viernes, 5 de abril de 2019

SÍ HAY UN PROBLEMA, SEÑOR CASADO


Una vez más me pregunto qué hay en la cabeza de Pablo Casado, qué antecedente hay en su vida para, en contra de lo que piensan la mayoría de los ciudadanos, más allá de ideologías y creencias, lo dicen las encuestas, enrocarse en la defensa a ultranza de posturas retrógradas y, por qué no, crueles que, por si ya de por sí fuera poco. suponen, además, una intromisión en los derechos y la conciencia de los ciudadanos.
Pablo Casado se opone a la regulación de la eutanasia y del aborto con el mismo entusiasmo con que lo hicieron en su día los restos del franquismo refugiados en Alianza Popular. Pablo Casado debe pensar que todos piensan como él y, por eso, se atrevió a decir que en España la eutanasia no es un problema y que no hay lugar para el debate.
Debería haberse atrevido a decirlo delante de María José y Ángel, la pareja de Madrid que con su ejemplo desgarrador han resucitado el debate, el problema, de la eutanasia a menos de dos semanas de la campaña electoral. Una pareja que, después de treinta años de sufrimiento compartido a causa de la enfermedad degenerativa, esclerosis múltiple, que ella padeció durante más de la mitad de su vida, decidió de mutuo acuerdo escribir el punto final al sufrimiento de ella, aunque no al dolor de él, atrapado en su responsabilidad consciente ante la maraña de una ley injusta. Una pareja en la que, ante las cámaras, María José dio otra vez el "si quiero", esta vez para confirmar su deseo de que la muerte la separase definitivamente del dolor
Cualquiera con dos dedos de frente, no parece el caso de Casado, debería llegar a la conclusión de que quien, como Ángel, decide prestar sus manos a un ser querido, en este caso su amada María José, para poner fin al dolor y la enfermedad que le limitan hasta el punto de que le impiden escapar por la única ventana que les queda, la muerte, no es ni puede ser tomado por delincuente, mucho menos por criminal.
Ángel no ha sido un terrorista suicida que desaparece con su delito para alcanzar, al menos eso cree, el paraíso de las setenta vírgenes, tampoco el asesino que huye tras el crimen, abandonando el lugar y a su víctima, escondiéndose de las consecuencias de lo que ha hecho. Ángel se quedó allí, junto a esa María José que ya no sufría, supongo que, llorando, si es que a alguien le quedan lágrimas después de treinta años de llanto compartido con el amor de su vida, y se puso conscientemente a disposición de la justicia, de esa justicia que, porque Casado y su PP no lo permite, no quiere o no puede entender lo que por amor ha hecho.
Afortunadamente, los policías que se lo llevaron, separándole de quien ha sido objeto de sus desvelos durante tres décadas, se comportaron como seres humanos de uniforme, que cumplieron con respeto con la difícil misión de arrancarle de la cabecera de la cama que ha velado durante más de la mitad de su vida. Afortunadamente, la juez puso en libertad de inmediato a ese hombre que, después de tantos años en vela junto a María José, necesitó pastillas para poder dormir esa noche de calabozo.
Espero que la Justicia sepa ponerse en el lugar de este hombre que hace unas horas se sacrificó por el amor de su vida y, de paso, el de todos nosotros, en el de quienes algún día podríamos vernos en una cama como la de su mujer, sin esperanza, o al lado de un ser querido al que le niegan, por unos votos y para diferenciarse de sus compañeros de viaje, la última posibilidad, la de decir adiós.
Casado, no sé por qué, insiste una y otra vez en que no hay debate, no hay problema. Desde que ayer supimos del gesto de amor de Ángel para con María José, que hubiese podido ser más plácido, más íntimo, de no haber sido porque el PP había bloqueado hasta veinte veces una propuesta de ley para la regulación de la eutanasia en un Congreso en el que no tenía la mayoría y que la hubiese aprobado en el pleno, sé que hay debate y sé que hay un problema: Casado y sus compañeros de viaje y que la solución va a estar en nuestras manos el próximo día 28.

1 comentario:

Mamen Piriz García dijo...

En estos casos deberían haber eutanasia para evitar el sufrimiento. yo trabajo en una residencia y no me gustaría acabar como muchos de los residentes que tenemos que ya no les queda mas que esperar la muerte. Y por supuesto sin sufrir. Un abrazo.