Ocho de marzo. Un ocho de marzo más. Una fecha escogida por
La Organización de Naciones Unidas para conmemorar y poco más la injusticia en
que viven miles de millones de mujeres por el mero hecho de serlo. Un ocho de
marzo en el que nos dejaremos sacudir por la crudeza de imágenes o historias
que otros días, si no nos parecen normales, nos afectan lo justo, porque
creemos que, al fin y al cabo, son historias ajenas, en las que es mejor no
entrar.
En días como hoy, cada año, escuchamos sin indignarnos como
debiéramos que las mujeres, por el hecho de serlo, trabajan más y peor pagadas
que sus compañeros varones, escucharnos sin indignarnos que, por el mismo
trabajo, con vidas parecidas o más duras que las de sus compañeros a la
espalda, las mujeres se ven "recompensadas" con pensiones
insultantemente más bajas.
Pareciera que lo suyo, lo de las mujeres, es una maldición
bíblica, en realidad lo es, que la condena por los siglos de los siglos a
trabajar más, vivir peor y ser peor tratada que nosotros, los machos, los cazadores,
los sementales, que, por la falsa impresión de que damos seguridad y
protección, porque hemos ido a dejarnos matar a las guerras como gilipollas,
ahora ven ellas también, lo merecemos todo y lo merecemos en detrimento de
ellas.
Cada ocho de marzo, como cada día que me detengo a pensar en
ello, me doy cuenta de lo injusto de la situación, pero poco más es lo que
hago. Todos, porque me siento inmerso, arrastrado, por una corriente, la de ese
machismo atávico que, al menos en mi caso, nos han enseñado las madres, en la
que lo mejor es salir a flote y dejarse arrastrar. Nadar contra ella no es
fácil, cuesta hacerlo. Apenas nos extraña que detrás de una fregona, más o
menos tecnologizada, sujetando un trapo o una botella de lejía estén casi
siempre mujeres, que en los supermercados sean infinitamente más las cajeras
que los cajeros, que sean pocas las conductoras de autobuses o las maquinistas
de trenes, que, también en el ejército sean tantas y tan duras las historias
que hablan de desigualdad, cuando no de acoso infame por parte de mandos y
compañeros. Apenas nos extraña y ya va siendo hora de que nos vaya extrañando.
No queda lejos aquella polémica sobre si la mujer cuida
mejor que el hombre. Supongo que más por su papel de madre que por la condena
de haber sido destinada siempre, a veces a cuenta de frías e injustas
tradiciones culturales, por las que, en algunas regiones, hasta hace muy poco,
si no todavía, se condena a la menor de las hijas a hacerse cargo del cuidado
de los padres ancianos, pero, aunque fuese una cuestión cultural, fisiológica o
práctica, deberíamos proponernos seriamente desterrarla de nuestro pensamiento.
Lo que sí os adelanto es que va a ser difícil, porque la batalla hay que
librarla dentro de nosotros mismos y eso no es fácil.
A veces, valen más uno o dos ejemplos, de esos
imperceptibles, porque los arrastran esas aguas del machismo de las que os
hablaba, como esas ramas que arrastran las crecidas, que sólo notas cuando te
golpean. Yo los he encontrado en el cine, en nuestro cine. El primero, de los
primeros sesenta, de una película juvenil "Canción de juventud". En
una de las escenas, ya al final de la historia, dos jóvenes enamorados se
despiden porque el verano ha llegado a su fin y están tristes, sobre todo ella,
porque han de separarse, pero él, firme, le dice a ella, una Rocío Dúrcal
adolescente, no te preocupes, dentro de unos años volveremos a encontrarnos y
"tú serás una mujer y yo, arquitecto".
Impresionante, pero no menos que otra escena de "El
hombre de moda", de Fernando Méndez Leite, en la que Xavier Elorriaga se
"libra" de su padre, cansado de vivir con su otra hija, su marido y
sus tres niñas, diciéndole que con él no puede ser, porque se ha separado hace
un año y, como vive solo, nadie puede cuidar de él.
Habían pasado más de veinte años entre una y otra película,
la segunda se consideraba "progre", pero en el fondo, sobre el asunto
que nos ocupa este ocho de marzo, apenas nada había cambiado. Feliz ocho
de marzo, éste y los que aún nos quedan por vivir.
1 comentario:
Toda una reflexión...
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