viernes, 3 de marzo de 2017

LOS NUEVOS DICTADORES


Si hay una característica común a los españoles, un rasgo que nos caracteriza, si no a todos, sí a casi todos es la facilidad con que nos dejamos embaucar, esa manera de mirar, de ver, las cosas que nos impide ver con claridad lo que tenemos delante de los ojos.
Vivimos hipnotizados por ese instrumento que antes llamábamos "caja tonta", cuando los verdaderos tontos éramos nosotros, y que ahora, por no ser, ya no es ni caja. Quien se hace con el control de la televisión, antes o después acaba por controlarnos a todos. Los poderosos lo saben muy bien. La tele es la nueva religión. Es la que nos dice lo que es bueno y lo que es malo, la que impone modas o las entierra, la que nos hace hablar a su imagen y semejanza, la que simplifica, no ya el lenguaje, sino el pensamiento y nos convierte en seres inertes, incapaces de reaccionar, de tomar iniciativas ante lo que no son más que agresiones a nuestra dignidad, a nuestra identidad como seres humanos.
Sin embargo, con ser malo todo lo anterior, lo peor es que la televisión decide qué pasa y que no, la que, como la gaita del faquir paraliza a la cobra, hipnotizándola, nos paraliza con sus historias vulgares contadas a gritos, con sus tertulias llenas de nada, con su fútbol a todas horas y con la publicidad que aprovecha nuestras horas bajas, nuestro sopor más insano, para imponernos con el rimo de sus bellos martillazos un modo de vida, unas aspiraciones, unas necesidades, que en realidad no son nuestras y que sólo responden a la codicia y los oscuros intereses de los que eufemísticamente se hacen llamar anunciantes.
Antes no era así. Antes, la televisión la controlaban los gobiernos. Aquí, en plena dictadura, trataban de hacer los mismo, pero sus modos eran tan burdos que actuaban como vacuna creando en nosotros los anti cuerpos en nosotros que nos defendían de su mensaje. En las democracias, los parlamentos se dotaban de sistemas de control sobre tan poderoso instrumento de adoctrinamiento y trabajaban para imponer y defender la creación y la cultura. Hoy, cualquiera de nosotros pagaría, algunos de hecho pagamos, para ponernos a salvo de la zafiedad que escupen en nuestro salón los nuevos receptores, mucho más caros y tecnológicamente eficaces, a mayor gloria de ese monstruo sin cara, apostado tras los índices bursátiles, camuflado de erotismo ramplón, gestas deportivas y concursos amañados, que trata de aturdirnos, haciéndonos creer que, cargados de cadenas, plazos e hipotecas, somos más libres de los que lo hemos sido nunca.
La televisión, por más que creamos otra cosa es hoy en día la gran fábrica de pensamiento y yo, que, por desgracia, me he visto forzado a abandonar la lectura, que dependo de ella para entretener gran parte de mi ocio, soy consciente de todos esos males que os describo, de toso ese veneno que , desde hace tiempo y en nombre de la libertad de expresión, nos inoculan, ya desde pequeñitos, con esos dibujos animados sin fin, que van parasitando en el cerebro de nuestros niños ese lenguaje, ese machismo  y esos comportamientos agresivos que un día acabarán por sorprendernos. Quizá por eso envidio tanto a quienes puede prescindir de ella, de sus concursos, sus series, sus documentales tan parecidos, sus películas repetidas hasta la saciedad, sus teleseries ñoñas y simplonas o, por qué no decirlo, la mayoría de sus series.
Ya va para treinta años que se autorizó y reguló la televisión privada en España. Recuerdo que se nos dijo que, con ella, seríamos más libres y se vería mejor defendida nuestra libertad de expresión. Nada más lejos de la realidad. Hoy, tres décadas después, nuestra televisión sigue estando en manos de los poderosos, con el agravante de que, entonces, podíamos aspirar a cambiar ese poder que controlaba es única televisión, algo a lo que, parece hemos, renunciado hoy, puesto que los canales privados están en manos de grupos poderosos, que mantienen oscuros lazos con los partidos "de siempre", las más de las veces a cambio de que el poder que ostentan o han ostentado se encargue de atrofiar esa otra televisión que es la de todos, dejándonos indefensos ante esa herramienta con la que los nuevos dictadores, sin cara ni partido, nos cultivan, como cultivarían una finca, para sembrar en nosotros su cosecha futura. Son los nuevos dictadores y, con esas sus cadenas invisibles que todos vemos nos oprimen.

1 comentario:

Mark de Zabaleta dijo...

Excelente análisis...