lunes, 16 de septiembre de 2019

A LA DESESPERADA


Llevamos todo un verano asistiendo a eso que, de manera un tanto cursi, llaman la lucha por el relato y que no es otra cosa que determinar quién es el responsable o el más responsable de lo que acabará pasando. una "lucha por el relato" de la que he querido quedar al margen para no verme obligado a escribir del vacío, de la nada, para no quedarme como mi padre, ya anciano, tratando de ver, en los relojes digitales que tiene sobre su mesilla o frente a su sillón en el salón, el paso del tiempo, de los segundos, que la tecnología ha convertido en largas elipsis de sesenta segundos escondidos entre dos cifras.
Me quité de en medio para no verme obligado a hablar de la nada, del tiempo que pasa y furtivamente entre dos situaciones iguales, porque nadie parece dispuesto a la generosidad o, lo que es aún peor, a pensar en el bien común. Sin embargo, en los tres últimos días han sucedido cosas que, creo, merecen una explicación o, al menos, alguna que otra pregunta, preguntas que van desde cuál es el interés que persigue Albert Rivera, desaparecido en la calma chicha que precede a la tormenta, qué pretende Vox con su monolítica simpleza o si Pablo Casado cree que basta con sentarse en el portal a ver pasar los cadáveres de sus enemigos.
Os diré que los dilemas de la derecha o, incluso, sus estrategias me interesan poco, siempre estarán ahí, unidos o enfrentados, para frenar el progreso de este país que forman cuarenta y siete millones de ciudadanos, por más que ellos sólo vean centenares si no miles de consejos de administración. Lo que realmente me preocupa, porque tendrá graves y dolorosos consecuencias para esos ciudadanos es la deriva suicida de quien se ha ceñido, como un Napoleón borracho de ambición se ciñó la corona de emperador, los laureles de guardián de las esencias de la izquierda. 
Os diré también que, cuando me entraron ganas de poner estas reflexiones por escrito, fue durante una comida con amigos, la de reinicio de curso, en la que, dolorosamente, asistí al vapuleo de Pedro Sánchez y el PSOE, ante el silencio prudente o cobarde, que para el caso es lo mismo, de quienes, lo sé positivamente, votan y votarán socialista. Una comida en la que quienes llevaban la voz cantante se permitieron negar al PSOE y su secretario general su condición de políticos de izquierda, en la que se quitó importancia a las leyes de Matrimonio Igualitario, Memoria Histórica o Dependencia y de la que yo, que soy y me considero de izquierdas, salí un tanto ofendido.
Curiosamente, horas después me enteré de la última genialidad de Pablo Iglesias, la de invocar la ayuda del rey, el mismo al que regaló la serie "Juego de tronos", siempre dando lecciones, el mismo al que criticó y con razón por su discurso tras la irresponsable declaración de independencia por parte de los independentistas catalanes, o el mismo que encarna una forma de gobierno que, igual que yo, consideran obsoleta y quieren desterrar de este país. 
No cabía mayor incoherencia, una incoherencia sólo comprensible si viene de quien bajo su propia gota fría, mezcla perfecta de ambición y frustración, con el agua al cuello de sus errores, busca con desesperación y sin dar su brazo a torcer, algo con qué presentarse ante sus fieles, escamados ya por tanto poder como ha perdido Podemos, entre fugas y purgas internas, desde que hace unos años nos sorprendió con su disfraz de una política distinta, que las ambiciones personales y el contacto con la realidad, no es lo mismo predicar con las manos vacías que tener que repartir el trigo, han raído hasta convertirlo en una gasa transparente que deja ver las peores ambiciones y las más bajas pasiones.
En unos meses, no tantos, Iglesias tiene que presentarse ante un nuevo Vistalegre y, del poder local que llegó a tener, apenas queda nada y, por eso, lo único que le salvaría la cara sería presentarse con esos ministerios y esa vicepresidencia que en julio despreció y que ya no podrá tener.
A Pablo Iglesias, hoy a la desesperada, buscando la imposible mediación del rey, le han perdido una ambición desmedida, también por lo material, y un ego que merece ser estudiado en los tratados de psicología. En cuanto a la masa acrítica que le sigue como una secta sigue a su profeta, ojalá se bajen de ese carro que va directo al abismo y empiecen a entender que no tienen en sus manos el monopolio de la izquierda ni, mucho menos, el de la sabiduría y la honradez para llevar a la sociedad hacia el bienestar que merece.

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