Cuando, ayer, Íñigo Errejón confirmó su candidatura a las
próximas elecciones generales con un partido que se llamará Más País,
confirmando su intención de ayudar a la formación de un gobierno progresista,
lo último que esperaba -es sarcasmo- es que los más críticos con la decisión
fuesen, al mismo tiempo, los partidos de la derecha y quienes les apoyan en las
tertulias y quienes van por el mundo de "puristas" de la izquierda,
cuando de sobra es sabido que ese purismo que inevitablemente lleva al
sectarismo es el eterno mal de esa izquierda que dicen querer defender.
Digo sarcásticamente que no lo esperaba, pero no es cierto.
Todo lo contrario, porque la derecha política de la mano de la económica o
viceversa necesita de la intransigencia de Podemos para asegurarse el miedo de
sus votantes y la imposibilidad de formar un gobierno que revierta sus desmanes
y dé a este país los instrumentos de progreso que necesita.
Es curioso que casi nadie hable ya de la casta, quizá porque
quien acuño el término se ha convertido no ya en casta, sino que parece haber
fundado una dinastía a la que, como el más sádico de los calígulas, ha
despejado el camino, eliminando a cualquiera que pudiese hacerle sombra. Ya no
habla de la casta quien antes lo hacía porque sería muy fácil callarle poniendo
delante de él un espejo. Es curioso pero comprensible, porque Iglesias había
montado su propia casta en Podemos, la de quienes nunca le han dicho que no, la
de quienes se revuelven todos a una contra quien osa llevar la contraria al
líder.
Quizá por eso, en Podemos, quien tiene una voz distinta a la
de esa casta acaba en el ostracismo, cuando no expulsado o, como Luis Alegre,
abandonando el partido por propia voluntad. Iglesias ha hacho de su pensamiento
el mensaje unívoco, difundido y defendido en las redes por los suyos, reiterado
en su programa de televisión, Fort Apache, o el del siniestro Monedero.
Mensajes que, de inmediato, como si del Séptimo de Caballería cercado por los
indios se tratase, se convierten en un "fuego a discreción", contra
todo y contra todos, en defensa de esa verdad única.
Esa actitud, más propia de un alacrán que de hormigas que
entre todas pretenden asaltar y colonizar el cielo ha llevado a la práctica
desintegración de lo que un día fue un proyecto ilusionante para este país, la
existencia de una izquierda para la que la gente estuviese por encima de las
siglas y los egos y el país fuese un asunto de todos. Poco queda ya de aquel
podemos que consiguió el voto de millones de españoles, yo entre ellos y que,
desde entonces ha dicho cuatro veces "NO" a la formación de ese
gobierno de progreso con capacidad operativa que tanto necesitamos.
Hoy aquel Podemos está prácticamente desintegrado y vaga
errático, sin querer ver que su problema no es el IBEX 35, sino su líder,
incapaz de dar su brazo a torcer y, lo que es peor. de hacer un análisis
apropiado de la situación y buscar las consiguientes soluciones. Por eso
Iglesias y su fortín están cada vez más solos y vacíos. Valga como ejemplo la
carta abierta que Alberto Prieto, redactor jefe de EL ESPAÑOL dedica a Iglesias
y que titula "Pablo, vine a EL ESPÑOL s cubrir Podemos y ya escribo de diecisiete
partidos".
Por eso y no por otra razón me alegra y me llena de
optimismo la llegada de un partido, Más País, y la vuelta de su líder Íñigo Errejón,
marginado por Iglesias en Podemos hasta que optó por buscar u encontrar la
salida junto a Manuela Carmena, también denostada por Iglesias, quizá porque
llegó a brillar más que él, por eso me llenó de esperanza oírle decir que viene
a facilitar un gobierno de progreso, un gobierno que, con él en lugar de
Iglesias, muy probablemente ya tendríamos, por eso y porque dice que viene a
sumar, por eso y porque le rodea mucha de esa gente que yo admiraba en Podemos
y que tuvo que marcharse, por eso y porque tiene ya el apoyo de formaciones
como la Chunta o Compromís y más que, seguro, tendrá. Por eso y porque trae al
panorama político español, a la izquierda española, más cordura, que falta le
hacía.
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