miércoles, 25 de septiembre de 2019

FRANCO, ESE ZOMBI


Las imágenes, perdidas en la niebla de los recuerdos, que el niño que fui tiene del dictador que, durante cuarenta años, agostó la libertad en este país son apenas tres estampas. Otra cosa es lo que llegué a temerle y odiarle después, pero mis recuerdos infantiles se reducen al fugaz paso por mi barrio, camino de la carretera de Toledo, de un enorme coche negro, en una de cuyas ventanillas traseras se veía un brazo agarrado al asidero; otra, la de los bordes de las carreteras de El Pardo o La Coruña sembradas de guardias civiles encapotados, con sus mosquetones, apostados al sol y al frío, cubriendo el paso del siniestro general, también y creo que alguna vez lo he contado, el shock que me produjo ver l a mi tía María, la se crío con mi padre y sus hermanos, que nos cuidaba los veranos, junto a los abuelos, en el pueblo, llorar y gritar de rabia ante las imágenes de un pequeño militar con sus prismáticos observando el frente, donde los españoles de uno y otro bando se mataban y sufrían.
Luego supe que mi tío Francisco, el hermanos de María, no vivía en París, sino que estaba exiliado en París, trabajando en la construcción y entregado a su mujer, exiliada como él, y a su partido, el comunista, cerca del bulevar de Belville, hoy gentrificado, como miles de españoles perseguidos en España, un barrio al que cada vez que piso París no dejo de ir, como una especie de homenaje callado a quien tan mal lo pasó por culpa de aquel miserable.
También recuerdo una tarde de invierno, supongo que anterior a aquella otra de verano en el pueblo, con mis nueve o diez años paseando por la calle Fuencarral, en la zona de los cines, donde se proyectaba "Franco, ese hombre", el documental que, a mayor gloria del sátrapa y supervisado por una comisión interministerial presidida por Manuel Fraga, había dirigido José Luis Sáenz de Heredia, primo de José Antonio Primo de Rivera y falangista como él, para conmemorar los "veinticinco años de paz" que se cumplían por entonces.
Imaginaos a un niño, con nueve o diez años, enfrentado a la contradicción que suponía comprobar que ese gran hombre que cantaban el cine y la televisión, con sus retratos en los pueblos en grafitis aún frescos, imaginadle comprobando que ese hombre, benefactor de todos los españoles, hacedor de riqueza para ellos, creador d puestos de e trabajo y motor del desarrollo, había hecho daño, con muertos incluidos, a su familia. Imaginadle en una excursión a aquel Valle de los Caídos, donde aún no reposaban sus huesos, sin saber muy bien quiénes ni por qué estaban enterrados allí,
Imaginad ahora, después de un par de años en la universidad de los grises a caballo, de la clandestinidad y de cuarenta años de democracia, con todas sus elecciones y leyes, lo que suponía enfilar la carretera de la Coruña, hoy A-6, antes de llegar a las pendientes que llevan al túnel, y ver a la izquierda esa enorme cruz en el hermoso valle de Cuelgamuros, sabiendo que bajo ella descansan los restos de tan siniestro personaje. Imaginad el cabreo de quien asiste un día tras otro al toreo a que los de siempre han sometido a la ley y la voluntad del pueblo, hasta que, ayer, el Tribunal Supremo dio la razón al Congreso y el Gobierno que hace meses habían ordenado la exhumación de los restos de tamaño canalla, de la sepultura que junto al altar mayor de esa basílica en cuya construcción dejaron salud y vida millares de presos 
Con la decisión de ayer, Franco irá a una sepultura privada, cerca de sus ministros y de algún que otro dictador, como él bañado en sangre, poniendo fin a esa noche de los muertos vivientes en que la cerrazón nos tiene sumidos desde hace meses. Con un poco de suerte el nuez Yusti, el que pretende bloquear la exhumación y traslado dc los restos, volverá a ser desautorizado y Franco dejará de ser ese zombi que se pasea por los telediarios.

No hay comentarios: