Cualquiera que se hay movido en las inmediaciones del poder,
más si lo ha hecho, como yo, desde la privilegiada posición que, al menos
aparentemente, tiene la prensa, sabe de sobra lo que, a los líderes políticos,
especialmente a los que están en el poder, les preocupa su propia imagen y el
control de los medios, para amortiguar, desviar o, simplemente, tapar cualquier
información que pudiera ser nociva para esa imagen.
Normalmente, quien se ocupa de ese control tiene la doble
ventaja de gozar de la confianza del líder y disfrutar del poder que otorga la
administración del dinero público que acaba en los medios en forma de
publicidad institucional que, pese a que, por ley, debería adjudicarse de
manera objetiva suele darse como premio o negarse como castigo a quienes son o
dejan de ser dóciles con ese poder.
Sin embargo, el poder de quien ostenta ese cargo va mucho
más allá, porque su proximidad al "jefe" o la "jefa" roza
la intimidad y, ya se sabe, quien está presente en los momentos más discretos
tiene la potestad añadida de guardar y administrar secretos, los secretos de
las relaciones que mantienen, las filias y las fobias, los chanchullos y las
miserias que suelen acompañar al poder y a quien lo ejerce.
En la Comunidad de Madrid, durante muchos años el control de
los medios le ha correspondido a una mujer, Isabel Gallego, de la total
confianza de Esperanza Aguirre, extendido más tarde a su sucesor Ignacio
González, caída en desgracia con el ascenso de Cristina Cifuentes, martillo de
corruptos, y, también, implicada, mucho, en la investigación que se sigue
contra la trama de corrupción establecida por Francisco Granados y destapada en
la llamada Operación Púnica. Una trama consecuencia de la sofisticación que
llegó el poder en Madrid, invirtiendo ingentes cantidades de dinero público que
se desviaba de obras y contratas, dinero que se empleaba en la mejora de la
imagen pública de líderes y consejeros del partido en Madrid, dinero de cuyo
destino y origen sabía mucho la señora Gallego.
Pues bien, ahora que vienen mal dadas, las palmas de la loa
se vuelven cañas con las que defenderse de los adversarios o, simplemente,
agredirlos. Y la señora Gallego, de la total confianza de Esperanza Aguirre y
su sucesor, Ignacio González, no quiere "comerse" sola este marrón y,
para ponerse a salvo, ha decidido hurgar en el baúl de sus recuerdos,
selectivamente, eso sí, poniendo a disposición del juez datos fundamentales y
pistas sobre lo que ha calificado como chiringuitos y que no son otra cosa que
los proyectos, empresas públicas, fundaciones y presupuestos de los que
determinados consejeros de uno y otro gobierno obtenían los fondos con que
pagarse el maquillaje reputacional que necesitaban.
Ayer mismo pudimos escuchar un fragmento de la grabación de
la declaración en la que señalaba a sus excompañeros. Ayer pudimos escuchar
como, uno tras otro, iba señalando los chiringuitos en que cada uno de ellos
había convertido los organismos que quedaban a su alcance.
Debe ser algo congénito en la gente del PP, porque el
senador Agramunt, que presidió la Asamblea del Consejo de Europa convirtió
aquel cargo, lo supimos ayer por un informe del propio consejo, en su propio
chiringuito desde el que, a cambio de viajes, vacaciones, electrónica y
prostitutas, hizo lo posible para dar por buenas unas dudosas elecciones en Azerbaiyán.
Ya por último y mientras escribo esto, me entero de que
Cristina Cifuentes no sólo recibe regalos, sino que se los hace: dos cremas de
belleza robadas en un supermercado cercano a la Asamblea en la que mintió hace
unos días. En fin, para mear y no echar gota.
Habrá que ver quién, en este sálvese quien pueda, en este
aflorar de chiringuitos y choriceos ha hecho su particular fuego cruzado con
las imágenes de la ya no tan presunta inocente.
1 comentario:
Excelente artículo ...
Saludos
mark de Zabaleta
Publicar un comentario