Si una cosa he aprendido de la Historia es que toda cruzada
que se precie necesita mártires. Los mártires son el avituallamiento, la
gasolina con que reavivar la fe y las convicciones, cuando las fuerzas de la
causa, de cualquier causa, comienzan a flaquear. precisamente en esos largos
repechos de normalidad, esos tediosos periodos de tiempo, entre elección y
elección, entre conmemoración y conmemoración, en los que apenas hay nada
estimulante que llevar a las primeras y a los telediarios y la gente, con el
entusiasmo por los suelos y agujetas en el convencimiento, comienza a pensar
con inquietud en lo de todos los días, los colegios, la cesta de la compra, el
tráfico, en lo mal que funciona el transporte público, en los hospitales y en
todo eso que debería funcionar y no funciona, porque los que deberían velar
porque las cosas funciones están en otra cosa.
Para eso son buenos los mártires, para que las lágrimas que
la gente sencilla vierte por sus tragedias desenfoquen la realidad que les
rodea. Les ocurrió, por ejemplo al dictador Franco y los gerifaltes de su
régimen que en 1955, el año en que yo nací, a la vista de que las cosas no
marchaban como había predicado e su cruzada de fuego y sangre, encargó a quien
entonces era apenas un joven, periodista, Carlos Luis Álvarez, y que llegaría a
ser el venerado Cándido de ABC, en 300 folios, con las vidas de veinte
mártires de la Guerra Civil, asesinados por "los rojos", para
un libro que firmaría el abad del Monasterio del Valle de los Caídos, que
cobraría 200.000 pesetas por el "trabajo", de las que 25.000, una de
cada ocho, irían a parar al bolsillo del verdadero autor que, un poco por las
prisas del encargo y otro poco por tomar venganza del abad, se inventó gran
parte de esas vidas "de encargo".
Sin embargo, no siempre hay historias tan escabrosas detrás
de la "creación" de los mártires. A veces, basta con el interés de
algunos y la estupidez de otros o, quizá, de todo y de todos un poco. A veces,
cuando los intereses de unos y otros coinciden, los mártires no son más que la
consecuencia de unos pasos aparentemente, pero sólo aparentemente, mal dados
que conducen a resultados enfrentados que, paradójicamente, sirven a los
intereses de todos, de todos, eso sí, menos de quienes creen en la verdad y la
honestidad.
Ayer, el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña condenó
al ex president de la Generalitat, Artur Mas, neoconverso dispuesto a llenar
con el humo de la estrella de la independencia añadida a la cuatribarrada, las
tinieblas de ese tres o cuatro por ciento de más que los catalanes han pagado
por las obras y servicios que adjudicaba su gobierno. Pero no le condenó por
esto, que, si la Justicia es justa y se la deja trabajar, lo hará, sino por
convocar y organizar la consulta que sirvió como placebo del referéndum que,
cumpliendo la ley y sin el acuerdo con las fuerzas políticas, no pudo convocar.
Junto a él, fueron condenadas sus consejeras Joana Ortega e
Irene Rigau. Condenados a multas y a la inhabilitación para ejercer cargos
públicos. lo que, salvo Joana Rigau, hoy diputada en el Parlament de
Catalunya, y sólo hasta que la sentencia sea firme, deja fiera de la vida
pública a los condenados.
Estamos ahora en el debate de si la sentencia es leve o
severa, de sin son galgos o son podencos, algo que no es más que tiempo perdido
y pólvora gastada en salvas, en fuegos de artificio, porque lo que
verdaderamente importa es que la causa de la independencia tiene ya sus tres
primeros mártires. mártires de los de pasear, porque los verdaderos mártires
son los catalanes, independentistas o no, a los que lo que su gobierno,
cualquier gobierno, está obligado a darles a cambio de sus impuestos, les está
llegando tarde.
1 comentario:
Muy buen artículo...
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