Sería enternecedor si no fuera terrible, si no nos jugáramos
todos tanto en estas elecciones. Es terrible y es penoso, Tanto, que, a veces,
tengo que pellizcarme para estar seguro de que lo veo y oigo no es un mal
sueño. Y es que me cuesta creer que el partido que más ha gobernado este país
en su ya no tan joven democracia se comporte a las puertas de unas elecciones
tan cruciales como un mal estudiante que espera el milagro de aprobar sin haber
dado un palo al agua, mientras trata de engañar a quienes le rodean y engañarse
a sí mismo con falsas esperanzas y un cierto victimismo.
Que me perdone mi amigo Luis si, como dice, me ocupo más de
Pedro Sánchez y del PSOE, que es también su partido, y de sus errores, que lo
hago de Rajoy y sus corruptos. Creo que no es cierto, pero, si lo fuese, lo
haría por una razón práctica o, mejor dicho, por dos. La primera, la de que
hablar de lo obvio apenas aporta nada y, la segunda, que tan inútil como eso es
la de tratar de convencer a los que ya están convencidos o a los que no se van
a dejar convencer jamás.
Creo que Pedro Sánchez, como el coyote persiguiendo al
correcaminos, acelera y aparentemente con convicción, pero lo hace en el vacío
y sobre el abismo. Pedro Sánchez y, con él, los miembros de su ejecutiva
no defienden ya y a la desesperada su programa ni los noventa escaños de
diciembre. Pedro Sánchez y los suyos están defendiendo sus carreras políticas y
su propia supervivencia laboral, que, de confirmarse los datos de las
encuestas, se verán más que comprometidos, porque no es lo mismo salir de una
ejecutiva que ha tenido en sus manos el gobierno que de una que ha ido, no lo
pueden negar, empeorando resultados, elección tras elección.
Todo en Sánchez es confuso e improvisado. Todo menos su
afectación, su tono tan perfectamente estudiado y esa apariencia de yerno
modelo con que nos quiere convencer de que él es la solución a nuestros
problemas. Lo malo es que no está casado con una hija única y tiene que
vérselas con sus cuñados, implacables en la crítica, y que la pose de candidato
da apenas para una campaña, incluso para una precampaña, y en este país
llevamos ya dos y tan seguidas que no hay imagen, peinado, traje o maquillaje
que las aguanten.
La última defensa del candidato socialista que está viendo cómo
se confirma su peor pesadilla, que es también la de sus compañeros y que no es
otra que la del temido sorpasso -no confundir con la pinza- pese a que ambos
términos los esgrimiese Julio Anguita contra un Felipe González en decadencia.
es la de la incredulidad y el desmentido, la trinchera desde la que dispara
contra los contumaces datos que arrojan unas tras otras las encuestas. No son
fiables, dicen coreados por algunos medios y más de un tertuliano. Son de hace
un mes, insisten, a sabiendas de que su adversario directo, su pesadilla, que
no es otro, Unidos Podemos, superó con creces en las urnas, entonces por
separado, los resultados que les daban las encuestas.
Los ciudadanos que les votan, los que en algún ocasión les hemos
votado, no les perdonamos ni les perdonaremos el domingo que intentasen imponer
un pacto, liberal, conservador y alejado de las necesidades de los ciudadanos,
a quienes podían resolver la suma que garantizase la gobernabilidad, pero,
claro, Pedro Sánchez tenía una agenda oculta que entonces contemplaba allanar
el camino a la gran coalición, una agenda oculta que le va a pesar como una
losa el resto de los días que consiga permanecer al frente del PSOE.
Lo malo es que, cuando desaparezca, que va a ser pronto, va
a dejar su partido como un erial, pero lleno de alacranes, porque como les
ocurre a quienes se venden como grandes estrellas, pero en su fuero interno
conocen de sobra sus limitaciones, ha segado la hierba bajo los pies de quienes
osen hacerle sombra. Ahí tenemos, por ejemplo, a Eduardo Madina, su odiado
rival natural, al que otra vez ha colocado en las listas en un lugar que, según
el CIS, le deja fuera del Congreso. Y ya hay quienes tratan de culpabilizar a
los electores por dejar a Madina fuera del hemiciclo, una muy sucia mentira,
porque quien le aleja del escaño es el propio Pedro Sánchez.
Al final, en unas elecciones todo es cuestión de fe, pero no
de la incredulidad con que los candidatos reciben las encuestas. La que importa
es la fe que los votantes depositen en ellos y mucho me temo que para Sánchez
sólo hay incredulidad. En mi caso, la incredulidad y perplejidad que me produce
ver confirmados mis peores presagios y comprobar que un partido con tanta
historia y tanta gloria haya quedado, con la connivencia de sus militantes, en
unas manos tan zafias como las de Pedro Sánchez.
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