lunes, 26 de noviembre de 2018

LOS PERROS DEL FÚTBOL



Llevamos ya dos fines de semana asistiendo al lamentable espectáculo de contemplar, aunque sólo la veamos en nuestro televisor, una ciudad entre asustada y sorprendida por la violencia ligada al mundo del fútbol, violencia consentida, cuando no provocada, por los clubes y los medios de comunicación, especialmente las radios y televisiones, en las que, porque el morbo y la violencia verbal dan mucha audiencia, se está copiando el modelo argentino de la exageración y el insulto constantes, la cerrazón y el "becerrismo" de quienes son contratados, no por su conocimiento del deporte o por su capacidad de análisis y verbo acertado, sino por su ceguera y su incapacidad de control sobre lo que se dice ante la audiencia y por su capacidad, a veces, para fingir que son incapaces de controlarse.
Es un juego perverso éste de azuzar a los perros, esperando que luego, a una voz, esos perros con los ojos en sangre y la boca llena de espuma, fuera de sí, se den la vuelta para volver mansos junto a su amo a esperar la siguiente orden.
A veces los perros se descontrolan y, ciegos de ira, olvidan por qué y para qué combaten. Entonces se vuelven indomables y se revuelven contra el amo. Eso es lo que ocurre en el fútbol, donde resulta ya difícil acudir a un partido sin sentir miedo al acudir a el estadio o al salir de él, sin que, parece, haya nadie capaz de impedirlo.
Hay, estoy cansado de ello, quien elogia la capacidad de "la grada" de un estadio de asustar al rival. De todos es conocido el famoso "miedo escénico" acuñado por Jorge Valdano, para explicar el efecto que produce en sus rivales la presión de decenas de miles de seguidores del Real Madrid, rugiendo o silbando como un solo hombre al rival de turno y ya no es extraño, ni parece que amonestable, que el entrenador del Atlético de Madrid, Cholo Simeone, "eche" una y otra vez a su público encima del "otro", a veces pienso que encima  de los árbitros también cuando quedan sólo minutos para el pitido final y el resultado le favorece o puede cambiar a su favor.
En Argentina, donde, como aquí a veces, el estadio es el lugar donde se subliman casi todos los odios, los amores y, en general, casi todas las frustraciones, ese deporte ha servido a muchos, para su mal, echar fuera los demonios que la carestía de la vida, el par, las sucesivas devaluaciones, los corralitos e, incluso, el dolor y el pánico de dictaduras y guerras tan absurdas como innecesarias, teniendo en cuenta que, que quede claro, ninguna lo es.
En argentina están acostumbrados al ruido y a tomar las calles, el peronismo entrenó y sacó partido a las masas, tanto en el gobierno como en la oposición, del mismo modo que, en casi todo el mundo, la ley que debería regir para todos parece quedarse fuera de las inmediaciones de los estadios, donde lo que sería delito fuera, pasa a ser pasión o "amor a los colores".
En este país, como en tantos otros, los niños tienen antes el carné de socio del equipo de su padre o de un tío, antes que el de la biblioteca pública del barrio, un país donde los niños van en brazos de su padre a llorar o gritar con la suerte mala o buena de "su equipo", un país donde la educación que, a trancas y barrancas, reciben en el colegio o en casa entra en contradicción con lo que ven y oyen en el estadio, un país donde en muchos hogares no hay dinero para libros, pero sí para entradas y abonos para el estadio.
Y, si aquí es así, imaginaos en Argentina, donde hace tiempo, como aquí, las mafias se han hecho sitio en las hinchadas de los equipos, entre otras cosas, porque a las directivas les interesa tener su propia "fuerza de choque", sus perros de pelea, a los que, como os decía al principio, no siempre se les sujeta a tiempo, porque, para gente con el cerebro tan saturado por el fútbol, resulta difícil dejar de hacer aquello que se le ha aplaudido tantas veces. 
Si no queremos que se reproduzcan en Buenos Aires o cualquier otro sitio los incidentes de este fin de semana, hay que atar a los perros del fútbol i impedir, incluso, que se reproduzcan. Si no se hace, cualquier cosa puede pasar.

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