De todo lo ocurrido ayer, mejor dicho, de lo conocido ayer a
propósito de la corrupción, no sé qué es lo que más me inquieta, lo que me da
más asco. Por un lado, está la frialdad con que Félix Millet, que expresidente
de la Fundación de Orfeó Catalá y Palau de la Música, explica de qué modo se
repartían las "mordidas" cobradas a constructoras y otras empresas
contratistas de la Generalitat de Mas o el descaro con que la putrefacta Esperanza
Aguirre se quita de en medio, en cuanto aflora una nueva fosa séptica repleta
de las heces resultantes de la financiación del PP de Madrid, el partido que
tantos años ha presidido.
La Generalitat presuntamente era algo más que el gobierno de
los catalanes. Era también una especie de pervertido Robin Hood que
"atracaba" a los ricos, o no tan ricos, constructores para hacerse
con un botín que, como el propio Millet detalló ante el juez, iba a parar en
parte a sus bolsillos y en parte a los de su compinche Montull, como
recaudadores de la rapiña del partido del gobierno que fue y, de alguna manera,
sigue siendo de Convergencia Democrática de Catalunya, el partido que fue de
Pujol y, con otro nombre, sigue siendo de Mas.
Lo de Millet, Montull y Mas, aunque sólo sea, que no lo es,
"in vigilando" tiene, además, el agravante de haber mancillado un símbolo
como lo es el Palau de la Música, un símbolo de la resistencia de los catalanes
y su cultura frente a la rancia zafiedad del franquismo, que mantuvo la llama
de la lengua y de la música de los catalanes en los años más negros de la
dictadura. Un símbolo que arrastrará para siempre la lacra de haber sido el
instrumento del saqueo de esos mismos catalanes, a los que se privó de
escuelas, residencias y hospitales, para que CiU manejase los fondos necesarios
para imponerse una y otra vez en las elecciones y así seguir saqueando y
llenando las arcas del partido y los bolsillos sin fondo de los trúhanes que
todos sabemos.
Lo del PP madrileño y Esperanza Aguirre es parecido. Ya se
sabe que sobre corrupción nada se ha inventado desde hace mucho. Basta con
concentrar el poder, conseguir la mayoría absoluta, a ser posible
simultáneamente en autonomías y municipios, para construir esa red mafiosa de
recaudación, mediante la cual se nutren las arcas del partido, convirtiéndolas
en la fuente inagotable para pagar, en A o en B, las campañas electorales que
aseguran el poder, cerrando este círculo perverso.
Pero hay algo más: de un tiempo a esta parte se repite
machaconamente, como cualquier letanía de beatas, que fulanito o menganita -se
dice mucho de Esperanza Aguirre y se decía de Rita Barberá- no se han llevado
nada, que no se han enriquecido con la política, algo que resulta perverso y
mentiroso, porque, simplemente, el puesto que ocupan se lo deben en gran parte
a ese gasto desmedido, a ese gasto incontrolado, porque nadie parece interesado
en revisar con todas sus consecuencias esas sucias cuentas que dan y quitan el
poder con el que dar y quitar los contratos con los que consiguen renovar
mayorías... y así hasta el infinito o hasta que un juez con redaños suficientes
para abrir en canal tan depravado sistema.
Esperanza Aguirre lo bordó, hizo creer a muchos madrileños,
me temo que la mayoría, que esos hospitales, nuevos y amplios, pero mal dotados
en material y plantillas se hacían en beneficio de su bienestar. Nada más lejos
de la realidad, porque un porcentaje de lo invertido, iba a parar al partido,
lo mismo que ocurría con nuevos colegios o infraestructuras de transportes que,
como aquellas casas cuartel que renovó Luis Roldán desde la Dirección General
de la Guardia Civil, para ellos, quienes las adjudican, no tiene otro fin que
el del saqueo.
Por más que insistan unos y otros en que Aguirre tiene las
manos limpias, nos engañan. Esperanza Aguirre, desde el poder conseguido tan
tramposamente, quitó y puso cargos, dio empleo y negocios a los suyos, a sus
amigos y a los hijos e sus amigos, tejiendo una red impenetrable y pegajosa que
los madrileños, dando verdadera utilidad, a nuestro voto dejaron al descubierto
lo que escondían, lo que esconden los siniestros cajones de sus gobiernos.
Esperanza Aguirre y otros como ella son como esas flores de
cementerio, no las que se colocan sobre las sepulturas, sino las que crecen en
la tierra que cubre los cadáveres putrefactos, flores aparentemente hermosas,
flores que brotan de plantas que hunden sus raíces en la podredumbre.
1 comentario:
Excelente referencia...
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