miércoles, 27 de marzo de 2019

ADIÓS, RIVERA, ADIÓS



Algún día los historiadores estudiarán y nos explicarán por qué quienes, después de casi tres décadas de bipartidismo, consiguieron levantar, en la izquierda y la derecha, sendos partidos alternativos a los bien asentados, PP y PSOE, acabaron por dilapidar el capital político que los ciudadanos descontentos pusieron en sus manos. De Pablo Iglesias y su egocentrismo suicida llevo semanas escribiendo en mi blog de Albert Rivera, también, aunque este señor, que aparece y desaparece de la vida pública con pasmosa facilidad, como un guadiana de la política del que no se sabe muy bien de dónde viene ni a dónde va.
Rivera consiguió convertir a Ciudadanos, un invento, dicen, de la banca en la cuarta fuerza política del Estado y, de la mano de Inés Arrimadas, en la primera en Cataluña. De hecho, se especuló con la posibilidad de que superase a Podemos y acabase por sustituir al PP, pero, al final, todo ha quedado en humo, un humo irritante que en más de uno ha hecho brotar lágrimas desconsoladas.
Rivera lo ha tenido todo para convertirse en una alternativa aparentemente europea y civilizada de gobierno, pero su afán de hacerse con el electorado con técnicas de mercado, aparentando ser una cosa y la contraria, día sí y día no, en un territorio u otro, pactando aquí y ahora con el PP y allá, al día siguiente, con los socialistas ha conseguido despistar a los electores como nadie nunca antes. Hasta el punto de que hubo en tiempo en que vimos a su partido como la bisagra que articulase y equilibrase a la izquierda y la derecha.
Sin embargo, en los últimos tiempos, tras su reaparición con más pelo y más caos en su cabeza, hizo todo lo posible por desconcertar a aquellos electores que habían confiado en Ciudadanos como en un partido de centro.  Lo hizo dilapidando el millón de votos conseguidos en Cataluña a base de pasear a Arrimadas como una plañidera exagerando las ofensas, que las hubo, y rechazando cualquier intento de abrir una vía de solución al conflicto, como si ya le fuese bien con lo que había.
Después llegó la alianza con la que consiguió entrar en el gobierno andaluz, alcanzando, no sin cierta vergüenza y mala conciencia por parte de su líder allí, la cuota de poder más alta de su historia como partido.
Por si fuera poco esa aceptación de las exigencias de la ultraderecha encarnada por VOX, Rivera se prestó a posar con Casado y Abascal, en la foto de la Plaza de Colón, esa que le perseguirá hasta el fin de sus días y que, pese a sus intentos de desmarcarse a última hora del facherío dominante, dejo muy mellada su credibilidad ante los electores, algo de lo que Arrimadas se libró perdiendo con más o menos fortuna o intención el avión de debería haberla traído de Barcelona a Madrid.
Sus paladas cada vez eran más de arena que de cal y del acto fallido de Colón pasó a ofender a las bases de su partido, a aquellos que habían trabajado para implantarlo y afianzarlo en provincias que, pese a ser menos vistosas y salir menos en los telediarios, a la hora de la verdad suman votos como el resto. No se sabe cómo, Rivera tuvo la ocurrencia de "pasar" de esa militancia fiel, llenando las listas provinciales de paracaidistas tan poco vistosos como la más que sospechosa de corrupción Silvia Clemente, llegando incluso al pucherazo, que ya investiga la fiscalía, para imponerla como efímera cabeza de lista de Valladolid, descabalgada al destaparse el fraude en las primarias.
En fin, una cadena de despropósitos de los que el último ha sido ofrecerse, antes incluso de que se inicie la campaña para gobernar con el PP de Casado si es que los votos dan para ello, claro. Una oferta que no es sino la evidencia de la derrota que sin duda restará votos a su partido, en el que aún permanecen quienes creyeron un día que Ciudadanos y Rivera estaban en el centro.
No sé qué le pasa a Rivera, pero me puedo imaginar lo que acabará pasándole a su partido, que, con el desembarco de Arrimadas y otros diputados del Parlament de Catalunya en las listas al Congreso, ya da por perdida la batalla en Cataluña y aparenta ser un "sálvese quien pueda" que nunca anuncia nada bueno.
Rivera se está apagando como se apagan las bengalas que sirven para un momento, pero que, a largo plazo, ni calientan ni iluminan. No sé qué le está pasando ni cuál es su problema, lo que parece claro es que habrá que entonar el adiós a este político que mal aconsejado por las prisas o sus mentores ha dejado de contar para el futuro, al menos en lo inmediato.

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