o preparando oposiciones, no por falta de
brillantez, sino porque no tienen o en su día no tuvieron el carné de
partido o el padrino apropiados.
Recuerdo que, a mis alumnos de Periodismo, alguno lo
recordará también, les desconcertaba saber que, de ninguno de los compañeros
que he tenido en mis años de profesión, he sabido cómo era de brillante su
expediente académico. No me interesaba, a mis jefes tampoco, bastaba con saber
cómo conseguían las informaciones, cómo la elaboraban, cómo la escribían y cómo
la ponían en antena.
Todo esto me viene a la cabeza, porque en mi comida de los
viernes, una especie de tertulia para pasarlo bien, en la que cada uno es ·de
su padre y de su madre", surgió hace una semana el asunto del máster de la
cada vez menos presunta inocente Cristina Cifuentes y, de paso, el de eso que
llamamos la "preparación" que deben tener los políticos y que,
curiosamente, fuimos los licenciados quienes más en duda pusimos que fuese
necesaria, quizá porque llevamos a cuestas la experiencia de haber sentido en
el mundo laboral, en nuestra primera redacción, la decepción de comprobar lo
poco y mal preparados para ejercer esa "profesión" para la que
supuestamente estábamos capacitados.
Mi abuelo decía que, para hacer cualquier cosa, reparar un
reloj, por ejemplo, el mejor es siempre "un pastor que sepa", pues en
la mayoría de las actividades ocurre lo mismo y en la política, además, que
sepa y que sea honrado. De que nos sirve a los ciudadanos que nuestros
gobernantes saquen brillo cada mañana a sus currículos y quiten el polvo a sus
títulos. De nada, absolutamente de nada. Lo que deberíamos conocer de ellos, lo
que deberían demostrarnos cada día, a cada momento, es lo capaces que son de
velar por todos nosotros, administrando con honestidad y con justicia nuestros
impuestos.
Lo malo es que, antes de comprobar para qué sirven las
carreras y los másteres de nuestros jóvenes, en este país estaba muy extendida
la idea de que quien fuese capaz de enseñar más títulos mejor nos
gobernaría, pero nada más lejos de la realidad, porque, como en el sexo, el
tamaño, del currículo, no importa o, al menos, importa poco.
Me las daría de listo si dijese que sospechaba de Pablo
Casado por tan brillante y extenso currículo, conseguido además en tan pocos
años, como era capaz de lucir. Más que sospechas lo que anidaba en mí era la
envidia y un cierto desapego hacia un tipo tan empollón como él. Sin embargo,
al enterarme esta mañana de que lo que Casado luce como posgrado en Harvard no
es más que un curso de cuatro días en Aravaca y que su máster “cifuentitil”
consistió sólo en cuatro trabajos que, juntos, ocupaban poco más de noventa
folios.
Llegado a este punto, me pregunto por qué se ha sido tan
benevolente con Pablo Casado, en comparación con la presidenta madrileña y su
máster ¿Sólo porque es guapete y simpático? ¿Quizá porque nos abrumó con las
"pruebas" que Cifuentes no fue capaz de mostrar? Como ya voy teniendo
una edad puedo recordar a Luis Roldán paseando por los medios una voluminosa
carpeta con las pruebas de su inocencia. Más bien me inclino a pensar que fue
sólo porque Casado aún tiene poder en la calle Génova y tuvo tiempo para poner
a remojo sus barbas.
En fin, seamos positivos y quedémonos con esa fiebre
limpiadora de currículos que les ha dado a nuestros políticos, alegrémonos de
que, aunque sea por miedo a las consecuencias, dejarán de pasarnos por los
morros todos esos títulos del "todo a cien", con que nos apabullaban.
Alegrémonos y conjurémonos para exigir a nuestros representantes un sólo
título, el de su honradez.
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