Si hay una característica común a los españoles, un rasgo
que nos caracteriza, si no a todos, sí a casi todos es la facilidad con que nos
dejamos embaucar, esa manera de mirar, de ver, las cosas que nos impide ver con
claridad lo que tenemos delante de los ojos.
Vivimos hipnotizados por ese instrumento que antes
llamábamos "caja tonta", cuando los verdaderos tontos éramos
nosotros, y que ahora, por no ser, ya no es ni caja. Quien se hace con el
control de la televisión, antes o después acaba por controlarnos a todos. Los
poderosos lo saben muy bien. La tele es la nueva religión. Es la que nos dice
lo que es bueno y lo que es malo, la que impone modas o las entierra, la que
nos hace hablar a su imagen y semejanza, la que simplifica, no ya el lenguaje,
sino el pensamiento y nos convierte en seres inertes, incapaces de reaccionar,
de tomar iniciativas ante lo que no son más que agresiones a nuestra dignidad,
a nuestra identidad como seres humanos.
Sin embargo, con ser malo todo lo anterior, lo peor es que
la televisión decide qué pasa y que no, la que, como la gaita del faquir
paraliza a la cobra, hipnotizándola, nos paraliza con sus historias vulgares
contadas a gritos, con sus tertulias llenas de nada, con su fútbol a todas
horas y con la publicidad que aprovecha nuestras horas bajas, nuestro sopor más
insano, para imponernos con el rimo de sus bellos martillazos un modo de vida,
unas aspiraciones, unas necesidades, que en realidad no son nuestras y que sólo
responden a la codicia y los oscuros intereses de los que eufemísticamente se
hacen llamar anunciantes.
Antes no era así. Antes, la televisión la controlaban los
gobiernos. Aquí, en plena dictadura, trataban de hacer los mismo, pero sus
modos eran tan burdos que actuaban como vacuna creando en nosotros los anti
cuerpos en nosotros que nos defendían de su mensaje. En las democracias, los
parlamentos se dotaban de sistemas de control sobre tan poderoso instrumento de
adoctrinamiento y trabajaban para imponer y defender la creación y la cultura.
Hoy, cualquiera de nosotros pagaría, algunos de hecho pagamos, para ponernos a
salvo de la zafiedad que escupen en nuestro salón los nuevos receptores, mucho
más caros y tecnológicamente eficaces, a mayor gloria de ese monstruo sin cara,
apostado tras los índices bursátiles, camuflado de erotismo ramplón, gestas
deportivas y concursos amañados, que trata de aturdirnos, haciéndonos creer
que, cargados de cadenas, plazos e hipotecas, somos más libres de los que lo
hemos sido nunca.
La televisión, por más que creamos otra cosa es hoy en día
la gran fábrica de pensamiento y yo, que, por desgracia, me he visto forzado a
abandonar la lectura, que dependo de ella para entretener gran parte de mi
ocio, soy consciente de todos esos males que os describo, de toso ese veneno
que , desde hace tiempo y en nombre de la libertad de expresión, nos inoculan,
ya desde pequeñitos, con esos dibujos animados sin fin, que van parasitando en
el cerebro de nuestros niños ese lenguaje, ese machismo y esos
comportamientos agresivos que un día acabarán por sorprendernos. Quizá por
eso envidio tanto a quienes puede prescindir de ella, de sus concursos, sus
series, sus documentales tan parecidos, sus películas repetidas hasta la
saciedad, sus teleseries ñoñas y simplonas o, por qué no decirlo, la mayoría de
sus series.
Ya va para treinta años que se autorizó y reguló la
televisión privada en España. Recuerdo que se nos dijo que, con ella, seríamos
más libres y se vería mejor defendida nuestra libertad de expresión. Nada más
lejos de la realidad. Hoy, tres décadas después, nuestra televisión sigue
estando en manos de los poderosos, con el agravante de que, entonces, podíamos
aspirar a cambiar ese poder que controlaba es única televisión, algo a lo que,
parece hemos, renunciado hoy, puesto que los canales privados están en manos de
grupos poderosos, que mantienen oscuros lazos con los partidos "de
siempre", las más de las veces a cambio de que el poder que ostentan o han
ostentado se encargue de atrofiar esa otra televisión que es la de todos,
dejándonos indefensos ante esa herramienta con la que los nuevos dictadores,
sin cara ni partido, nos cultivan, como cultivarían una finca, para sembrar en
nosotros su cosecha futura. Son los nuevos dictadores y, con esas sus cadenas invisibles que todos vemos nos oprimen.
1 comentario:
Excelente análisis...
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