lunes, 16 de abril de 2018

EL CULO Y LAS TÉMPORAS


Entre las orillas de la verdad y la mentira hay todo un océano de matices que hay que navegar cada vez que se escribe o se abre la boca, más, si lo que afirma quien habla o quien escribe tiene, por razón del cargo que ocupa o por su notoriedad, mayor trascendencia que lo que dice la gente "de a pie", por eso me apena tanto que determinados personajes se dejen llevar por el escenario y el momento y, sin meditar mucho lo que dicen, "la suelten" sin medir las consecuencias y "la armen", poniendo en peligro su credibilidad, salpicando, demás, a quienes representan.
Lo hizo ayer la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, a la que se le calentó la boca a la hora de defender la decisión de su ayuntamiento de cambiar el nombre de la calle "Almirante Cervera" por el del actor Pepe Rubianes, vecino de la misma y muy querido por el público en Cataluña y fuera de ella. Una decisión que no necesitaría de más explicación que la de que se ajusta a la Ley de Memoria Histórica y que el anterior nombre, el del almirante que mandaba en 1898 la flota que fue masacrada por los buques enviados por los Estados Unidos en apoyo de los rebeldes cubanos en su afán de dejar de ser súbditos del rey de España. Lo hizo, tildando de facha al almirante, con estatuas en el país que logró la independencia a su pesar, a pesar de que murió en 1909, cuando el fascismo ni siquiera era un proyecto en la mente de Benito Mussolini ni, mucho menos, una coartada en manos del franquismo.
Lo de la alcaldesa vino a ser como considerar feminista a Agustina de Aragón o llamar demócratas a los Comuneros de Cartilla, una consecuencia más del maniqueísmo en que nos movemos, arrastrados por la simplificación del lenguaje y de los hechos a que se refieren con él a que tan acostumbrados nos tienen nuestros políticos. Quiero pensar que lo de Ada Colau fue sólo un descuido, que, por no sé qué motivo, no tuvo tiempo de enterarse de quién era el almirante o en qué época vivió, otra cosa, la ignorancia temeraria o la costumbra de asimilar los uniformes con el fascismo sería mucho más preocupante, lo quiero pensar y dese que, en breve, convenientemente asesorada, de algún modo se disculpe ante los herederos del almirante y antes quienes, como yo, nos hemos sentido ofendidos por tan tremendo desliz.
También quiero dejar constancia de que me encanta que el genial Pepe Rubianes, con cuya crónica del prendimiento de Jesús en el huerto de los olivos aún me río, tenga su calle en Barcelona y que ésta sea precisamente la calle en que vivió. Cómo no, ni me planteo que la decisión de cambiar el nombre de una calle que fue bautizada por el franquismo, en 1942, en plena posguerra, con el nombre del almirante, el mismo que llevaba un acorazado, tristemente famoso por haber bombardeado a la población civil durante la guerra, me parece correcto, faltaría más.
Lo que ya es difícil de explicar es que se haga pensando que el almirante Cervera fue un militar franquista o, como dijo la alcaldesa, un facha. Eso sería confundir el culo con las témporas y no lleva más que a equivocar a la gente y a extender y justificar el sectarismo.

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