martes, 19 de marzo de 2019

ARRINCONAR EL PASADO


Poco a poco y a su pesar, vamos conociendo detalles de las verdaderas intenciones y los métodos de Vox y eso, que es bueno, ha tardado demasiado. Vox no es más que un aglomerad de todos los descontentos que la democracia ha ido dejando en las cunetas del camino que, después de cuatro décadas, llevó a nuestro país a la primera línea de las democracias europeas. un aglomerado de rencores de todo tipo que, en el fondo, no representan más que la incultura y la maldad que hacen que unos hombres se crean mejores que otros y con derecho a prohibir y quitar a los demás.
Son algo más que la casta de la que hablaba el Podemos de los primeros tiempos, porque son la casta del privilegio y de la sangre, la de los apellidos rimbombantes, las banderas y los himnos, la que odia la libertad de los otros y la democracia, pese a que no duda en encaramarse a ellas para perseguir a los demás. Ellos y sus amigos pasean autobuses con mensajes que van en contra de la igualdad que entre todos nos hemos dado, por no decir que va en contra de la inteligencia y el sentido común que a todos se nos supone.
Los he visto con sus tenderetes en el centro de Madrid, con sus banderas, sus panfletos y, sobre todo, con sus amenazantes fornidos en mangas de camisa, personajes con más horas de gimnasio que horas de biblioteca, colocados en posturas marciales, como indicando, no se te ocurra acercarte si no eres de los nuestros. Los vi hace unos días, pero ya los tenía vistos, demasiado vistos. Sin uniforme, sin aquellas camisas azules, sin los guiones y sin los correajes, son los mismos que hace unos cuarenta años se empeñaron, y les dejaron, en convertir el barrio de Salamanca en una especie de reserva, con sus controles y sus patrullas, que bautizaron como Zona Nacional.
Son los mismos que sembraban el terror los domingos en el Rastro y a diario en la Universidad o en el barrio de Argüelles. Hoy disimulan, porque lo que no consiguieron entonces, sentar a más de uno de los suyos en el Congreso, hoy lo tienen al alcance de a mano, o eso creen y pretenden hacernos creer, aunque, no lo olvidemos, si eso depende de alguien es de nosotros, de que no dejemos de ir a votar, de que no nos callemos ante determinados discursos, de que rebatamos las estupideces y los bulos que extienden a sabiendas de su falsedad para confundir a quien quiere confundirse, por ellos o por su egoísmo.
Apenas  aún son nadie y ya nos dan lecciones de patriotismo y decencia, pero son los de siempre, los que viven del chollo y del cuento, los que invitan a "cañas por España" -Hitler lanzó su fallido golpe de Estado desde una cervecería-, los que presumen de renovación y limpieza y andan "poniendo la mano a los empresarios", como hacían el PP, el partido que por la corrupción se fue al garete y quién sabe cuántos más, los que se pasan la democracia interna por el arco de La Moncloa, los que reniegan del sistema y pretenden quedarse a vivir, todo lo bien que puedan, de él.
Estaban ahí y estarán siempre. Son los froilanes que hay en toda familia y en todo barrio, pastoreados adecuadamente por quien mira más lejos y mejor para sacarles el mejor de los partidos. Pero no han venido solos, los hemos traído entre todos, enredándonos en discursos de patrias y de banderas que ellos manejan mejor que nadie, esgrimiendo el misal y el rosario que tan poco nos importa, forzando el discurso igualitario hasta quitarle en parte su sentido, propagando ese "todos son iguales" que les ha venido también y, sobre todo, olvidándonos de la gente y sus problemas, convirtiendo en meros resentidos, cegados por el abandono en que les hemos dejado y dispuestos a vengarse, aunque sean ellos la primera víctima de su venganza.
Que sus generales, sus jueces, sus abogados y quienes tiran de los hilos tras de ellos no nos amarguen el futuro depende de nosotros. Son el pasado, el más oscuro de los pasados, y está en nuestras manos que ese pasado no vuelva para quedarse. Hemos cometido demasiados errores, hemos sido demasiado exquisitos con nuestro voto y con nuestro silencio y ya es hora de levantarnos y de hacer valer nuestra voz, para arrinconar el pasado, para que no vuelvan.

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