jueves, 2 de junio de 2016

PASABAN POR ALLÍ


Cuentan de António Oliveira Salazar, fundador del Estado Novo y dictador durante treinta y seis años en nuestra vecina Portugal, que no se enriqueció desde el poder y que vivió discretamente como un ciudadano más en Lisboa, en cuyas calles no era difícil encontrarle. También se dice que este hombre religioso, sencillo y solitario, nunca acepto regalos que no fuesen libros o flores. Quizá eso sea la verdad, pero, en todo caso, esa es sólo una parte de la verdad, porque, durante los largos años en que ejerció el poder, Portugal conoció sus años más negros del pasado siglo, con centenares, miles, de muertes, encarcelamientos, y destierros, amén de una larga y dolorosa guerra colonial que acabó por provocar, cuatro años después de su muerte, ya el 25 de abril de 1974, el levantamiento militar que hoy conocemos como "Revolución de los claveles", con el desalojo del poder de su sucesor, Marcelo Caetano, con el que se puso fin a la dictadura salazarista.
Probablemente, si el golpe de los capitanes no hubiese acabado con ellos, si hubiese sido un juicio el que pusiese fin a los desmanes de aquel régimen, habría todo un coro de voces que destacaría eso, su discreción y la ausencia de avaricia en su comportamiento, un coro de voces que, quizá, destacase la ausencia de sangre en las manos del dictador, un coro de voces que quizá le recordase paseando sin escolta por las calles de O Chiado, rebuscando en las mesas y estanterías libros con los que mitigar su legendaria soledad.
Seguro que los habría, pero toda esa aparente bonhomía, ese desapego de lo material no conseguirán compensar nunca en la memoria de los portugueses toda la sangre, el dolor, la injusticia ni la miseria que acosó a Portugal durante sus años en el poder, porque, si no hizo, fue porque otros hacían por él y porque, si no vio, fue porque no quiso ver. Por eso la Historia da su nombre a los horribles años que vivió Portugal, incluso más allá de su muerte, discreta, como dicen que fue su vida, en 1970.
Esta mañana, en que escucho la catarata de voces que defienden la honradez y la honestidad de los ex presidentes de Andalucía y el PSOE, Manuel Chaves y José Antonio Griñán, procesados y camino muy probablemente del banquillo por el asunto de los ERE en Andalucía, me acuerdo de la apacible figura del dictador portugués que , aparentemente, no hizo nada reprochable, pero bajo sus mandatos, sin embargo, Portugal se convirtió en una finca de la oligarquía y en una cárcel de la que salieron camino del exilio político o económico centenares de miles de ciudadanos portugueses.
No hay que buscar el mal para causarlo. Basta con consentirlo o con rodearse de quienes lo buscan o lo consienten. Por eso, al menos moralmente, Manuel Chaves y José Antonio Griñán, como también sus consejeros, alguna responsabilidad han de tener en aquel desmadre de cuentas que durante diez años se sostuvo con las ayudas públicas de la Junta de Andalucía. Alguna responsabilidad o algún atisbo de responsabilidad, al menos moral, se habrán encontrado ellos mismos, cuando hace ya meses que dimitieron de sus escaños y cuando hace unos días se dieron de baja del partido que el propio Chaves ayudó a refundar.
Alguna responsabilidad hay, sin duda, y hace mal Felipe González en dar la cara por ellos con tanta energía, soberbia diría yo, porque, hoy, González no es ya, precisamente, un ejemplo de virtud y la encendida defensa de quien también defendió, ante el dictador de Sudán del Norte, la "honradez" del amigo que comparte con Juan Luis Cebrián, un generoso petrolero iraní interesado en operar en el territorio del tirano.
La mejor defensa de Chaves y Griñán será su presencia en el banquillo para aclarar todas las dudas existentes en torno a su gestión, Una presencia que, en cualquier caso, llegará tarde por su empeño en conservar a toda costa un aforamiento, cualquiera, que les pusiese fuera del alcance de la juez Alaya.
Hace mal González en defender incondicionalmente a sus amigos, como hace mal el PSOE en hacer otro tanto con sus ex militantes, porque haciéndolo adquiere una hipoteca que les va a perseguir y se va a hacer presente cada vez que pretendan exigir responsabilidad a personajes como Jordi Pujol, Esperanza Aguirre o Francisco Camps que, a partir de ahora, siempre podrán decir que como Chaves y Griñán, nada se llevaron o que simplemente pasaban por allí.

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