Hoy comienza a andar el proceso de desconexión del Reino
Unido de la Unión Europea con la que, dicho sea de paso, nunca estuvo muy comprometido.
Ya se sabe que los británicos han sido siempre muy celosos de su identidad y,
más aún, de su moneda y que, por algo, el suyo ha sido el último gran imperio
de la Historia. Tanto es así, que, desde hace siglos y antes de que se soñase
siquiera con volar ni mucho menos con la construcción del costoso Eurotúnel,
cuando la niebla se tendía sobre el Canal de la Mancha, haciendo imposible la
navegación, los periódicos titulaban con orgullo que era Europa la que quedaba
incomunicada con las islas.
Desde que, en 1973, Reino Unido se integró, aunque de
aquella manera, en lo entonces era nada más Mercado Común, la actitud de los
dirigentes del Reino Unido ha sido fundamentalmente egoísta y en cierto modo obstruccionista.
Al Reino Unido nunca le interesó Europa, mucho menos los europeos, más que como
mercado para su industria y sus finanzas. Por eso, cada paso dado hacia la
integración, lo han dado a regañadientes.
Aun así y como el roce hace el cariño, los británicos se
acostumbraron a nuestra presencia en las islas, especialmente en la cosmopolita
Londres, y nosotros nos acostumbramos a que en nuestras costas floreciesen
colonias británicas, no tan ricas ni tan pobres como dicen las malas lengua, al
calor de nuestro sol y nuestra sanidad, que, mal que bien, trajeron trabajo y
una cierta prosperidad a los inviernos del Mediterráneo español.
Y en eso, llegaron la ampliación de la Unión Europea hacia
el Este, tan deseada por Alemania, y, sobre todo, la crisis, que todo lo
trastocaron, dejando a la clase obrera británica, sin minas, sin trabajo en la
industria, cada vez más pobre y marginada, en paro, pendiente de los subsidios
y, una vez más, sin esperanzas, mientras que la inmigración procedente de la
Commonwealth y de los países del sur y el este de Europa, aceptaban trabajos
rechazados por ellos.
En ese caldo de cultivo, el miedo, cuando no odio, al
extranjero fue creciendo, abonado además por la inmoral xenofobia de la simpar
prensa amarilla británica, y, a su sombra, fueron creciendo, cómo no, los
partidos ultranacionalistas, por no decir directamente fascistas, que hicieron
removerse en su cómoda siesta a una derecha apoltronada y más pendiente,
como aquí, de su destino al otro lado de las puertas giratorias que del
sufrimiento de quienes tiene que vivir en los barrios que el final del sueño
convirtió en sucios y abandonados,
Por eso Cameron, el responsable de la infamia, se apuntó a
la aventura del referéndum para desviar la atención de su responsabilidad en la
crisis, echando a los perros rabiosos el hueso de un referéndum con el que
entretenerles, dejando sin suelo a quienes querían salir de Europa y, más que
nada, cerrar las fronteras a tanto extranjero "caza empleos". Sin
embargo, al inquilino del 10 de Downing Street, mal informado y poco
acostumbrado a pisar el país, un país en el que en los años treinta, como en el
resto de Europa, floreció el nazismo, se vio atrapado en su propia trampa,
dejando al país, que se pronunció con contundencia suficiente, en la puerta de
salida y sin paracaídas. Y, por si fuera poco, los escoceses quieren, ahora que las reglas del juego han cambiado, que se les pregunte otra vez si quieren seguir formando parte del Reino Unido.
Por eso estamos aquí hoy, a punto de comenzar a desmontar
los puentes sobre el Canal de la Mancha, con el destino de las decenas de miles
de españoles que habían decidido buscar su refugio vital en el Reino Unido y
las decenas de miles de británicos que quieren vivir sus últimos años en España
frente al cañón del revólver con el que un primer ministro irresponsable
decidió jugar a la ruleta rusa.
Lo de Cameron fue una huida hacia adelante irresponsable que
ha dejado a Europa donde, probablemente, ni el mismo quería, del mismo modo que
la conversión de Artur Mas y su corrupta CiU al independentismo no es más que
otra huida hacia adelante para salir del pozo ciego en el que se metió con su
partido, el del tres por ciento.
1 comentario:
Gran Bretaña lo tuvo claro desde el principio... nunca abandonaron su moneda !
Saludos
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