jueves, 8 de noviembre de 2018

POR UNA HEBILLA



A veces una pequeñez, el clavo de una herradura al que no se le da importancia y acaba provocando, como en la fábula, que se pierdan el caballo y el jinete, son la causa de grandes problemas si no de grandes desgracias. Quién no se ha intranquilizado al subir a un vehículo "remendado" o al pasar por un puente mal anclado. Y, si nos intranquilizamos, es porque sabemos que cada uno de los clavos de la herradura, de los tornillos que sostienen una estructura o de la más pequeña rueda de un engranaje. son imprescindible para la seguridad del conjunto.
Ayer pudimos comprobarlo al contemplar el circo de dos pistas, las estaciones de Sants en Barcelona y Atocha en Madrid, un circo que pudo haber acabado en tragedia, que, con la ayuda inestimable de algunos medios encantados de hacer amarillismo, mantuvo en vilo a miles de ciudadanos, a lo largo de varias horas, hasta que finalmente se supo que el origen de la alarma, una presunta granada de mano en el equipaje de una pasajera, no era más que la  estrambótica hebilla de un cinturón. 
De lo ocurrido ayer cabe extraer muchas lecciones.  La primera, que, pese a lo bufo de la situación, la seguridad de aeropuertos y estaciones, de la que a veces tanto nos quejamos, funciona. La segunda, que esa seguridad es un asunto muy serio en el que no deberían caber las distracciones y que debería estar en manos de profesionales convenientemente seleccionados, adiestrados y pagados, un asunto que no debería estar en manos de gente mal pagada, sometida al estrés de turnos que convienen más a la empresa que la ha subcontratado que a las necesidades del servicio o a la salud y el equilibrio de quienes se encargan de hacer esos controles. 
Tal y como nos ha llegado la información sobre lo ocurrido, cabe imaginar que el fallo se produjo en uno de los controles de equipaje de la estación de Sants, en el que o no se puso atención a la pantalla del escáner por el que pasó la maleta o no se reaccionó con la diligencia esperada, porque, si en esa maleta había algo sospechoso, su propietario y la misma maleta deberían haber sido apartados y retenidos, no ponerse a buscarlos a posteriori, después de revisar las grabaciones del escáner y cuando el viajero, en esta caso viajera, había embarcado en su tren y viajaba ya hacia Madrid.
El caso es que se falló en ese primer eslabón de la cadena y, a partir de ahí, se movilizó todo el dispositivo para estos supuestos, tanto en Barcelona como en Madrid y funcionó, en coordinación perfecta entre los Mossos d'Esquadra y la Policía Nacional, para poner a salvo del hipotético peligro a quienes se encontraban en ambas estaciones y que afortunadamente sólo fueron víctimas de molestias y retrasos.
Hasta ahí lo que funcionó después de dada la alarma. A partir de ahí, el vergonzante comportamiento, una vez más, de Nacho Abad (Espejo Público de Antena 3) y otros como él, que, despreciando los más elementales filtros que exige la ética profesional, se lanzaron a especular con una grandilocuencia y gravedad dignas de mejores empeños, contando "minuto a minuto", como suelen decir estos pájaros de mal agüero del periodismo, lo que se iban inventando sobre la marcha, a partir de "soplos" de a saber quién, lo que nunca fue verdad, sembrando el pánico y la intranquilidad entre los familiares y amigos de quienes viajaban esa mañana en AVE entre Barcelona a Madrid.
Llegó a "retransmitir" el tal Nacho Abad, minuto a minuto, el paso del AVE que llevaba a bordo la maleta "con la bomba", por Zaragoza y Calatayud. Lo hizo con el dramatismo y el autobombo tan propios en él y sin el más mínimo rubor, para, a continuación y "sin despeinarse", decir que ese no era el tren en custión, porque el que en realidad llevaba la maleta sospechosa llevaba un buen rato en Madrid, donde ya se había comprobado que la granada de mano no era otra cosa que la hebilla de un cinturón."
Resumiendo, los cuerpos policiales cumplieron con su obligación a la perfección. También los viajeros que, entre el miedo y su buen conformar, acataron sin rechistar las órdenes policiales. Otra cosa fue el de ADIF, la empresa pública responsable de las estaciones afectadas, y la correspondiente subcontrata de seguridad, que avisaron con media hora de retraso a la policía y, evidentemente, no cumplieron con su cometido. Al final, todo acabó bien y, lo que, de haber existido la bomba, pudo acabar en tragedia, quedó sólo como una anécdota chusca. Y todo por una hebilla.

1 comentario:

Mark de Zabaleta dijo...

Se ha visto cómo funcionamos ...

Saludos
Mark de Zabaleta